Las manifiestas y profundas ideas soberanistas del presidente
Artur Mas, llevadas a su máxima expresión con infinidad de
manifestaciones públicas y ante todos los medios, solicitada su
adhesión a todo el pueblo catalán en la creencia de que todos
les votarían incondicionalmente en las urnas para elevarlo a la
cúspide donde los profetas, los adalides o los reyes, me libera
la imaginación para, entendiendo su desmesurado afán por
conseguir esa soberanía, y viendo que la realidad le ha rebanado
de un tajo la yugular de los sueños, permitirme abreviar en el
título de estas letras lo ocurrido al imaginativo e ingenuo
aspirante a "soberano". Y por ello el título "La caída del Rey
Artur", que me he permitido poner en catalán sólo por
reconocimiento y afecto a los catalanes, y a todos los que,
siendo o estando allí, también son españoles. Aclarado el
concepto, continúo con mi visión y opinión sobre el señor Mas y
los hechos acaecidos.
Podemos entender que el presidente de la Generalitat, Artur Mas,
igual que los rectores de otras Autonomías, tenga el
convencimiento de que desde el Gobierno central no se le valora
en su verdadera dimensión como país o unidad territorial
autónoma adscrita al modelo estatal, que se le esquilman derechos o
se le hacen trampas en los números a la hora de los repartos de
la fiscalidad y, además, se les obliga a aceptar leyes y
disposiciones que -a su criterio- no
concuerdan con las que, tanto su gobierno como los propios
catalanes, verían como adecuadas y necesarias para la nación
catalana.
Pero, aunque los deseos de independencia son una constante en
una parte del pueblo catalán -demostrado varias veces a lo largo
de su historia-. el señor Mas nunca hasta ahora, ni como actual
President ni antes como Conseller en Cap de la Generalitat de
Catalunya -actitud ahora extensible a su segundo de a bordo, el
siempre prudente y modosito Josep Antoni Duran i Lleida-, había
mostrado ninguna intención visceral respecto a su idea de
independizar Cataluña del resto de España. Puede que ya fuera
algo más que raíces en sus neuronas, pero, sin duda, el punto de
inflexión lo tuvo en las manifestaciones de la Diada del pasado
11 de septiembre.
Los numerosos grupos que componían las manifestaciones, con
multitud de voces y consignas contra el gobierno, pancartas anti
estado y banderas catalanas, republicanas e independentistas, no
dejaban lugar a dudas sobre la imperiosa necesidad de un
inmediato cambio en el modelo de estado, unos -muchos- apostando
por la total independencia y otros tantos -más moderados o
conscientes de la realidad- urgiendo la necesidad de un obligado
reconocimiento a la nación catalana y un mayor autogobierno.
El señor Mas, crecido antes las muestras dadas por el pueblo, se
atrevió a presentarse en la Moncloa a finales de octubre para
cantarle las cuarenta en bastos y las veinte en espadas al
Presidente Rajoy. Se trataba de que aprobara un pacto fiscal
exclusivo para Cataluña que, lógicamente, por ir en contra de las actuales
leyes y tratados o convenios autonómicos, e incompatible con las
medidas adoptadas para la crisis, el señor Rajoy no tuvo más
remedio que negar rotundamente. Esta negativa, que tanto el
señor Mas como todos los medios se encargaron de difundir
profusamente por los cuatro puntos cardinales, originó el
cataclismo neuronal en el presidente catalán que resolvió con la
decisión de una total independencia de Cataluña del estado
español, la convocatoria de un Referéndum al pueblo catalán y un
adelanto de las elecciones generales cuando tan sólo llevaba dos
años de legislatura. Pretendía con esto último, dada la aparente
predisposición observada en el pueblo en las dichas
manifestaciones, más la indudable rentabilidad que le reportaría
la tajante y bien difundida negativa de Rajoy a aceptar sus propuestas, que el
pueblo catalán, acuciados por la idea irrevocable de la
independencia, se volcara en las urnas proporcionándole, no una
magnífica mayoría como la obtenida en 2010, sino una mayoría más
que absoluta y aplastante que demostrara al gobierno y al mundo
que los catalanes no estaban dispuestos a aguantar a nadie en
sus proyectos como país.
El batacazo -como se ha podido ver- ha sido de órdago a la
grande, un desastre total para el ex-presidente Artur Mas y su
partido, CIU. De los 62 escaños que tuvieron en 2010 se han
quedado con 50, o sea, 12 diputados menos. Un extraordinario
regalo a los demás partidos, entre ellos, ERC, que con 21
escaños (11 más que en las anteriores) se erige en segundo
partido más votado.
Las consecuencias son la obligación de firmar un pacto de
legislatura, posiblemente con ERC, los más próximos a sus ideas
de independencia, aunque también podrían ser simples pactos
puntuales.
Pero, aunque ERC comparte estas ideas de independentismo, de
ninguna forma comparte las de los recortes efectuados por el
señor Mas en los dos últimos años ni, por supuesto, las otras
muchas previstas para la continuidad de esta otra legislatura.
El choque de trenes lo tiene asegurado por partida doble.
Por un lado el que le supondrá seguir con sus proyectos de
independencia, que, además de que los obstáculos para
conseguirlo podríamos decir que son insalvables, le reportará
innumerables quebraderos de cabeza con las ilegalidades que
pueda cometer apenas continúe con sus pretensiones del
referéndum (y otras que en este momento ni siquiera podemos
adivinar). Y por otro lado, la necesidad imperiosa de atender las
medidas de la crisis, tanto las de índole interna como las
ordenadas y/o sugeridas por el Gobierno, que chocarían
frontalmente con los planes sociales que los izquierdistas
llevan en sus programas. Otro tanto podría ocurrirle si pensara
en el PSC o el PP, toda vez que ninguno de los dos partidos están de
acuerdo con la forma y modo en que el señor Más pretende llevar
a cabo la pretendida independencia catalana.
Sobre esta última cuestión, opino que todos los
esfuerzos del señor Mas debíeron ir encaminados a reuniones y
charlas con todos los demás partidos políticos y presidentes y
responsables de las demás comunidades autónomas con miras a
conseguir un amplio consenso sobre la posibilidad de cambiar la
Constitución y el modelo de estado por una federación o
confederación. Se supone que esta otra forma democrática, además
de que tendría una total aquiescencia por parte de la Unión
Europea, dejaría resuelto toda la problemática legal en la que
se vería incurso de pretenderlo por las bravas y obtendría casi
la totalidad de lo que pretende, es decir, plena soberanía y,
con las salvedades de ciertas obligaciones para con el Estado y
la Unión Europea, un completo autogobierno. De no hacerlo así,
de sublevarse contra la autoridad del Estado y las Leyes
vigentes en España y la Unión Europea, debería pensar que habría
la necesaria intervención -con fuerzas y medios no queridos por
nadie- para restablecer el orden y la legalidad subvertidos, que Cataluña no dispone de ningún Ejército
ni Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y el
Estado sí, y que -por si acaso sus desbarres le hicieran pensar
en ello- los Mossos d'Esquadra, además de ser una fuerza
limitada, ni son soldados ni nadie les puede obligar a que se
consideren y actúen como tales. Si la locura le pudiera,
continuara sus pretensiones por cauces no legales y llegara a la
sublevación (que así se denomina la rebelión contra la autoridad
y las leyes por parte de los miembros obligados a cumplirlas),
no dudo que el Gobierno -con total apoyo de la UE, la OTAN, la
ONU, etc.- actuaría con todos los medios que el estado de derecho pone
a su alcance. Y con todas sus consecuencias. El señor Mas, si
realmente está capacitado para ejercer desde el juicio, debería
olvidar por completo ese camino y, de querer mantener sus ideas
de mayor independencia y autogobierno, emprender el que dicta la
razón que no es otro que el del federalismo.
Al margen de otras razones de orden técnico o socioeconómico, la cuestión que más podría influir sobre posibles negativas
estatales (o del PP, partido que podemos suponer principal
opositor) al cambio de la Constitución para cambiar el modelo de
estado, y pasar de Estado Unitario descentralizado compuesto por
comunidades autónomas, a un Estado Federal compuesto por estados
libres federados, sería que el reparto de la soberanía dejaría
fuera de concurso la Monarquía, y en consecuencia la figura del
Jefe del Estado, que en este caso es ni más ni menos que la
figura del Rey. Mantener la Monarquía puede ser complejo, pero es posible que existan
mecanismos para que la figura del Rey, aunque sin los poderes
que le confíere la Soberanía y la Jefatura del Estado, pueda
persistir de forma muy igual o parecida a la actual de Rey de
España. En mi opinión -creo que compartida por la mayoría de los
españoles-, la figura del Rey es un valor a tener en cuenta que
no debería perderse. Pienso que hay soluciones para todo, pero
que deben ser producto de la reflexión y ejercidas desde la
legalidad, el buen juicio y el consenso de todos los que
componemos esta sociedad en los albores del siglo XXI.
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