Antes está el prólogo, como búsqueda de un refugio; las primeras
palabras a un hijo lejano pero jamás ausente. Y luego la enorme
oda a él, al Ismaelillo distante. Martí utiliza todos los
recursos posibles dentro de su universo poético para incluir en
él al hijo. Las palabras como fiestas, como regalos, como
escondites, como formas de mantener vivo el sentimiento profundo
de ser su padre. Porque ese hijo habita en sus sueños, en las
sombras, en las sensaciones, en los abrazos perdidos o partidos,
en el recuerdo constante, por las mañanas/ mi pequeñuelo/ me
despertaba/ con un gran beso. El Ismaelillo como la raíz misma
de su poesía, el diablillo travieso con alas de ángel que le da
y le quita poesía. Y también como creador y creado, ¡Hijo soy de
mi hijo! /¡Él me rehace!
Salen las voces más internas del poeta para aconsejar, para
evitar caer en el equívoco, para rodear de brillo los momentos
más crueles. Y el Ismaelillo adopta múltiples matices. Es el
salvador, Y si en la sombra oculta / Búscanme avaras / De mi calma
celosas / Mis penas varias,- / En el umbral oscuro / Fiero te
alzas / Y les cierran el paso / Tus alas blancas; y es el que
necesita ser salvado, ¡pudiera yo, hijo mío, / quebrando el arte /
universal muriendo / Mis años dándote / Envejecerte súbito, / La
vida ahorrarte! / Mas no, que no verías / En horas graves / Entrar
el sol al alma / Y a los cristales!
Su hijo se nos hace rey de todas las cosas, hacedor y objeto; es
el que talla la piedra y el que recibe los golpes. Martí vuelca
en él sus frustraciones, el dolor hondo no sólo de no tenerlo,
sino de vivir una vida en la que se le dificulta la lucha, lejos
de su tierra; su eterna necesidad de verter sangre bullante.
El elemento de la naturaleza es recurrente, espacio que ampara y
desampara. Y así el poeta juega con los contrarios y los reanima
en una sola cosa, en un canto largo para un hombre pero para
todos los hombres al mismo tiempo. Pule el lenguaje y le da un
vigor personal, nutre de palabras muy suyas los versos. Rescata
lo cotidiano y lo hace forma. Alguna vez se lo escuchó decir:
"Mi objeto es desembarazar del lenguaje inútil la poesía: de
hacerla duradera, haciéndola sincera, haciéndola vigorosa,
haciéndola sobria; no dejando mas hojas que las necesarias para
hacer brillar la flor. No emplear palabra en los versos que no
tenga en si propia, real e inexcusable importancia. Denunciar el
vulgar culto a la rima, y hacer de esta esclava del pensamiento,
vía suya, órgano suyo, traje suyo."
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