UNO A VECES COMETE ERRORES porque es humano, confieso que debo
tener exceso de humanidad y con bastante menos podría vivir
mejor.
Porque los errores que vos cometas, no son comprendidos por los
grandes capitales transnacionales. Convengamos que esos, no
comprenden nada más que los propios.
Pero, ¿viste? Uno no inventó el olvido, ya está inventado ¿qué
me vienen con tanto remilgo?
Te cuento que me tragué el vencimiento de la factura de la luz,
porque, realmente, no llegó la factura, pero las empresas dicen
que el usuario es el que tiene que recordarlo.
Eso puede ser para los usuarios memoriosos y en este caso,
también asumo que soy olvidadiza integral. Nada de apenas,
simplemente un despiste con polleras y asumido.
O sea y para que quede claro, tenés que acordarte por el olvido,
traspapeleo, ineficiencia, o lo que sea de los grandes
facturadores capitalistas que te meten cañazos por el lomo y si
los esquivás sin querer, encima te castigan.
No enviarte las facturas no es error, el errado sos vos que no
hacés uso de la memoria para todo.
PARA NO HACÉRTELA MUY LARGA, me olvidé de pagar la luz. Esta
mañana me senté a tomar sol porque el día estaba hermoso,
pensaba tantas cosas lindas, porque soy de los que sostienen que
la vida es hermosa, pese a cosas que suceden y entristecen. Y
pensaba que aún en los momentos más terribles, la esperanza
está, nunca se aleja del todo. Está acovachadita, oxigenada
aunque en letargo, tan quietecita que a veces parece que nos
abandona, pero no.
Hoy tuve que volver a la realidad y fue un planazo, es como que
me estrellé contra la realidad que tiene piernas más largas que
esa esperanza que te mencioné hace un momento.
Pero esta vez no me enojé conmigo, me enojé con ellos y actué en
consecuencia, enojada, como corresponde.
Fue cuando pude ver el camión de la empresa de luz; esa que
desde que la privatizaron parece que hasta le hubiera inyectado
plástico al corazón de algunos laburantes. Porque en la vida, si
hablamos, todo se puede entender, pero los tipos que venían en
el camión parecían ser los dueños de la empresa. Con mameluco y
seguramente sin efectivo en los bolsillos.
Soberbios, repugnantes, tenían cara de amargados y en eso los
comprendo un poco. Lástima que tantas veces se ponen la camiseta
de la empresa y parece lobos feroces contra otros trabajadores.
De pronto los vi que iban derechito hacia el medidor de luz, la
verdad es que pensé que tomarían el estado para la próxima
factura, pero no. Error.
Cuando noté que tenían en sus manos una pinza se me pararon los
pelos. ¡Y se me paran con tanta facilidad!
-Buen día, compañeros, les dije, con mi mejor sonrisa amistosa.
-Compañeros las pelotas, me respondió el que tenía la pinza.
Si, ya se, yo y esa costumbre de creer que todo trabajador es mi
compañero… Claro, la respuesta hizo aflorar lo peor de mí, uno
es despistada, olvidadiza, inquieta, todo lo que vos quieras,
pero muda y de momento, para nada. Entonces, modifiqué el
saludo:
-Buenos días señor ejecutivo, ¿qué es lo que vas a hacer? Yo se
que mi tono iba cambiando porque me conozco. A veces parece que
silbo como las culebras…
-Vengo a cortar, si no pagaste la luz, jodete.
-Ah bueno, dije, y sí, en ese momento comencé a pensar que podía
ser que no hubiera pagado mi factura y traté de explicárselo,
pero el chabón de pronto pareció sordo. Por supuesto, me enojé
conmigo pero mucho mayor era mi bronca contra él.
-¡Como te equivocaste, papito! Sólo atiné a responder, tratando
de que el tipo entrara en razones. Traté de explicarle que en un
momento iba hasta la oficina, pagaba y resuelto todo.
No, el tipo estaba sacado, no aceptó explicaciones.
-Jodete, jo-de-te, respondía.
COMO YO TAMPOCO entro en razones cuando me saco, tomé la
manguera que estaba a medio metro y hacia la que me fui
acercando despacito, como para que no se dieran cuenta.
Inmediatamente, sí señor, lo bañé al tipo, un par de manguerazos
amansa locos y lo invité:
-Cortá nomás, pero se lo dije apuntando hacia la caja de luz,
dispuesta a bañarla también.
-¡Qué hacés, loca de mierrrrda! Escupió el tipo.
Como se puso nervioso y por ahí le hacía mal, seguí metiéndole
manguerazos pensando que podría calmarse.
-Cortá tranquilo, le decía, al fin, él estaba cumpliendo las
órdenes impartidas.
A mi no me obedeció, no cortó nada.
El tipo me fulminó con la mirada y mientras mencionaba a mi
madre, se subió al camión que lo trajo hasta la puerta de casa,
pegó un portazo y se fueron pelando asfalto, como bólido en
competencia.
-Solo me dio tiempo a decirle: y sí, flaquito, tenés razón, vos
¡compañero las pelotas!
Lo peor, es que cuando fui a la compañía a pagar mi “deuda” me
comentaron que el corte no era para mí, sino para la casa de al
lado que hace unos meses está deshabitada.
No obstante, quedé muy mal porque de verdad te digo, para mí el
tipo era un compañero…
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