LA VOZ DEL POETA DE LAS ERMITAS
“Hay en mi alegre sierra
sobre las lomas,
unas casitas blancas
como palomas.
Le dan dulces esencias
los limoneros,
los verdes naranjales
y los romeros.”
Antonio Fernández Grilo

La robusta personalidad literaria de Fernández Grilo no ha sido
todavía objeto del detenido estudio que, sin embargo, merece. En
este sentido podría afirmarse que ha de llegar la hora de que se
repare la enorme injusticia que entraña el olvido de su obra.
“Ingenio cordobés en toda la extensión de la frase –escribía
Francisco P. Blanco-, poeta por temperamento, por educación, por
hábito o segunda naturaleza, que remonta el vuelo de su numen a
alturas inaccesibles y se somete con docilidad a todos sus
caprichos”.
El poeta de las Ermitas tuvo una aureola de atracción
extraordinaria, misteriosa, verdaderamente mágica, en vida,
cautivando a las muchedumbres con la recitación de sus poesías
–hecha por el autor de un modo tan magistral que sólo Zorrilla
le igualó- y consiguiendo a la vez, lo que parecería más
difícil, el fervor de los aristócratas, y hasta Isabel II, que
le publicó un libro,
Ideales, y de Alfonso XII, que sabía de
memoria muchas de las estrofas de Grilo.
Antonio Fernández Grilo nació en Córdoba en 1845. Fue
periodista, dirigiendo en sus ciudad natal El Andaluz. Y allí
publicó su primer libro
Poesías (1869). De Córdoba se trasladó a
la Villa y Corte y pensó ganarse la vida, consagrándose al
ejercicio de su profesión: el periodismo. Ingresó en la
redacción de El Contemporáneo. Después perteneció a las de La
Libertad, El Tiempo, El Debate, El Arco Iris... Otro poeta, José Selgas, decía a Grilo, que su libro era algo extemporáneo, un
producto mental que estaba en “desuso”.
“Se escribe, se imprime y se lee más rápidamente cualquier
periódico -escribía Selgas el 10 de julio de 1869-, cosa bien
natural si advierte que el carácter distintivo de nuestra época
es estar de prisa”.
Grilo es un poeta que si no hubiera compuesto más que
Las
Ermitas de Córdoba, tendría suficiente bagaje para traspasar
los umbrales de la inmortalidad. Conocidísima es esta bella
composición suya, de estrofas inspiradas y ágiles , henchida de
ternura, cuajada de elegantes imágenes, que se adhiere a la
memoria en virtud de su espontaneidad y maravillosa sencillez, y
no se olvida jamás. En buena lid ha ganado la popularidad de que
goza.
La vena mística de Grilo fluye copiosa, caudalosa, en otras
hermosísimas composiciones: La Virgen de la Fuensanta, María al
pie de la Cruz, La muerte de Jesús y El adiós al Convento. Canta
también el poeta al amor: ¡Ella es así!, ¡Ha muerto!. Canta el
dolor humano: El día de difuntos, En el cementerio. Canta a la
naturaleza: El águila, La primavera.
Transcurrido un siglo desde la muerte de Grilo (falleció en
Madrid el 9 de julio de 1906, sin tomar posesión del sillón de
la Academia de la Lengua, que se le había otorgado meses antes),
con más dilatada perspectiva para contemplar su personalidad
literaria y su obra poética, podemos decir que Grilo es todavía
un poeta actual que ha prestado un indiscutible servicio a la
cultura española y a las letras en particular.
Y como dijo El
poeta de las Ermitas: “¡¡Contemplad tu magnífica grandeza, /
alza tu frente, de laurel ceñida, / y verás que has nacido
cuando empieza / sobre al tierra a palpitar la vida!!”.
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