El viceprimer ministro y ministro de Hacienda japonés, Taro Aso,
declaró días atrás públicamente "que hay que dejar morir a los
ancianos para liberar al Estado de los gastos en asistencia
médica". Y remachó su aserto diciendo "que es imposible resolver
el problema sin dejarles morir lo más pronto posible".
Tan sorprendente actitud -aunque decirlo públicamente se sale de
toda regla- no puede extrañarnos en absoluto, toda vez que es
una decisión política, y los
políticos, en general y salvo honrosas excepciones, como todos
bien sabemos, tienen tres
metas u objetivos fundamentales desde el mismo momento en que
decidieron hacer de su ideología una profesión.
El primer objetivo es hacer que, en todo momento y a los ojos de
quienes les designaron para el cargo, las misiones que se les
encomienden sean brillantes y no dejen lugar a dudas de que son
ejecutadas con la mayor eficacia. Para ello, para conseguir esos
objetivos, no pueden dejar que se interpongan barreras ni
cortapisas de ningún tipo, Si son necesarios sacrificios, se
hacen, si hay que prostituir principios, se prostituyen; si hay
que ser ciego, sordo y mudo, se pone a trabajar el ingenio y la
inteligencia para ser el mejor imitador del distraído, del tonto
y del muerto. Y si las soluciones a adoptar pasaran por causar
deterioro o menoscabo en los derechos, haciendas o, incluso, la
vida de los administrados (como en el ejemplo citado), se recurre a
los argumentos clásicos, como el de los "inevitables daños colaterales",
o a filosofías como la de Maquiavelo y se afirma que "el fin
justifica los medios". Todo ello amparado por los inefables brazos
e irrebatibles argumentos de "por el bien de la mayoría".
El segundo gran objetivo es mantener el puesto a toda costa. Y,
aunque ya la consecución del primero lleva aparejada enormes
posibilidades para esta continuidad -y le son
aplicable la mayoría de sus normas-, se debe ser consciente de
que hay que potenciar aún más la inteligencia y el ingenio para
no ser ni el muerto ni el tonto ni el distraído ante las
intentonas de los que vienen detrás abriéndose camino a codazos y
bocados. Por supuesto, es imprescindible mucha estancia y
presencia ante los ojos del jefe, estar siempre de acuerdo con
lo que éste diga o piense y, dentro de una exquisita
prudencia, aflorarle muchas veces la sonrisa por medio de bien estudiados
y espontáneos halagos. Sutilezas...
El tercer objetivo -por extraño que les parezca, con menos enjundia
o importancia que los dos primeros para muchos de estos
"profesionales"-, es hacerse con una abundante y saneada
hacienda que permita llevar una vida decorosa y
le ponga sus buenos cimientos al futuro. Claro que -como nos
demuestran cada día- no todos se conforman con el poder y la
gloria. Los menos dados a la filantropía no dudan en
meter mano donde los dineros y arramplar con todo cuanto se
tercie, llámense comisiones, chantajes, cuentas trucadas o
cualquier otra figura que le permita preparar sus bien repletos paquetes para
Suiza. Hábiles en grado extremo e ingeniosos hasta casi la
perfección, la mayoría de ellos suelen ejecutar su quehacer
durante años sin que nadie descubra de qué parte de la chistera
saca el mago sus conejos. Pero entre sus filas también están los cuatro tontos del culo que, por descuido,
soberbia o exceso de peso en el equipaje, se dejan trincar. Son
apenas unos miles cada año -la puntita del
iceberg-, pero son los más temibles y más repudiados tanto por
los ciudadanos como por los propios compañeros de profesión,
por cuanto son los que más titulares ponen en los medios y más
escándalos y animadversión crean hacia la clase política entre
la ciudadanía.
La lista de políticos corruptos, aunque el tema existe desde que
el mundo es mundo, toma en estos últimos
años calificativos de enorme e interminable y ha copado
portadas de medios nacionales e internacionales. Casos
vergonzosos que ya han llamado la atención de más de medio mundo
y dejado oír voces de algunos dirigentes de nuestra flamante
Unión Europea. Y si la completamos con personajes de otras
calañas incursos en las mismas trapacerías, altos ejecutivos de la Banca, de la Administración, de
las jerarquías de Justicia, de la Policía, empresarios,
funcionarios, etc., incluso, tan
insólitos como el que afecta a un miembro de la Casa Real, se
comprende perfectamente que el pueblo mire hacia arriba
chorreante el colmillo y recordando a los muertos más frescos de
tantísimos hijos de mala madre.
El origen del problema no es otro que la condición humana. La
codicia, la falta de principios y la poca vergüenza de personas
que, teniéndolo todo, un buen puesto de trabajo, reconocimiento
y consideración social, tranquilidad para su futuro, incluso,
muchos de ellos, un buen patrimonio y hacienda, pasan de toda
ética y hacen suyo lo que es de todos. Acciones denigrantes
ejecutadas por quienes, habiendo obtenido la confianza del
pueblo, de Instituciones y amigos, deberían ser los primeros en
dar ejemplo de honradez.
Pero no toda la culpa es
achacable a los actores de semejantes desvergüenzas, también el
gobierno y sus instituciones, por su falta de celo, vigilancia y
supervisión de las conductas de todos estos personajes, es
responsable de los desaguisados. Urge, pues, no sólo la
actualización e incorporación de nuevas leyes que contemplen
todos los posibles delitos, sino la ampliación y puesta al día
o especialización del personal encargado de la supervisión de todo cuanto pueda
ser objeto de transgresión en los diferentes ámbitos.
Es necesario dar paso a esa nueva especie, llamada
"responsables", personas de arraigados principios y perfecta
conciencia del bien y del mal, donde todos y cada uno de ellos
serían capaces, no sólo de reconocer una posible culpa ante los
demás, sino de amputarse el miembro infecto si la equivocación o
la debilidad les hicieran meter en su bolsa aquello que le es
ajeno.
Es necesario. Incluso, aunque sea el propio jefe el que se tenga
que cortar la mano.
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