Toda la poesía escrita hasta ahora se ha apoyado en el discurso
gramatical lógico, en el que el poeta ha intentado explicarnos
el mundo (o su mundo), como si el mensaje de su contenido fuese
el indispensable en poesía (al menos para él); o sea, que nos
habla desde su necesidad de comunicar, desnudar su conciencia
como si nos interesara su confidencia. Es la poesía que hemos
escrito siempre.
Llega Eugenio Montale y nos dice en su libro En nuestro tiempo
que la crisis contemporánea de las Humanidades ha barrido esa
poesía que pretendía seguir la tradición de la comunicación, la
necesidad de explicarnos el mundo a modo de puente de certezas
del entendimiento humano entre el lector y el autor, o bien
trasmitirnos una experiencia neorromántica o neomodernista.
Darrida recurre a la sacudida de la semántica, la
desgramaticalización del texto poético. O dicho más exactamente:
la deconstrucción semántica. Pero, ¿está el poeta actual
preparado para esta innovación, que supone transgredir los
significados y las oraciones gramaticales ancladas en la lógica
de coartada más o menos realista?
Sin embargo, el reverso del poema de conceptos trenzados con
hilos de claros argumentos y, por tanto, de total predominio
contenidista, es el poema con pretensiones “visionarias”, de
lectura inabordable debido a su disparatada imaginería. Pero eso
no es, a mi juicio, un buen recurso para acabar con la
automatización del texto.
Ya Shklovski había advertido acerca de esa automatización
propugnando para ello inventar expresiones propias, metafóricas
o no. También la sinestesia de los simbolistas fue un intento de
descomponer la realidad cartesiana. Para tal efecto, recordemos
las vanguardias, en especial el ultraísmo con su culto a la
metáfora (Cansinos Assens, G. de Torre, Borges). Por esa misma
fecha, más o menos, el pintor francés Paul Gauguin había dicho:
“El arte es plagiador o revolucionario.”
¿Con qué procedimientos se ha de seguir escribiendo poesía como
se ha hecho hasta ahora? Como dice Montale, ya estamos cansados
del arte de contar literaria o poéticamente, pues parece que la
historia del ser humano no nos interesa ya, al menos en cuanto
ser de hondura metafísica o sentimental.
¿Seguiremos siendo viaductos de la literatura y nos
contentaremos con las viejas historias que no les llegan a
determinados lectores experimentados como los Shklovski, como
los Montale, como los Derrida?
¿Hemos de quedarnos entonces en la poesía experimental con
juegos icónicos?
La poesía no puede abdicar tampoco del significado con
comunicación o no. Pero aquí surge el problema. ¿hemos de
replantearnos la cuestión en los mismos términos que hace
treinta o cuarenta años o mantendremos la esperanza de lograr
una escritura creativa sin lastres del pasado literario?
He aquí un ejemplo de poesía que con un mínimo de significado
desarrolla un tema que tiene una sola idea. Lo importante es
rodear esa idea de elementos que nos transportan a un mundo
onírico. Por otra parte, los sustantivos y adjetivos son
mayoritariamente concretos, desvinculando el texto de un
lenguaje convencional y abstracto. Un toque surrealista le da al
poema una cierta atmósfera onírica que lo salva del predominio
aplastante del significado narrativo o confidencial, como ocurre
en la poesía social y también en la poesía de la generación
siguiente, la de 68 ó 70 (a pesar de que los poetas de ella se
opusiesen al lema de “la poesía es un arma cargada de futuro” de
Celaya). Ellos escribieron una poesía situada en los mitos
actualísimos de la modernidad, pero seguían siendo
inevitablemente contenidistas y no aportaron ninguna novedad en
lo que se refiere a la desautomatización del texto.
Vamos ahora a ese poema que representa un giro inusitado en la
poesía -no sólo de su generación- y que va más allá del
contenido, tomando de él un mínimo, lo necesario para motivar lo
“inefable” en la imaginación del lector. ¿No es lo que se
proponía el surrealismo?
Se querían
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.
Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.
Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.
Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando…
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, Sabedlo.
Vicente Aleixandre (La destrucción o el amor, 1935)
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