El deseo de la palabra, tiembla, se desnuda, hasta abrirse en el
cuerpo como una red de ecos.
La oralidad
La voz es cuerpo que toca, mira, siente, gusta. Es el placer o
el encanto que viaja de la boca a la oreja. Es el abrazo
alrededor del fuego como al principio de lo humano. Es lo
pequeño multiplicado, porque necesitamos estar cerca para
llegarnos. Es la palabra que crece, juega, arremete.
Cristina Villanueva
LA VOZ HUMANA COMO FLUIDO
La voz humana es un fluido y de allí que, históricamente, los
relatos hablados y las declamaciones no sólo sean la base de
toda literatura, sino que la misma debe volver a sus fuentes una
y otra vez para nutrirse de sangre y mantener la vida.
La voz humana es un fluido que transporta otros fluidos. La
Microgota de Flügge es una partícula muy pequeña de saliva, que
en una conversación genera entre los hablantes una húmeda, tibia
e invisible nube cargada de energía. Es a través de ella que se
siente el clima de la charla y las emociones que acompañan
sutilmente a las palabras.
Hasta la invención de la imprenta, todo texto tenía sentido si
en algún momento era nombrado, proferido. En sus Confesiones,
San Agustín se asombra al ver a San Ambrosio leer en silencio,
cosa que era considerada anómala en la época. En los claustros
dedicados a la lectura de los monjes en la Edad Media, se
escuchaba el zumbido de los religiosos que repetían una y otra
vez las palabras, arrojando alientos y gotas de saliva sobre las
delicadas filigranas de los libros. De allí que estos
Encadenados, como se diera en llamarlos debido a que era
necesario asegurarlos para impedir los robos, tuvieran la fuerza
que les brindaran el baño fluídico de generaciones enteras de
lectores.
La creación de la imprenta separa la lectura de los líquidos
corporales. Multiplica los libros, permite que lleguen a más
personas, y que se difunda una cultura puramente teórica. Con
ella, el divorcio entre la vida y el intelecto es creciente.
Marshall Mc Luhan no está tan errado cuando atribuye al
advenimiento de este invento el surgimiento del pensamiento
mecanicista de Descartes y por ende la posterior cultura
cientificista, cuyo avance, lleno de luces y sombras, vivimos en
la actualidad.
A pesar de esto, aún hoy en día, no es lo mismo escuchar a un
cantante en vivo que disponer de sus discos. No se lo admite,
pero estar presente en la interpretación, implica someterse a
los fluidos del ídolo, a su apreciada e invalorable Microgota de
Flügge. Es la multitud que brama y se agita, la creadora de esa
nube de saliva que flota sobre todos; que abarca a los que
participan del éxtasis que produce la música. A unos y a otros
nos une el baño con nuestros propios fluidos.
Viene a cuento la anécdota que se narra en el drama “Atahualpa
donde se describe la aprehensión del último Inca. En la selva se
reúnen Atahualpa, Hernán Cortés y el padre Valverde. El
religioso brinda al aborigen un ejemplar de la Biblia, señalando
que es un mensaje del Dios Supremo El Inca acerca el libro a su
nariz para olerlo, lo pone junto a sus oídos, lo prueba con la
lengua, lo acaricia, y lo devuelve con una expresión en quichua
que afirma “Esto no me dice nada”. Es la señal para que los
soldados escondidos entre los árboles, se hagan presentes y lo
detengan. El aborigen esperaba que aquel objeto le aportara una
supuración líquida o aérea; algo que pudiera percibir con los
sentidos, pero era un ejemplar producido en serie por la
imprenta, cuyo único contacto con la naturaleza era la lejana
evocación de los troncos que se abatieron para crear el papel.
FLUIDOMAQUIA
A veces la voz desmiente lo que dice, tiene su verdad y un
espacio en el que se derrama.
En este tiempo de virtualidades solitarias en el que nos quieren
inocular la desconfianza por el calor de la gente que se junta,
piensa y siente acompañada, la oralidad es como en las Mil y Una
Noches, una contraseña contra la muerte.
Cristina Villanueva
En toda la prehistoria y la historia humanas, los fluidos han
lubricado los vínculos entre nosotros y de nosotros con la
naturaleza y todo el cosmos.
En Occidente nos jactamos de una sociedad pulcra, donde los
residuos corporales son arrojados al universo sombrío de los
sanitarios. Disponemos de una colosal tecnología a costa de la
pérdida de la interioridad.
Me encuentro en Estados Unidos, donde, siguiendo un tardío
puritanismo secular convertido en cosmovisión, todo lo natural
del cuerpo humano es un residuo. De este modo, junto a la basura
más rica del mundo, las cañerías arrojan a las plantas de
tratamiento, toneladas de fluidos que son bombardeados por
químicos y alejados de su función primordial: nutrir a la tierra
y a nosotros mismos.
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