Es una extraña felicidad convivir con la pérfida Edna. Tiene un
refinado gusto por las ciencias ocultas modernas y las artes
decorativas satánicas de revista kitsch. Hasta tal punto que ha
llegado a convertir su casa en un mausoleo repleto de momias
amarillas, escobas voladoras, botes de sopa de tomate Campbells
y artefactos satánicos adquiridos a través de Teletienda.
Incluso a su difunta madre, una vez muerta, la usó como parte
del tétrico y fastuoso diseño de su angustiosa mansión. Una
verdadera obra de arte e ingenio por parte de la querida bruja
Edna, la mujer más exótica de Liverpool. Yo siempre había sido
su gato, hasta que me convirtió en crítico de arte, lo cual es
mucho peor en estos tiempos. Estudio tendencias figurativas en
las mañanas y bebo vino con autores parisinos al atardecer. Soy
su más ferviente admirador, le vengo como un guante, me dice
halagüeñamente cuando necesita con quién discutir sobre peinados
rococó o pinturas de Klimt serigrafiadas en escobas voladoras
sin motor.
Pero es inaguantable vivir con una hechicera como ella. Confunde
Halloween con la pasarela Cibeles y me sigue invitando a pésimas
latas de sardinas sin apreciar mi nuevo estado. ¡Edna, la gran
bruja inglesa que pasea sus últimos amantes por Hollywood, es
inigualable! Recuerda, Edna, maldita hechicera de Cacharel,
recuerda siempre que eres única... Exactamente igual que todos
los demás imbéciles de este mundo y cualquier día saltaré por la
ventana a ver si me conviertes en un improvisado cuervo y puedo
al fin huir de tu sofisticada y mortal presencia. ¿Quién no ha
soñado con volar y volar? ¿Quién no se ha enfrentado alguna vez
a la terrible imagen de un crítico de arte volando como un
cuervo por los cielos grises de Liverpool?
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