Este mes quiero reanudar la conversación sobre el Amadís de
Gaula. Para recalentar las neuronas, parece ser el libro de
caballerías más popular de la historia de España y fue una gran
inspiración para Don Quijote. La consistente finura y aparente
asexualidad de Don Quijote hacia Dulcinea se inspiró en este
género, pero en el Amadís el sexo es tratado de manera
diferente, sobre todo en cuestiones de los diferentes papeles de
los hombres y las mujeres.
Desde las primeras páginas del Amadís la mujer no tiene la misma
libertad sexual que tiene el hombre. El primer libro comienza
con la llegada del rey Perión a la casa del rey Garínter, y
durante su estancia Perión se enamora de Elisnea, la hija de
Garinter, y una noche entra ella en la habitación del invitado y
allí empieza la historia de Amadís. El huésped sigilosamente
hace el amor con la hija de su anfitrión, y la deja encinta.
Hacen un pacto entre ellos, un matrimonio secreto, lo cual, en
teoría, justifica sus relaciones sexuales, pero él logra
escabullirse sin daño ninguno mientras Elisnea se tiene que
encerrar un una torre durante nueve meses para evitar que la
descubran y la maten. El precio del nacimiento del caballero lo
tiene que pagar la madre, quien ni puede pasar tiempo con él, ya
que lo tienen que echar al mar para evitar represalias. La
presencia del adulterio también es un problema para la mujer,
porque al ser descubierta no le esperaría otra cosa que la
muerte: “...cualquiera mujer por de estado grande y señorío que fuesse, si en adulterio se fallava, no le podía en ninguna guisa
escusar la muerte.” (Cap. preliminar).
Oriana, la dama de Amadís, experimenta más tarde este mismo
fenómeno que Elisnea (el de encerrarse para no descubrir su
embarazo) tras su unión sexual con Amadís, de quienes nace el
hijo, Esplandián. Aunque el matrimonio secreto “validaba” el
acto, era la mujer quien sufría las consecuencias. La
representación del hombre como “puro” es incorrecta porque el
caballero en estos libros generalmente realiza actos sexuales
antes de la boda. Incluso el héroe Amadís se junta con su amada
antes de casarse, y visto así, él no llega a personificar la
imagen que debería representar. Hacerle la vista gorda al hombre
y escarnecer a la mujer es otro ejemplo de las múltiples
desigualdades que se ven en este género. El autor del Amadís
explícitamente ofrece al lector una lección de los deberes de la
mujer y las consecuencias de la promiscuidad sexual: "las mugeres… deven con mucho cuidado atapar las orejas, cerrar
los ojos, escusándose de ver parientes y vezinos, recogiéndose
en las devotas contemplaciones, en las oraciones sanctas,
tomándolo por verdaderos deleites… en verdad ella (Elisnea) de
todo punto era determinada de caer en la peor y más baxa parte
de su deshonra, assí como otras muchas que en este mundo contar
se podían, por no se guardar de lo ya dicho…" (cap. I).
Vemos que el autor moraliza sobre el asunto y regaña a Elisnea
por haber sucumbido a este “libertinaje”, sin referirse a la
participación del hombre. Toma Montalvo la posición del
catequista aquí, despreciando a la mujer y culpándola de ser
viciosa.
A pesar del encuentro prematrimonial de la pareja principal
(Amadís y Oriana), estos son tratados como los más virtuosos. A
pesar de sus tentaciones y los malentendidos, nunca se desvían
de su camino, lo cual hace que se distingan entre los demás como
la pareja más casta. En los otros personajes la libertad sexual
es una parte intrínseca del libro, pero la presentación de la
mujer en estos textos difiere mucho a la del hombre. Ella es
escarmentada, y él repudiado de ser un Tenorio. Galaor, el
hermano de Amadís, no tiene ningún inconveniente en pasar la
noche con una dama o doncella y no volver a verla jamás: “Galaor
folgó con la donzella aquella noche a su plazer” (XII). Hay otros
personajes que tampoco vacilan en interesarse. Agrajes, un
amigo de Galaor y de Amadís, tiene sus momentos también:
“aquella noche con gran plazer y con gran gozo de sus ánimas
passaron.” (XVI). El léxico de estas experiencias sexuales se
diferencia de las palabras que definen la primera experiencia
entre Amadís y Oriana. Las palabras que describen las prácticas
de Galaor y Agrajes precisan un amor que se inclina más hacia
“retozos carnales” que hacia un amor sentimental. Los hombres
son permitidos de libremente participar en estas aventuras; algo
no permitido a la mujer. Claro que se requiere a una mujer para
cada uno de los escarceos de estos hombres, pero estas son
pasajeras e instrumentales solo para esta función. Ellas son
sojuzgadas por el vituperio medieval que permitía el desahogo
masculino y restringía el femenino.
La mujer estaba retratada como la “viciosa” o la “virtuosa”,
pero no existían las despreocupadas amantes de la libertad y del
ocio, una imagen de la que disfrutaba su homólogo masculino. La
tradición cristiana al verse enfrentada con la cuestión de la
tentación acusaba a la mujer de este “ultraje”. En un mundo
masculino si la mujer no es la tentada, es la tentadora. El
hombre le pide castidad siempre y cuando no le pide favores.
Creo que la que mejor observa esta hipocresía es Sor Juan Inés
de la Cruz en su poema Hombre necios que acusáis: “Hombres
necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la
ocasión / de lo mismo que culpáis: /…pues la que más se recata / si
no os admite, es ingrata / y si os admite, es liviana”. Y la
mujer en medio tiene que decidir entre la libertad prostituida o
la castidad encarcelada.
El hombre, en comparación con la mujer, tiene más libertad
sexual en estos textos. Se legitima e incluso el autor justifica
en varias ocasiones la promiscuidad de Galaor. En una de sus
primeras aventuras Galaor entra en un castillo y ve a “muchas
dueñas y donzellas en sus camas” de las cuales él, como ya
indicamos, escoge a una. Pero a pesar de la galantería de Galaor,
hay mujeres que lo pueden resistir y contrariar. Una lo rechaza
en el capítulo XLI, y otra, Dinarda, le dice directamente que le
cae mal “Si yo os mostré amor, fue con sobrada miedo que
tenía.. . Idos, don Galaor, y si en algo por fize, no me lo
agradescais, ni se os acuerde de mí sino de enemiga.” (LXIX).
Esta última es la que más a Galaor le gusta. Estas mujeres son
más fuertes y prudentes y se contrastan con las que siempre se
entregan a la voluntad del hombre.
Galaor también tiene fama de ser buen guerrero, después de su
hermano, claro, pero a causa de sus aventuras con las mujeres le
hacen inferior a su hermano, el más casto de los dos. Hay un
caso que claramente ejemplifica la diferencia entre los dos. Galaor, quien rescata a una mujer de un malandante, se queda con
ella esa noche: “descompusieron ellos ambos una cama… haziendo
dueña aquella que de antes no lo era. Satisfaziendo a sus
deseos.” (XXV) se queda con ella “de consumo hasta cerca del
día”, mientras que Amadís pasa la noche hablando con su escudero Gandalín “de muchas cosas fasta la mañana.” (XXV). Su hermano,
aunque sea el mujeriego de los dos y es más conocido por su
desenfreno social, es un personaje central. En más de un caso
él saca a Amadís de situaciones comprometedoras, como en un caso
vemos aquí cuando un caballero le dice a Amadís:
"Vos sois muy hermoso, y fazed buen semblante, y llegaros he a
la dueña tanto que le aya dicho que sois el mejor cavallero del
mundo; y requeridla de casamiento, o de haver su amor en otra
guisa." (XXXIII)
Amadís desde luego está atemorizado al pensar en tener
relaciones con otra mujer, porque la infidelidad es uno de los
mayores yerros posibles. Entonces lo que propone Amadís es que
esta mujer se una con su hermano Galaor, quien está encantado de
verse con cualquiera. Esto pasa más de una vez en el libro y son
factores que se complementan -la fidelidad de uno y el vicio
del otro-, y a la vez logran exponer el modelo de perfección que
Amadís personifica.
Otro hombre que desatiende las normas sexuales es Agrajes, el
compañero de Amadís, quien en una ocasión en su juventud se
revela algo indiscreto, mirando por entre las puertas “desseoso
de ver mugeres más para las servir y honrar que para fazer su
coraçón sujeto en otra parte que ante estava, quiso por las
puertas de la cámara mirar lo que fazían” (XVI). Él también goza
de la compañía de su amada, Olinda. Estos episodios sexuales de
mancebo muestran la picardía de los jóvenes caballeros pero se
oponen con la emoción sentimental de la pareja central.
La sexualidad se presenta como un experimento para el varón
adolescente, mientras que para la mujer permanece prohibida por
toda la vida. Varios reyes incluso van descubriendo a hijos
ilegítimos que han tenido con otras mujeres en el pasado, y las
reinas esposas no tiene más remedio que sonreír y aceptar la
situación. En el caso del medio hermano de Amadís, Floristán,
por ejemplo, se explica que el rey Perión estuvo con una mujer
que prometió suicidarse si él no durmiera con ella, y él cedió,
diciendo, “Estad, que yo haré lo que queréis.” (XLII). Además de
no ser ésta una viable explicación, la mujer otra vez es la
infractora. No le espera al hombre la muerte en estas ocasiones,
sino que se lo perdona como una imprudencia de joven galán. La
mujer no le puede reprochar al hombre (por lo menos en público)
por su libertinaje, pero cuando se le sospecha a ella, el hombre
con toda su furia prefiere desconfiar que averiguar.
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