La molesta sensación comenzó de manera sorpresiva por la pierna
izquierda. Subió como una serpiente encolerizada desde la planta
del pie hasta la rodilla. Se arremangó la pata del pantalón.
Intentó detener el ascenso uniforme y atroz pero fue demasiado
tarde: la pierna izquierda había sido tomada. Pronto se
acostumbró a la incipiente amputación. Esa misma semana mientras
releía un tomo gastado de Cortázar sintió un hormigueo en el
muñón de la rodilla. No le dio mayor importancia. Con una pierna
cercenada es normal que aparezca alguna extraña molestia, se
consoló. Siguió la lectura, que lo atrapaba… y cuando quiso
darse cuenta el hormigueo se había extendido, había alcanzado la
cadera y había descendido por toda la extremidad derecha. Ambas
piernas habían sido tomadas.
Compró una silla de ruedas. En no menos de diez días se
acostumbró al aparatoso vehículo y a ser un tronco sin miembros
inferiores. De camino a casa, dos semanas después de perder
ambas piernas, se detuvo a contemplar un escaparate de librería.
Paseaba la vista luctuosamente por los lomos de los volúmenes:
El hombre invisible de Wells, El increíble hombre menguante de
Richard Matheson… De pronto advirtió que en el reflejo del
cristal su imagen temblaba. Estupefacto se percató de que su
cintura se desvanecía en el reflejo. Intentó agarrar las llaves
de casa que guardaba en el bolsillo bajo de la chaqueta. Fue en
vano, ya habían desaparecido. Recordó que aún conservaba su
cartera con dinero en el bolsillo superior de la camisa. En un
acto reflejo, intentó de forma estéril usar su mano derecha.
Ésta ya había sido tomada. Su tronco corría la misma suerte de
forma vertiginosa. El teléfono móvil, pensó. Debería llamar a mi
esposa o a la oficina. Guardaba el móvil en una bolsita bajo el
asiento de la silla. Pero su tronco con el resto del brazo
derecho y toda la extremidad izquierda habían sido ya tomados.
Su cabeza, decapitada y absurda, yacía sobre la silla de ruedas.
Intentó esbozar un pensamiento coherente. Una respuesta. Seguía
lúcido y furioso. Pero antes de poder reaccionar, de reflexionar
sobre su nueva situación, su cabeza, con su gris cerebro, había
sido tomada.
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