Fue una tarde cuando el día moría, el sol se alejaba para dar
paso a la noche y la primera estrella, tímidamente traviesa, se
asomaba en el cielo invitando a sus hermanas a la danza
cotidiana. Un guazuncho perdido se vio entre la maleza a unos
metros de un rancho con ventanas y puerta abiertas, mientras una
bandada de loros se retiraba a dormir.
Allí estaba Don Ignacio como siempre, taciturno, misterioso, con
la mirada perdida en algún lugar del tiempo lejano, pero grabado
para siempre en su corazón curtido por la inclemencia de la
vida.
Don Ignacio parecía haber adquirido la imagen del paisaje
agreste del Impenetrable.
No solía hablar demasiado, solo pasaba las horas en la puerta de
su rancho a orillas del río Bermejo, tal vez recordando en
silencio la algarabía de sus hijos jugando en el barro de la
orilla.
Tres pequeños arrancados de su lado cuando la hambruna les borró
la risa.
O tal vez evocaba en silencio la sonrisa de su compañera
fallecida también de causas evitables si en el paraje donde
reinaba la miseria y el abandono, hubiera habido un médico que
diagnosticara a tiempo la tuberculosis.
Llegó de Corrientes ese hombre, hijo de “gringo” emigrante de
Europa en la bodega de un buque surcando mares huyendo de las
violentas represiones que siempre expulsan a los rebeldes hacia
la serenidad.
Conoció allí a una nativa, la madre de don Ignacio que también
trabajaba en la siembra de algodón y con quien tuviera sus otros
once hijos.
No podía calcularse la edad de don Ignacio, el tiempo estaba
como detenido en ese gesto inexpresivo de su rostro del color de
la tierra donde abriera sus ojos por primera vez.
Su vida estuvo siempre desequilibrada por la desgracia, el dolor
hizo nido en esos ojos tan negros como la espesura de la zona en
las noches sin luna.
Don Ignacio, como lo llamaban en el pueblo, tenía alma de poeta.
La falta de oportunidades impidió que desarrollara ese don que
le fuera otorgado.
Las pocas veces que hablaba los vecinos rodeaban el banco donde
se sentaba, para escuchar sus consejos que eran muy claros
aunque difíciles de seguir cuando el miedo hacía su aporte.
El viejo era corajudo, nunca bajó la mirada al “patrón” cuando
gritaba, como hacía el resto de los pobladores del caserío.
Siempre les decía que debían rebelarse, se negaba a que otro
hombre pudiera ser su patrón cuando trabajaba en el monte antes
de la salida del sol hasta el anochecer.
Cuenta la gente del lugar que una noche cerrada, la última que
lo vieran, se oyó la voz del hombre y la de una mujer.
Conversaban como si se conocieran de siempre, pero no era la voz
de una lugareña, parecía una mujer fina con un tonito muy dulce
por momentos quebrado por el llanto.
“¿Por qué nombrarte me duele tanto? –preguntaba don Ignacio casi
en murmullos - yo quiero cantarte, Patria, pero mi canto no es
bueno, suena a latido del alma, que nace tibio en mi pecho, pero
hacen falta otros pechos que quieran cantar el canto. Patria, mi
canto es apenas murmullo, tan sólo eso…
-Quiso la historia que ojos sombríos se posaran en tu falda,
abrieron puertas de infamia, profanándote con saña de norte a
sur, asesinando a tus hijos que resistían estoicos la furia
devastadora. Ríos, lagos y lagunas, montañas, cerros, oteros
sucumbieron ante la fuerza expoliadora de los blancos que
llegaban para quedarse, hasta que nuevos mandatos indicaron el
tibio paso de manos a otras manos tan rapaces como aquellas-,
continuaba.
-¿Cómo?-preguntó la mujer indignada. ¿La corona española
financió tanto atropello antes de que un grupo de argentinos me
formara como Patria?
-¡Cómo poder explicarte! Si yo atrapé el recuerdo de lo que eras
cuando esas fuerzas extrañas comenzaron a mirarte y a soñar con
tu riqueza, respondió don Ignacio.
La mujer entre sollozos respondió:
-Siempre me consideré tierra de paz y trabajo. Tierra de puertas
abiertas con la que soñaban tus abuelos cuando la miseria y las
guerras se desencadenaron allá lejos impulsadas por conciencias
frías y ejércitos acunados con proyectos de odios.
-Esos ejércitos infames se modernizaron tanto que ya no hacen
falta uniformes para uniformar ideas. Ahora son nombres de
empresas cobijados bajo el manto que les permite penetrar la
subjetividad de tus hijos, Patria mía, succionando la sangre de
tus arterias heridas.
-Nuestros abuelos llegaron desde aquella Europa donde está la
que llamamos “madre” y a la larga vimos que se trató de un
Cronos que se fue devorando a sus hijos uno por uno, para luego
depositarnos bajo las garras de otro Cronos que habla distinto y
se hace entender imperativamente. -Así lo hizo contigo y con tus
patrias hermanas, esas que hablan tu lengua, que comparten
tradiciones, que tienen el mismo olor y color de pueblo moreno y
resisten cada embate desde el odio visceral que ostentan los
criminales.
-Si se hubieran atrevido a unir sus manos y almas, formarían la
Patria Grande que soñaran los libertadores. Ese sueño hoy es de
unos pocos, pero cuánta falta hace, dijo la Patria, sentándose
sobre una roca filosa.
-Me resisto a creer que los hayan herido tanto, que los llenaran
de llagas y que para poder mencionarme no puedan omitir
historias de lutos y atropellos genocidas.
Don Ignacio suspiró, pasó el dedo índice por el borde de sus
ojos y siguió diciendo:
-Historia de destierros, robos, despojos e infamias enquistadas
en los siglos convirtieron en jirones tu ropa celeste y blanca y
pusieron en tu pecho un “I love you” que no es nuestro. No lo
quiero, lo repudio, me da asco, nunca acepté que se instale. Lo
dejó entrar el silencio cómplice de los amorales.
-Te inundaron de palabras que no son tuyas ni nuestras, nos
mostraron otros mundos que dicen maravillosos, y para que no
hubiera dudas, nos los trajeron en trozos como espejos de
colores y fueron tantos los que lo consumieron que se instalaron
nomás, como si nada. La voz del hombre se sentía entrecortada.
¡Cuánta sangre derramada, cuantos sueños libertarios para llegar
a ver esto…! Cosa fuerte el interés, la moneda, el capital en
los bolsillos de pocos mientras el hambre hizo nido en las
panzas de los pobres.
-Fuiste mi linda Argentina, pasado de granero del mundo, tierra
de trigo y de pan que parece no ser rentable. Ahora es tierra de
yuyitos promisorios que se exportan para alimento de los cerdos,
allá lejos.
-¿Dónde? Preguntó la Patria.
-Allá, donde están los cerdos…respondió con indignación.
Y siguió la letanía de don Ignacio en la noche:
-Tierra abonada con sangre, con despojos de rieles oxidados, de
columnas de trenes olvidados que ayer llevaran tu canto a cada
rincón de pueblos, que no murieron de muerte, sino por
asesinato.
-De glaciares negociados, de aguas privatizadas, de minas a
cielo abierto, de suelos contaminados, de recursos entregados a
las garras de la ambición.
No podía contener su lengua, don Ignacio, la rabia por el ayer
asesinado corroía sus entrañas.
-Cómo nos cambió la historia, Patria querida, a quienes ayer te
irguieran un culto de moral y esfuerzo, hoy llamamos
desocupados.
-¿Serán esos los que vi?, preguntaba la mujer –esos que gritan
su marginación en columnas justicieras, buscando con desespero
lo que les han arrancado, la dignidad que resiste a que la
exoneren, nada menos…
-Sí, son esos, respondió don Ignacio
-“Espectros” que van con palos para enfrentar otras armas que
los apuntan de lejos. De esas que escupen sus fuegos, arteros,
que sí, los matan, mientras te riegan con sangre y pocas veces
se entiende.
-Mi Patria linda, te robaron primaveras, expropiaron tu mañana,
te oscurecieron el alba volviéndote pedacitos de historia
destartalada.
Un sollozo de mujer rompió la noche de pronto, el hombre siguió
diciendo o le habló su corazón:
-Ay Patria, tráiganme un mago que te arme, de repente, que
llegue un beso que borre las lágrimas de tus frente para ir
pintando la gloria, recreando la memoria que te arrancaron un
día para instalar otra historia.
-¿Por qué hablar de vos me duele tanto? ¿Será porque se tus ríos
y lagos contaminados?
-¿Por los niños sin escuelas? -¿Por sus padres sin trabajo?
-¿Por los piececitos descalzos que danzan pasos de olvido, al
ritmo del crujir de tripas en sus pancitas con hambre?
-No, no, no, dijo con dolor la Patria. Don Ignacio continuó:
-¿Por los viejos que con tanto esfuerzo te hicieron grande para
ser luego abandonados a un destino de despojos?
-¿Por los descalcificados esqueletos de los hospitales que hoy
gritan tanta desidia pero sin ser escuchados?
-¿O por el cóndor que asoma sus garras y lo presiento con el
alma estremecida llena de dolor y espanto?
-Ay, no digas eso, dijo la mujer llevándose las manos al rostro.
-Pero que triste es nombrarte y que las letras que forman tu
hermoso nombre, estén ahogadas en llanto.
-Me dolés Patria, me duele verte agredida, humillada. Si
lográramos que a muchos les duela la misma historia, estoy
seguro, la gloria se asomará de repente.
-Te quiero libre y en paz, estrecho filas contigo, quiero al
viento tu vestido blanco con franjas de celeste cielo
aclarándonos la aurora y en el medio de tu pecho quisiera ver
como antes un sol solemne que arranque ese “I love you” que me
duele…”
La patria se estremeció, en medio de su sollozo alzó sus ojos al
cielo, besó la frente del hombre y se internó en la espesura del
monte para ya no regresar.
Cuando despertó el día el banco de don Ignacio amaneció vacío.
La puerta del rancho estaba abierta pero el hombre no estaba
allí.
-Buenos días, don Ignacio, dijo la señora del rancho cercano.
–Oiga don Ignacio ¿se siente usted mal?
Silencio, el hombre no estaba, nadie lo vio salir, los vecinos
se agolparon en la puerta y los niños preguntaban –Madre, ¿dónde
está don Ignacio?
Nadie lo volvió a encontrar. Dicen que durante el día andaba el
patrón rondando con los cuatro matones que lo acompañaban
siempre y al ver al viejo sentado y mirando al horizonte dijeron
“tené cuidado porque vas a acabar mal”.
-¿Dónde estará don Ignacio? Se preguntaba la gente. -Pucha que
cuando anda el patrón con esos tipos ladinos, la mala suerte se
escapa y algo pasa por acá.
-¿Por qué ya no está don Ignacio?- preguntaban los chiquitos
cuando andaban por ahí.
-Lo habrá tragado el Bermejo, ahora váyase a jugar, decía algún
grande temeroso.
Fueron pasando los días y de eso no se habló más…
Ver Curriculum
