La primera vez que visité Cuba fue en 1961 para los festejos del
26 de julio. Era el año de la alfabetización, cuando la juventud
se había movilizado al campo, a la sierra, para poner esos
instrumentos al alcance del pueblo: leer y escribir. Y unos
meses atrás, en abril, había sido la victoria de Playa Girón,
cuando en 72 horas fue derrotada y hecha prisionera una
expedición invasora financiada y adiestrada por EU. Así que,
vaya el lector sumando: festejos del 26 de julio + derrota de la
ignorancia + derrota militar del imperialismo = gran euforia.
Sin embargo, había rostros preocupados. ¿Qué pasaba? Un tren
cargado de frutas, mercancía por demás perecedera, no podía
entrar a La Habana, se lo impedían otros trenes; y éstos no
podían despejarle las vías porque se las taponaba precisamente
el cargado con fruta. ¿Eso sucedía…? Antes que pudiera hacer
preguntas, los amigos de rostros preocupados habían
desaparecido.
Volví a Cuba en 1970. La revolución se había planteado una zafra
gigante de 10 millones de tns y sólo alcanzó 8 y medio con el
costo adicional de desorganizar la producción y el transporte.
Fue cuando Fidel pronunció un discurso autocrítico llegando a
ofrecer su renuncia y ¿qué creen? aparecieron los rostros
preocupados: te lo dijimos, te lo dijimos -exclamaron- el tren
cargado de frutas todavía sigue atorado. Y desaparecieron.
Volví a Cuba en 1983, con motivo de un evento de historiadores.
Pregunté por el tren de frutas, seguía atorado en el mismo
lugar.
Volví a Cuba en 1990, invitado a dar unas conferencias. Pregunté
por el tren de frutas, seguía atorado en el mismo lugar.
En suma, cuatro veces he visitado Cuba, una por década y así he
podido ver la evolución del país. Quieran los dioses que el tren
cargado de frutas esta vez logre abrirse paso.
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