"El arte es confesión; es un secreto
revelado"
Thornton Wilder
"Pero el arte no es sólo el deseo de revelar el secreto de uno
mismo; es el deseo de revelarlo y esconderlo al mismo tiempo",
continúa Wilder.
¿Qué es el arte? Morirte de frío, alguien dijo por ahí. Tal vez
es un par de cosas más que no necesitan etiquetas. Una de las
necesidades humanas más grandes es la de rotular todo lo que
somos y todo lo que hacemos, sin tener en cuenta que la mejor
manera de realmente expandirnos con los otros es olvidando las
definiciones.
Lo primero que hacemos cuando conocemos a alguien es preguntarle
a qué se “dedica”. Dedicar viene del latín “dicare”: consagrar,
destinar algo en justicia. Tanto el verbo “dicare” como el verbo
“dicere” tienen origen en la raíz indoeuropea “deik” que
significa indicar, mostrar. Y desde siempre, lo que nos gusta
hacer es indicar, levantar el dedo y tomar fragmentos de la
realidad catalogándolos, haciéndolos pequeños mundos con reglas
propias. Pero, como bien dijo un autor irlandés, todo lo que
define termina limitando.
Definir, entonces, lo que es y lo que no es “arte” sería tarea
compleja y por lo demás inútil. Tal vez podríamos hablar de
múltiples puntos de vista, de múltiples acercamientos a lo que
el arte representa para cada individuo. Para Wilder la cuestión
iba por el lado del secreto y de la revelación; para Nietzsche
tenemos al arte “para no morir de la verdad”; para Sabato es “lo
que mágicamente nos permite evadir de la dura realidad
cotidiana”.
Los secretos que todo los seres humanos escondemos, que la
realidad esconde, mejor dicho, que la realidad comparte y
esconde al mismo tiempo, se hacen arte constantemente. Hay una
sensación de plena profundidad en todo lo que hacemos, por más
nimio que nos parezca, por más acosado del cariz de lo doméstico
(eso doméstico que nos han enseñado, lamentablemente, a desdeñar
como insignificante), y quizá en esa domesticidad se esconde (y
se revela) la magia que todos, absolutamente todos los seres
humanos llevamos adentro. Creo que le roba sentido a esa magia
rotularnos todo el tiempo, encajarnos en etiquetas que nos
definan. No estoy a favor de la famosa frase “eres los que
haces”. ¿Qué hay de la gente marginada del cruel sistema de
cosas de este mundo? ¿Cómo hace esa gente para expandirse
plenamente si no tiene los medios para hacerlo? ¿Significa eso
que sólo son lo que hacen, es decir, lo que son empujados a
hacer por un sistema desequilibrado?
Creo que en definitiva somos muchas cosas todo el tiempo; quizá
seamos lo que imaginamos que somos, o hemos sido o seremos.
Parece no haber límites en la mente humana, ¿por qué
cometeríamos el despiste de crearlos de la nada? Hasta el
entramado de la realidad física se ha suspendido en un gran
interrogante en estos últimos tiempos.
Por eso abogo por un aullido amplio de voces que se levanten
desde el arte: el arte de todos los días; el que se esconde y
revela en todos los rincones, el doméstico, el más simple, el
más complejo, y al que debemos reaprender a rescatar de la
miseria catalogante. Todos tenemos un “talento” (palabra
peligrosa). Cada individuo que está en este planeta tiene algo
especial y la inmensa capacidad de ser creativo. Pensar en
jerarquías es una cuestión un poco triste y, también, fútil.
Mostrarnos al otro, indicarnos al otro, debería ser una tarea
que nace a partir de la constante búsqueda de los instantes, de
los pequeños momentos, bien domésticos, de todos los días; de
tratar de vivir en la incomprensión constante de la existencia.
Invito a los lectores a que busquen cualquier mínimo indicio de
magia en cada porción de realidad. Nadie nos puede decir qué
somos o qué hacemos para ser aquello que somos. Por suerte todos
nacimos creativos y con la infinita y hermosa capacidad de
esconder secretos y revelarlos. Y si el arte, como dice Wilder,
es confesión, encontrémosla en todas partes y confesemos.
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