"La reflexión pertenece a un momento sucesivo o anterior al de
la acción.
Durante la acción nos guían reflexiones pasadas y ya olvidadas,
transformadas en pasiones en nuestro ánimo".
Alberto Moravia en "El desprecio"
No saber si se ha hecho o no, entrar en las tinieblas del
olvido, buscar en los rincones de la mente cualquier indicio que
confirme o niegue que ha sucedido o que aún debe suceder. Ese es
el camino que recorre el protagonista de "Un horrible bloqueo de
la memoria" de Alberto Moravia, al no poder recordar si ha hecho
algo que no sabemos bien qué es. Sólo se nos da la pista de que
se trata de una acción relacionada con una pistola, pero
mientras el personaje intenta volver atrás en su memoria para
reconstruir el derrotero que siguió hasta encontrarse en medio
de un embotellamiento sin saber en verdad si ejecutó lo que
tenía que ejecutar, uno se deja llevar por una impaciencia casi
frenética al querer saber qué pasó o qué pasará.
Se arman, así, dos mundos paralelos y convergentes. Por un lado,
el narrador presenta la realidad "externa" como un espacio desde
el cual le llegará el conocimiento de si en verdad se realizó o
no la acción. En esa realidad buscará pistas, indicios que lo
ayuden a entender su situación, pero sólo serán respuestas
externas a su incertidumbre, y no un trabajo de la memoria. Ésta
se encuentra activa en otro espacio que podríamos llamar
"interior", desde el cual el narrador alcanzará el fin de su
dilema sólo en base a una puja intelectual e íntima. El mundo
externo es presentado como luminoso. Es el de las luces del
semáforo, el de la ciudad. El mundo interno es oscuro,
intrincado. Sin embargo, en la luz está la real oscuridad, el
verdadero generador de vacío: es cuando se levanta y prende la
lámpara de su habitación cuando el personaje pierde la memoria.
La memoria, pues, se apagó en el preciso instante en que se
encendió la lámpara. En su interior él se encuentra satisfecho,
cómodo, casi en su centro. (...) Sentí, en compensación, que la
oscuridad me "apetecía", que tenía hambre de ella, como se tiene
hambre de comida después de un largo ayuno.
El personaje pretende dejar al mundo interior, es decir, a la
memoria, esclarecer su problema. Su búsqueda frenética empieza
cuando decide él mismo desandar el camino andado para comprender
dónde comenzó su amnesia. De este modo, a lo largo del cuento se
desdobla su realidad en la oscuridad y la luz; la verdad
exterior, por un lado, que sin tregua lo ataca, lo atosiga
mientras él prosigue con su imperiosa búsqueda personal,
interior; y por otro lado, ese mundo íntimo que no se deja
atrapar y que es rico e intrincado como el desierto, la
oscuridad deliciosa. Alguien podría encontrar paralelos en las
filosofías que pregonan una búsqueda equilibrada desde adentro
hacia afuera y no desde afuera hacia adentro. En el cuento, la
realidad está tanto afuera como adentro, pero el camino en ambas
es distinto. No es poco frecuente encontrar en Alberto Moravia
la idea de que las "circunstancias", los "objetos" dictaminan de
forma invasiva y abusiva los pasos de los hombres, acaso
acosándolos, en sus intentos por encontrarse a sí mismos dentro
de sus desiertos personales.
El narrador es impaciente, pero perseverante. Y yo, antes de que
el embotellamiento se resuelva, tengo absoluta necesidad de
llegar a saber sólo por mis propios medios, es decir,
exclusivamente con ayuda de la memoria, y no gracias a indicios
proporcionados por objetos, si la cosa ya sucedió o todavía debe
suceder. Antes de que el embotellamiento se resuelva (un
paralelo de su bloqueo mental), debe triunfar por sobre las
fuerzas externas. Debe, de alguna manera, hacer de su entorno,
un producto de sí mismo y no al revés.
Por otro lado, esa necesidad increíble de saber lo que sucederá
o sucedió, plantea un espacio de incertidumbre para el lector,
quien adopta la misma actitud del protagonista pero respecto a
la resolución del cuento. El narrador deliberadamente empuja al
que lo lee a que se abstraiga de su realidad hasta que el cuento
termine, y que así, llegue al final del dilema rápidamente,
antes de retornar a su realidad. El cuento es el embotellamiento
del que no parece haber salida, pero del cual en el fondo se
espera, eventualmente, escapar.
La acción no se recuerda porque forma parte de la inconsciencia.
Debo indispensablemente superar lo antes posible esta especie de
bloqueo que me impide hacer algo para mí fundamental: tomar
conciencia. La acción, como diría Moravia mismo en otro escrito,
es el producto de un mecanismo espontáneo, lejano a la
reflexión, a la búsqueda intelectual. Sucede en el ámbito de la
luz, pero no como producto de ese mundo ni del mundo de la
oscuridad, sino como un momento preciso que nace luego de la
conciencia, pero que en sí mismo es inconsciente; fluye sin
ataduras de ningún tipo.
El final es trágico, ya que los autos comienzan a moverse y el
personaje entiende que no será él quien, finalmente, descubra si
pasó o no la cosa. Se lo revelarán los objetos y las
circunstancias. Y de este modo, no sólo se sella su destino,
sino el de todos los hombres, quienes, en general, aunque
intenten con todas sus fuerzas, siempre serán víctimas de la
intromisión del engañoso mundo de la luz, de las crueles
artimañas de lo externo.
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