• Marina Burana

    EL INFIERNO TAN TEMIDO

    Mar del Plata: ficción compartida

    por Marina Burana



"Una vez leí que todos los pueblos se parecen. El que escribió esto debe odiar a la gente. No hay un solo pueblo (...) que sea idéntico a otro, porque es uno el que inventa sus lugares, levanta sus casas, traza sus calles y decide el curso de sus arroyos entre las piedras."
Abelardo Castillo en Muchacha de otra parte


Algo sobre mi querida ciudad, Mar del Plata, Argentina.


Cuando era chica y desde la playa miraba el mar de Mar del Plata solía imaginar que la ciudad era un reflejo de algún punto lejano en la realidad del horizonte; que las calles, los faroles, las casas con sus piedras, los edificios y los árboles, todos eran eternas imitaciones de algo escondido más allá de ese mar de perla.

Hay una mística poderosa que envuelve a Mar del Plata. En verano grita oceánica y perdida, con cachitos de intimidad golpeados por un sinnúmero de advenedizos que plastifican su poesía o la hacen aún más rica y prodigiosa. El otoño teatraliza un poco la calma que resurge, entre hojas secas, calles húmedas y ese olor a sal saturado que se mezcla en los cordones con arena. A veces creo que el tango le robó algo de su magia cuando en invierno la veo triste y solitaria, riñendo con un pasado perdido, hasta que llega la primavera a rescatarla.

Mar del Plata tiene una lágrima expandida y sueña en la calma de sus barrios. Enmudece cuando el tiempo la marchita y aún ruge tenaz bajo sus soles. El que sólo va de visita no la comprende, porque es mucho más que sus asfaltos y sus lobos. Es, entre muchas cosas, ese mar que la acaricia en el sur ventoso y la acompaña; el mismo que se pone gris claro en invierno y veranea en verdes, mientras sueña un azul que sólo a veces se hace el más profundo. Es también el quehacer de su gente; raza rara que vive en la poesía diaria de sus mares, a los que orbita un poco acostumbrada.

La noche la enciende y la apaga. La ciudad blanca, arrogante, vibra frente a su costado de sombras; frente al abismo lóbrego del otro lado de la costa. El claroscuro entre el mar y la urbe, los dos costados de una ciudad feliz y en ocasiones ausente.

El día le da la lumbre que la pone a brillar en ese liderazgo compartido entre el mar y sus calles; la viste de luz, de verdad y de artificio.

¿Cómo explicar con palabras lo que la hace tan bella? La original, la de los Pampas, la “muy galana costa” de Garay, con su “Punta de Arenas gordas” de Magallanes. Mar del Plata esconde sus cachitos de historia y los cuenta en sus muchos nombres. Se disfraza de señora pero juega como una nena entre sus rocas. Reverdece luego de sus caídas y se pinta de memoria. Guarda fantasmas y fantasías en los tropiezos de sus olas. Se hace única y también réplica; se zambulle en versos y sabe cómo sonreírle al que la mira.

Aún hoy, siempre que voy a su mar imagino lo mismo: el horizonte que de chica me llamaba a crear una fábula; una fábula en la que la ciudad es una imitación de algo más, un reflejo de eso que se esconde lejano.

Pero no. Mar del Plata es su gente; la delicada simbiosis entre sus habitantes, esa tierra que habitan y los mundos que los rodean. Por eso creo que lo que la hace más hermosa es la forma que tenemos de inventar sus lugares, levantar sus casas y trazar sus calles. Es una Mar del Plata mía, pero también de otros. Muchas distintas, parecidas o iguales. La inventada por todos. La que con su ficción, todos los días, le gana a la realidad del horizonte.

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