Una noche y en una de sus poco habituales salidas juveniles,
Anna conoció a Franz.
Ella era una mujer bellísima, dotada de una serie de virtudes
que hacían que para cualquier persona, estar cerca suyo, fuera
sentirse alcanzada por una estela de amor.
Cuando conoció al que sería su esposo, pensaba que sus manos
delicadas podían tocar la textura del cielo, estaba enamorada
del hombre, desde el alma. Quien estuviera cerca suyo habría de
verla feliz, volviéndose su sonrisa mucho más tierna de lo que
se notaba antes del hallazgo.
Por esas cosas de la vida, con el tiempo, el hombre dejó al
desnudo su faceta más negativa: era golpeador, borracho y
pendenciero. Había heredado de su padre esas características tan
lamentables, Anna y sus hijos conocieron el destemple de ese
personaje agresivo.
Cuando Franz murió, la gente del pueblito que habitaban,
comentaba en voz baja casi con solemnidad -Por fin Anna va a
descansar, Dios se acordó de ella llevándoselo de una vez por
todas. Y sí, la vida es un bumerang, hizo tanto daño a esa
familia que al final le llegó el castigo de la muerte. Pagó por
todas sus maldades como es lógico.
Anna murió dos años después víctima de tuberculosis en épocas en
que la enfermedad no tenía cura.
-Dios la llevó con El, decían los vecinos, era demasiado buena
para esta tierra y con lo que sufrió con ese degenerado tiene
merecido el descanso final. Ah, sí, el pagó sus culpas con la
muerte, agregaban otros. La vida es un bumerang, todo va y
viene.
-¿Ella tuvo algo que pagar? Preguntó un jovencito que escuchaba
los comentarios sotto voce. Recibió como respuesta a su
blasfemia, la daga de las miradas.
De esa historia quedaron dos hijos, Lenna y Petar.
La muchacha se mudó a otro pueblo y con el tiempo todos la
olvidaron. Petar quedó en el hogar donde pasara su infancia y
adolescencia.
Años después, Petar, conoció a Sophie, se casaron y tuvieron
tres hijos varones.
Petar, como buen hijo –y nieto- de golpeador, también lo fue.
Sophie no era tan amigable como su suegra pero tampoco podía
decirse que fuera una mala mujer, lo que sí, se recuerda, es el
padecimiento por la violencia que recibiera de su esposo.
El murió a los cincuenta años, mientras lo despedían, las voces
del pueblito rumorearon nuevamente:
-Este hombre fue muy mala persona pero ya vimos como terminan
los malos, muriendo como perros y Sophie podrá vivir, de ahora
en más, mucho más tranquila. Dios hace que en esta vida todo se
pague, todo va y viene, la vida es un bumerang.
Ella murió al año siguiente, a nadie se le ocurrió pensar que
más allá de bumerang que regresan los castigos infringidos, la
vida tiene un final y es inexorable.
Petar fue padre de Alois quien con el correr de los rumores y
los años, tuvo un hijo no reconocido con Klara, de 24 años. El
tenía 52 y como es lógico, heredó las pésimas costumbres de su
padre y abuelo. Conoció a varias mujeres con las que se casó
cuando iban muriendo las anteriores.
Con la última tuvo un hijo que llamaron Adolph, como era de
esperar fue el heredero de historias de odio-amor, perversiones
y agresividad.
El cachorro de bestia, víctima de padecimientos y de los efectos
del bumerang que todo lo que arroja a la larga y a la corta,
vuelve, puso en jaque a su pueblito y a los pueblos vecinos.
Su paso por esta vida dejó un tendal que la historia recogió, a
medias, en sus páginas gastadas por el paso de los años.
Sembró semillas de odio y destrucción, fue alimentado desde la
aberración para matar a la esperanza que avanzaba arrasando la
crueldad.
Sus frustraciones quedaron al descubierto en cada paso que daba,
idolatrado y odiado, amó al terror y lo vistió con ropaje
festivo, lo meció en la cuna de su cerebro pútrido. Murió porque
el famoso bumerang “devuelve” todo el mal que uno hace cuando su
paso transitorio por la vida va dejando estelas.
Tal vez como heredero de una historia macabra arrastró las
cadenas dejando surcos de muerte y dolor.
Pena que antes de irse llevó a muchos en marcha apresurada y
nadie puede asegurar que hayan sido legatarios de historias de
violencia, ni cultores del odio, sino simplemente hombres,
mujeres y niños alcanzados por el fuego feroz de la xenofobia.
¿Será que las propiedades justicieras del bumerang no son tales,
sino un elemento más en la extraña compulsión aterradora de
ritos oscurantistas que pretenden instalar el terror a través de
las culpas?
-Adolph, al menos tuvo la suerte de no ser torturado, a
diferencia de tantos a los que el bumerang les pega en la
cabeza, el vuelto por sus transgresiones… murmuraba Iván
mientras leía el periódico en el que anunciaban la muerte del
genocida.
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