El elogio de la crítica en este siglo le ha conferido a
Antonio un renombre sin par que ha eclipsado de una manera,
digamos, injusta, la nombradía de su hermano, Manuel,
también poeta, también de suma importancia en la historia
literaria de España. Antonio es el simbolista /
impresionista y Manuel, el modernista / decadentista.
Manuel nace en agosto de 1874, y su hermano, once meses
después. Tras pasar la mayor parte de la niñez en Sevilla,
la familia se traslada a Madrid en 1883. Este desgarramiento
de su tierra natal andaluza, a la que siempre se
identificará, le produce a Manuel una profunda impresión de
angustia a lo largo de su vida que se refleja en su poesía.
Así en
“Tristes y alegres” (1894), “Cante hondo” (1912) y “Sevilla
y otros poemas” (1919) ejemplifican este espíritu andaluz.
Antonio, en cambio, no comparte el amor a Andalucía que
siente su hermano. En el poema CXXV explica que se siente
como un “extranjero” cuando vuelve a Andalucía: “En estos
campos de la tierra mía, / y extranjero en los campos de mi
tierra / -yo tuve patria donde corre el Duero.” Él tiene, en
cambio, un profundo amor hacia Castilla y su paisaje,
motivado por varios razones: su formación en la Institución
Libre de Enseñanza donde adquiere un afecto a la naturaleza,
su alianza con la llamada generación del 98, que estimaba
Castilla como símbolo del “alma” de España, y sobre todo por
sus años en Soria. Castilla se convierte en una región
mítica y espiritual donde Antonio busca su alma y la del
país.
La identificación que tiene cada Machado con su región
corresponde de alguna manera con su temperamento: Manuel es el
andaluz divertido, alegre, pero algo fatalista, con una vida
dramática que experimenta con los placeres de la vida
sabiendo que la muerte le anda pisando los talones a cada
paso. Antonio, en cambio, parece el prototipo del castellano
asentado con unos valores arraigados en la tierra: el
carácter firme, algo misántropo, con una disposición rural,
tradicional y castiza. Manuel es el cosmopolita de París y
Madrid, mientras Antonio es un hombre del campo. Antonio,
singular de corazón, eterniza la memoria de su mujer;
Manuel, más efímero en su querer, es reputado por la baraja
de escarceos amorosos que ha tenido.
Se puede mejor interpretar las naturalezas de los hermanos y
sus visiones poemáticas a través de sus poemas
autobiográficos. El poema autobiográfico era un modo al
comienzo del siglo que empezó con el “Art poétique” de
Verlaine en 1874. “Adelfos” de Manuel, que comienza su
primer libro Alma, revela que es “de la raza mora”, un
hombre con “el alma de nardo del árabe español”, y Antonio,
en Campos de Castilla, cuyo título en sí es verosímil a su
carácter, dice que tiene “recuerdos de un patio en Sevilla”,
pero que ha pasado “veinte años en tierra de Castilla”.
Prosigue Antonio, manifestando que tiene la personalidad
introvertida, algo retraída: “Ni un seductor Mañara, ni un
Bradomín he sido”; sin embargo, Manuel dice, “De cuando en
cuando, un beso y un nombre de mujer”. Antonio afirma su
gustos y sus aversiones: “Adoro la hermosura…”, “Desdeño las
romanzas…”, mientras lo único que afirma Manuel, dándose por
“pasota”, es su desinterés en todo: “Mi voluntad se ha
muerto una noche de luna / en que era hermoso no pensar ni
querer”. Antonio declara que al final de su trayecto vital
esperará la muerte sin reservas: “Y cuando llegue el día del
último viaje / …me encontraréis a bordo ligero de equipaje, /
casi desnudo, como los hijos de la mar.” La muerte para
Manuel, en cambio, es un acontecimiento cotidiano: “¡Qué la
vida se tome la pena de matarme, / ya que yo no me tomo la
pena de vivir!…” Es verdad que “Adelfos” revela un Manuel
desdeñoso, fatalista, con un enfático sentido de “abulia”
pesándole, sin embargo, a pesar de sus afirmaciones
pesimistas, el poema revela mucho de su visión del mundo,
mientras el “Retrato” de su hermano no es tan fidedigno
estilísticamente al resto del libro en que aparece, Campos
de Castilla.
Otros poemas autobiográficos que Manuel hizo años después,
como “Retrato” (distinto al “Retrato” de su hermano) y
“Nuevo Autorretrato”, descubren que el poeta no muda de
parecer cosmovisionario. Se mantiene fiel, con unos
vaivenes, a su carácter abúlico y desinteresado. Desde el
principio (Alma) hasta el final (Ars moriendi) Manuel
manifiesta sentimientos de angustia y melancolía, usa
imágenes insólitas, siente un desprecio por lo corriente
y mezcla humor, muerte y retozos decadentistas con un
aprecio al amor sensual. Antonio, en cambio, experimenta una
transición evidente desde un modernismo superficial de
sensaciones -“Al grave acorde lento de música y aroma, / la
sola y vieja y noble razón de mi rezar” (poema XX) hacia un
simbolismo de impersonalización- “Sobre la tierra amarga, /
caminos tiene el sueño / laberínticos, sendas tortuosas, /
parques en flor y en sombra y en silencio;” (XXII), y de
esta etapa pasa a la voz poética de Campos de Castilla, en
que los temas de temporalidad y comunidad se mezclan ante el
elogio “intrahistórico” del paisaje castellano. Esta ruptura
entre los estilos de Antonio es evidente: se pasa del
impresionismo artístico al esmero del detalle, del
sentimentalismo a los asuntos histórico-sociales; y estas
diferencias coinciden con el paso de Soledades. Galerías.
Otros poemas. a Campos de Castilla. Los cambios de expresión
poética de Manuel no son tan destacados como los de su
hermano. En Alma, Caprichos, El mal poema, y Ars moriendi
hay una mezcolanza de modernismo, afrancesamiento verlaniano,
erotismo, desdén y andalucismo; la diversidad se halla a
través de toda su carrera poética, aunque se alcanza su
mayor nivel de expresión en Alma.
Los dos hermanos son muy similares en su capacidad de
expresarse, pero muy diferentes en la manera en que se
expresan. Cada uno se identifica con una región diferente
del país. Cada uno tiene una manera distinta de ver el mundo
y de verse a si mismo. Pero se complementan en una manera
única y sin igual.
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