Debajo de la gran fuente de agua del bosque Søndermarken de la
Calle Larga de Valby en Copenhague, hay una gigantesca bóveda
cavada por vikingos en el año dómino 1000. La leyenda dice que
en ella se juntaban los dioses nórdicos para celebrar la noche
de San Juan los 24 de junio.
Una orgía con cerveza, jabalíes asados al palo y sexo brutal
ocurría mientras en la superficie los mortales quemaban a
mujeres acusadas de brujería. El hedor llegaba hasta Grecia y,
por ésto, dioses como Apolo y Mercurio llegaban a sentarse
frente a la fuente para contemplar el espectáculo de las
quemazones humanas al mismo tiempo que consumían toneladas de
ambrosía.
Hoy, en el siglo XXI, ya no ocurren esas barbaridades. Se dice
que los dioses se mantienen en Vallhala, lo que corresponde al
cielo, y los mortales andamos apurados ganando unos centavos
para pagar el arriendo y las cuentas de teléfono, luz, el
colegio de los niños, etc.
Los 24 de junio, los daneses se reúnen en sus playas al
atardecer y frente a hogueras beben cerveza Carlsberg de manera
muy tranquila y civilizada. Nadie se reúne en torno a la Fuente
del bosque, tan sólo las almas y algunas hadas por las noches.
Yo acostumbro ir a Søndermarken y visitar la Fuente. Anoche
logré descender a la bóveda, arriesgando ser sorprendido por la
policía ya que está estrictamente prohibido hacerlo, so pena de
cárcel. En un comienzo encontré una oscuridad total, Caminé a
tientas y algo que creí eran ratas se escurrió ante mis
pisadas. Pero cuando me adapté a la oscuridad vi a pequeños
seres humanoides, ogros y enanos, corriendo despavoridos de un
lugar a otro.
Era un espacio mil veces más grande de lo que me había
imaginado. Oí un ruido de tambores, tum tum tum tum y caminé en
dirección a él. Topé con un gran portón que abrí usando todas
mis fuerzas y lo que vi no es fácil de describir: Thor, Odín,
Holger el Danés, Hans Christian Andersen, la Sirenita, el
Patito Feo y muchísimas celebridades más, bailaban enloquecidos
al potente beat de cuatro jovencitos melenudos con acento de
Liverpool.
De pronto, el Mago de Oz apareció con una amplia sonrisa. De un
ramo de amapolas que portaba me dio a oler una cuyo perfume me
hizo caer instantáneamente en un sueño profundo. Una voz
anónima y con mucha autoridad dio una pequeña cátedra de
física:
"Siglos atrás, el joven físico Isaac Newton dormitaba bajo un
manzano cuando una manzana se desprendió del árbol y cayó sobre
su cabeza. El tuvo entonces una revelación que cambiaría la
historia: "Todo lo que sube, cae". O sea La Ley de Gravedad, en
versión muy simplificada. Newton fue combatido por científicos
y por la iglesia. Murió atribulado pero pasó a la Historia.
Como dato curioso, se dice que Isaac viajó a la India en su
juventud.
Un día del siglo XIX en el pueblito de Adampoo, provincia de
Punjab, India, un niño de diez años llamado Poonam Newton
jugaba lanzando manzanas hacia el cielo hasta que éstas
desaparecían entre las nubes y jamás volvían a caer. El sabía
que éste fenómeno era importante, necesitaba explicárselo de
alguna manera para contárselo a su madre quien lavaba ropa en
el riachuelo cercano.
-Madre-, le dijo a la hora de la cena-, estuve jugando con
manzanas y descubrí algo pero no sé cómo se llama...
-Come tu comida en silencio- dijo severamente la madre.
Poonam murió pobre y anónimo, rodeado de sus doce hijos e
hijas. Su nombre no pasó a la Historia, pero sus hijos tuvieron
quinientos hijos y estos tuvieron a dos mil y así. Y todos
ellos lanzan manzanas al cielo y comprenden que todo lo que cae
vuelve a subir, explicando así el descubrimiento de Poonam y
amenazando los cimientos de nuestra clásica concepción
geopolítica del universo."
Alguien me tocó el hombro despertándome a la realidad y al
darme vuelta, un cadavérico Hamlet en uniforme azul con botones
dorados y un cráneo en su mano izquierda me pronunció las no
tan célebres palabras: “ Usted, señor, ¿tiene entrada?
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