Para Lola Bertrand, que ya no sufre.
No hay tregua
para el proscrito.
Aunque flameen
de turquesas y marfiles
los altos corredores
donde el silencio aguarda
para besar la muerte;
aunque el hambre de los otros
no invada las cárceles inmunes
por donde el placer aflora
vestido de princesa;
aunque la vida se apague
entre luces de calabaza y neón:
no hay tregua
para vivir
doliendo.
Si acaso
habrá que percutir los labios
hasta que los intestinos revienten de ira
para que la sordidez de la lluvia
ácida no alcance el corazón inútil
de los poderosos murmullos
que bisbisean por entre las caléndulas
agostadas de soledad y frío.
Si acaso habrá
que redistribuir las mareas
antes de que la tregua de los proscritos inicien
su masacre de dolor y lágrimas…