Es evidente en los libros de caballerías la polarización de
los sexos. El hombre está en el campo de batalla y la mujer
se queda en el castillo. Esto lo podemos ver en el caso de
Pandricia, en Palmerín de Inglaterra, quien explica su vida
de reclusión: “lo más del tiempo hago mi habitación en un
castillo muy fuerte que acá atrás queda, donde no tengo otra
compañía sin aquesta que aquí llevo; y porque el asiento de
él, por ser muy alegre y gracioso en mucha manera, y estar
poblado de mujeres, tiene el nombre Jardín de las
Doncellas.” (I,32). Como explica María José Rodilla León:
“Dos universos aparecían enfrentados: el feminismo, oculto,
doméstico, confinado al interior de la casa, y el masculino,
guerrero, exterior y público.” Por un lado el castillo es
una cárcel social, donde la mujer de estos textos, a causa
de sus “limitaciones” se encuentra mejor cobijada; pero, por
otro lado, le da la oportunidad de buscar solidaridad con
otras que se encuentran en las mismas circunstancias.
Una mujer generalmente busca la compañía de otra, y juntas
se enfrentan a la sociedad. En el último libro del Amadís de
Gaula todos los caballeros se lanzan a la guerra y las
mujeres se retiran a sus aposentos. En estos casos, el
castillo se convierte en una especie de “sala de espera”
para la vuelta de los hombres. El espacio encerrado también
es una especie de refugio que cobija a las mujeres de las
penas del mundo exterior. Es donde Oriana pasa sus meses de
congoja pensando que Amadís está con otra, mientras que sus
doncellas la consuelan, entre “clamores y dolores” (Amadís,
XCIII). En este espacio privado las mujeres pueden
expresarse como quieran, cosa que permanece oculto al
lector, porque la cámara está casi siempre enfocada en el
mundo del hombre. Como explica Ruiz-Doménec, este espacio es
esencialmente suyo, un sitio de desahogo y expresión libre:
“Ellas suelen dormir juntas, a veces incluso en la misma
cama, y aprovechan esta intimidad para hacerse confidencias
y exteriorizar sus gestos de afecto; un afecto severamente
reprimido en el espacio público, masculino.”
Es curioso que la voz de la mujer en el interior sea casi
siempre en plural, para mostrar su solidaridad. En una
escena hablando de la “fermosura” de Esplandián, las mujeres
responden: “Por esso está bien -dixeron ellas- que estamos
aquí encerradas donde no nos verá.” (Amadís, CXVII). Hay una
seguridad en el interior donde, entre intimidades,
confidencias y unión, las mujeres se apoyan. Otra función de
las mujeres, desde un interior, es animar a los de fuera:
son las espectadoras que atestiguan las hazañas del
caballero. Muchas veces “las donzellas de la torre” observan
y comentan los resultados de una batalla (ej, Amadís,
LXVIII). La “torre” es indicativa de esta comunidad
encerrada. El caso más interesante de esta reclusión ocurre
en el capítulo XCII donde además de ser un espacio prohibido
para el hombre, parece haber cierto privilegio del cual solo
la mujer en estos textos puede disfrutar: “Fuese luego al
aposento de Oriana (Gandalín), donde hombre alguno entrar no
podía sin su especial mandado, que era aquella torre que ya
oísteis, la cual no era guardada ni cerrada sino por dueñas
y donzellas.”
Como una sociedad secreta, el ambiente secreto de la mujer
reserva el derecho de seleccionar con quién y cuándo se
compartirán las intimidades. La condición irrevocable de la
mujer en el libro permanece, sin embargo, subordinada a su
necesidad de esperar al hombre. Aun al final del último
libro del Amadís la reina “estuvo aquel día alguna nueva
esperando con mucha turbación y alteración de su
ánimo.”(Amadís, CXXXIII). En una sociedad en que muchas
mujeres no podían participar en el cambio, no les queda otro
remedio que esperar a que le traigan noticias, o mandar a
alguien a buscarlas.
La mujer en los libros de caballerías es víctima de su
propio ocio. Como pertenece a la aristocracia, no tiene que
trabajar, y al no trabajar no se siente integrada o útil a
la comunidad. La afloración de la conciencia feminista
moderna surgió como consecuencia de la Revolución Industrial
y de la necesidad de incorporar a la mujer en la mano de
obra. La mujer aristócrata de los libros de caballerías no
experimenta esta sensación y forzosamente está condenada a
la espera. El derecho al trabajo a veces coincide con la
necesidad, y esta necesidad atrae nuevos horizontes, pero en
los libros de caballerías no vemos esto.
Una de las misiones del caballero andante es “socorrer a los
menesterosos”, pero cuando la menesterosa es una mujer, las
circunstancias no son una oportunidad para descubrir una
conciencia feminista, sino para afirmar su dependencia al
hombre. Y si las mujeres se encuentran en el ambiente del
hombre (el exterior), están mayormente indefensas. En un
caso que ejemplifica esto, vemos a algunas presas
indefensas: “Leonoreta con sus niñas y donzellas, que de
rodillas en la carreta estavan, alçadas las manos al cielo,
rogando a Dios de aquel peligro las librasse; messaron sus
cabellos y dieron muy grandes gritos y bozes llamando a la
Virgen María” (Amadís, LV), y la escena a continuación las
retrata, después de liberadas de la mano del hombre, como un
grupo de despreocupadas sin la menor comprensión de la
gravedad de la situación: “Y Leonoreta y las niñas y
donzellas hizieron de las flores de las florestas
guirlandas, y en sus cabeças puestas, con mucha alegría
riendo y cantando se fueron a Londres”. No son todas mujeres
son retratadas así, claro, pero sí dan el trasfondo
necesario para hacer resaltar la valentía del caballero en
su momento oportuno de socorrista.
En estos textos es evidente que la mujer ocupa un lugar
secundario al del hombre, pero su relieve es esencial al
arranque de la narración.
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