"La nuestra es una cultura basada en el exceso, en la
superproducción;
el resultado es una continua pérdida
de agudeza en nuestra
experiencia sensorial"
Susan Sontag
Hace poco me asaltaron estas palabras escritas en un texto de
otro: "no somos distintos, pero somos diversos". Me gustó
particularmente esta frase porque me interesa el concepto de
diversidad. Es la diversidad lo que hace a la tolerancia, a la
búsqueda infinita de lo que fluye sin rótulos, sin estigmas, sin
prejuicios vanos. Al fin de cuentas, todos tenemos las mismas
luchas biológicas, el mismo universo. Y lo que logra separarnos
es el sentido de diferencia, de muro infranqueable; esa absurda
mirada de catálogo, cuando en verdad hay tanto allá afuera, acá
adentro, en todos los adentros.
Pensé en la mirada nietzschiana de llegar a ser quien eres; pero
ser eso que somos como parte de lo que son los demás;
aprendiendo a abrazar a la diversidad, porque en el interior de
cada uno somos diversos, no algo rectilíneo y meramente troncal.
La idea de "llegar a ser quien uno es" como una idea amplia, no
como culminar en una meta.
En el mismo texto encontré una imagen bellísima: "no importa la
edad que tengo, tengo la edad de todos" y me dejé llevar por la
profundidad del mensaje, la de no caer en la necesidad de hacer
todo cuantificable, divisorio. Cuán importante, pienso,
compartirse de verdad, no por un impulso vanidoso. Al final del
día, uno se termina alimentando más de ese otro que de lo que
fluye dentro de uno mismo, o quizá eso que fluye dentro de uno
mismo es la situación simbiótica con ese otro.
Sin embargo, levantamos todos los días muros infranqueables,
alimentamos la intolerancia, la rapidez en la ida y vuelta. No
ahondamos en el refrescante trámite de interesarnos por el otro,
de acercarnos a él desde un lugar que espera a ser llenado.
Tener, en verdad, la edad de todos, no es algo que el mundo de
hoy ejerza con fuerza. Partir desde el otro y no dejarse llevar
por definiciones que limitan es una de las cosas que más nos
cuentan. No hay manera más bella de ser genuinos que escuchando
y reflexionando acerca de las voces que se nos acercan, porque
entre todos generamos una gran red que lo que hace, hasta donde
podemos ver, es devenir, moverse, fluir constantemente sin un
sentido que lleguemos a vislumbrar. Los muros que levantamos no
son más que excusas del miedo, la intemperancia de la prisión
espantosa que nos deja inmóviles (o al menos así lo creemos).
Lentamente confeccionamos sociedades que sólo consumen
posibilidades, que se pierden en la materia y alimentan el
individualismo bajo la superficialidad de "conectarse" desde la
materia. Y así, generan vicios, excesos, hasta dejarnos cada vez
más inermes, solitarios en la empresa primera: esa de captar la
diversidad, de fundirnos en ella desde nuestra experiencia
sensorial. Perdemos agudeza en esa experiencia porque nos
alejamos de la tolerancia y alimentamos el culto a la materia.
Y lo diverso se pierde, se canaliza en un embudo hacia etiquetas
y desaparece nuestro ritual más humano, el de hermanarnos y
descubrirnos entre todos.
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