Es interesante observar cómo el ser humano reacciona ante las
mismas incidencias. A veces uno no entiende el por qué de
reacciones tan disímiles. ¿Qué hace que los comportamientos
humanos sean tan discrepantes?, ¿qué elemento movilizador
impulsa a actuar de distintas maneras ante la misma situación?
El factor primordial influyente es la genética, sumado a la
sociedad donde fue insertado, incluyendo cultura, familia,
amistades, institutos educativos, situaciones de vida, creencias
religiosas, ídolos, posición económica y un sinnúmero de
situaciones que influyen sobre el individuo, van formando el
carácter y por ende, la conducta.
La palabra conducta proviene del latín que significa conductus =
conducir. Se refiere al modo de conducirse de una persona en las
relaciones con los demás según normas morales, sociales y
culturales.
Ya Platón dijo que “la sociedad es el medio de vida natural del
hombre y el mismo se identifica con su vida social”.
Es imposible seguir enumerando los variables mensurables que
influyen en la composición de la conducta, pero lo que sí se
puede decir es que todo es incrementable, a veces para bien,
otras no.
Existen también fuerzas internas de las que las mismas personas
no están conscientes, algunos psicólogos llaman a eso
“Inconsciente estructural”, explicando que es aquél que el ser
humano trae biológicamente desde su nacimiento, que es una
fuerza que nos impulsa a ir en busca de aquello que puede
causarnos dolor, que es como un extraño que vive dentro de
nosotros y nos hace hacer cosas que “no” queremos hacer.
A veces algunas reacciones o actitudes llegan al consciente,
otras no lo hacen jamás. Lo interesante es saber que están ahí y
que en cualquier momento podrían llegar a aflorar y a hacernos
partícipes de conductas que jamás hubiéramos pensado
protagonizar, sin siquiera ser capaz de utilizar nuestros
propios frenos inhibitorios.
Es también interesante dilucidar de qué manera los medios de
comunicación inciden en las conductas de las personas. ¿Cuántas
creen en todo lo que oyen, ven o leen sin siquiera analizarlo?
A veces oímos comentarios increíbles que son considerados como
ciertos sólo porque lo han leído o escuchado, sin pensar
mínimamente en su cuota de credibilidad. ¿Y la redes sociales?,
¿no influyen acaso en las conductas, especialmente en la de los
adolescentes?
En ese punto me pregunto dónde está el raciocinio, la
credibilidad, la capacidad propia de pensar y discernir si lo
oído es creíble o no, como así también la mesura al comentar si
en realidad se desconoce el tema tratado.
¿Quién no se ha dado cuenta de situaciones como ésta?, ¿quién no
se ha preguntado alguna vez: ¿Tendrá idea esta persona de lo que
está diciendo? ¿cómo puede creer y decir semejante barbaridad?
Y sí, puede, y lo hace porque tiene “su idea”, tan diferente a
la de muchos como real para ella.
Entonces me cuestiono nuevamente: ¿Su idea es mejor, peor, o
igual que la mía?
Comenzando así la duda, la eterna duda, aquella que movilizó a
Descartes al tratar de demostrar su existencia, y es
precisamente ahí cuando podemos reconocer las limitaciones del
otro, pero también tener la humildad para reconocer las propias.
Debemos aplicar la inteligencia, la capacidad, la aptitud para
desmenuzar el problema o situación, entenderla, analizarla y
luego dar nuestra opinión, sabiendo aún antes de darla que muy
bien puede, o no, ser la verdadera, sabiendo también que la
verdad no es absoluta y menos aún en cuestión de
interpretaciones, pero sí sabernos perfectibles y que podemos
mejorar a lo largo del tiempo en todas nuestras dimensiones.
Si cada cual ocupáramos nuestra inteligencia, instinto o
capacidad para que nuestras conductas sean acordes a todas las
situaciones, adaptándola a ellas y aceptando, explicando,
entendiendo, enseñando, quizá el mundo pudiera llegar a ser
diferente; quizá la violencia podría evitarse y quizá la paz no
sería guerra.
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