
Desde
Silencios que contarte, premio de poesía Pastora Marcela
2001, el instinto poético de Bermejo ha sido infalible en cuanto
a su anhelo de búsqueda de una nueva manera de decir el verso.
Dijimos entonces: “Ya en el libro anterior,
Diván itinerante,
tuvimos la ocasión de comprobar una cualidad que es permanente
en Bermejo, y se trata de una continua búsqueda de nuevas formas
de escritura poética (aunque haya quienes me salgan al paso y me
digan que no hay nada nuevo bajo el sol). Su musa se satisface
ensayando vocablos que están como a la espera en el diccionario
para ser empleados, como es su caso, en deslumbrante complot con
la metáfora, enriqueciendo con ello su bagaje literario.
Silencios que contarte oscila entre el amor y el sentimiento
elegíaco.”
Sin embargo, para enfrentarnos a la reseña de este nuevo libro
hemos de adoptar otra óptica. Vemos ejemplos de él.
Soy quien se busca
el que lanza sus redes
sobre los astros reflejados
en el caudal
el que rastrea cardumen soy
el que se ayuna
insaciado
insaciable
el laberinto caligráfico
de la voz desangrada en un grafito
que indeleble perjura
ego sum
En otras entregas la poesía de Bermejo ha perseguido una
escritura rupturista de lo convencional, esa mucha poesía que se
escribe aún, incluso por poetas y poetisas de altos galardones.
Lo indiscutible del poeta extremeño afincado en la Isla de San
Fernando desde años ha, es ese inconformismo del verso
gramaticalizado que se esfuerza en contarnos historias
sentimentales o narrativas sin tener en cuenta que la poesía es
creativa. Y esa exigencia nos llega desde los albores de la
contemporaneidad, en concreto en la estilística individual con
la escuela idealista de Croce, Vossler y Spitzer.
Vemos otro ejemplo:
dejo abierto el cancel
adrede
y un libro
y una vena
y una caja
por si quieres entrar
y saquear el silencio
la plenitud en blanco
de la página
o por si decides salir
a dilapidar el vacío
y arruinarte
una vez más
voz mía
irremediablemente
El poeta ha de sorprender al lector, más que deleitarlo
narrándole una experiencia común en el amor, el recuerdo o la
nostalgia.
Ricardo Bermejo es consciente de que hay que violar la semántica
y en ello está de acuerda con Derrida cuando el filósofo francés
habla de la deconstrucción. El poeta, en este caso Bermejo, “deconstruye”
el verso al uso implicándose en el arte de la sorpresa
lingüística, dándole la vuelta a la semántica que se podría
seguir en una lectura ya reconocida, empleando el término de
Shklovski, o sea, lastrada por el deseo de comunicar sin
reformar el significante:
bienvenidos seamos
a nosotros
a los de entonces
a los que somos
a los mismos
otros
El poeta busca desde el comienzo hasta el final del libro el
desconcierto, pero lo hace con un discurso poético que en nada
se parece a lo que se espera con un presupuesto tradicional de
la poesía; o sea, la semántica obediente a la lógica. Un hilo de
madurez literaria ensarta todos los poemas con un deje irónico
expresado con procedimientos vanguardistas en la presentación
del texto.
Ricardo Bermejo sigue en su avance por el territorio de una
poesía con banderas innovadoras ajeno ya a la retaguardia de la
poesía redicha o fácil de escribir con al anuencia de unos
sentimientos o unas ideas que menosprecian el verdadero fin del
discurso poético: la creatividad, o el verso con ráfaga de
aforismo:
piedad puedo esperar
de un tigre
no del tiempo
En conclusión,
Bisontes en la cueva de la voz es una muestra de
que la poesía puede ir por otros senderos, en los que el poeta
se compromete a desmarcarse de un continuismo condenado a la
indiferencia porque ni emociona ni sorprende al lector que esté
habituado a leer poesía.