No soy una escritora convencional. Tampoco deseo
serlo. Sí he soñado alguna vez con la vida bohemia como un
anhelo de mi subconsciente y, francamente, lo he disfrutado.
Sin embargo, yo escribo porque no tengo otro remedio: de
pequeña la vocación de escritora se tragó mi cuerpo
liberándome de la zozobra en la que se podría haber mecido
mi vida, perdida entre varios rumbos. Entonces, como
poseída, cogí un bolígrafo y escribí una pequeña novela que
hoy, sin lugar a dudas, sacaría mis colores y que jamás verá
la luz, salvo aquella que puedan desprender las llamas en
las que arderá en un momento de arrojo.
No soy una escritora convencional. Normalmente tenemos la
imagen de un escritor como la de una persona de aspecto
desaliñado, dada a la bebida y exigua de cordura, que tiende
a decantarse, de una manera casi obsesiva, hacia el mundo de
las ideas, el conocimiento, la creación artística, el
enriquecimiento intelectual y el interés por otras
realidades o manifestaciones culturales. Yo os puedo
asegurar que no tengo ninguna de esas características:
profesionalmente me gusta pensarme como una mujer elegante y
discreta, pensar que destaco tanto en mi oficio por mi
seriedad, voluntad y eficacia como en mi vida de pareja, y
que paso desapercibida en el resto de aspectos de mi vida.
No me gusta llamar la atención ni en las cosas positivas ni
en las negativas.
Tampoco me agrada reunirme con otros escritores a hablar de
las tendencias, las ideas, la política o cualquier área del
pensamiento y la cultura Y no me resulta agradable por una
sencilla razón: no me creo capaz de estar a la altura de esa
situación. Yo solo sé hacer una cosa en la vida: escribir
con el corazón, normalmente la forma de hacerlo se la dejo a
mi intuición (quien, tras las pocas lecturas que he podido
hacer a lo largo de mi corta vida, sabe llegar a buen puerto
ella solita). Sé que los grandes (y puede que los no tan
grandes) escritores criticarán lo que acabo de decir porque
no parece un método muy serio o eficaz. Puede ser, pero de
momento mi método consiste en una técnica casi enteramente
condicionada por mi intuición; es el método de una joven que
recién comienza a introducirse en el mundo del libro.
Sin embargo, esa obsesión del artista bohemio por
aprehenderlo todo, casi sin pararse a vivir su vida; ese
hablar del cómo se ha creado un relato o un poema (tanto yo
como el resto de escritores) suele romper la magia, a mi
modo de verlo. Lo realmente fantástico es que la gente te
lea e interprete lo que quiera interpretar y que sienta algo
bonito al leerlo; de manera que el hablarle de cómo surgió
el texto que ha leído o de qué manera se juntaron los
pedazos para conseguir ese resultado, saciará su sed de
curiosidad pero romperá la magia que vuela como una aureola
entre escritor, texto y lector.
Yo muchas veces me he dejado llevar por una lectura, la he
llevado a mi terreno, he imaginado cómo el autor ha podido
escribir eso, cuáles han podido ser las experiencias
personales que le hayan llevado a crear esa historia; y
cuando se me revelan algunos aspectos de su metodología, lo
cierto es que me decepciona. Y no solo eso, sino que cuando
voy descubriendo por conversaciones con amigos escritores
más asentados en este mundillo que yo, cómo funciona el
mundo del libro, el mercado, el proceso de publicación… me
invade una desilusión tan grande que mi sueño se empieza a
desvanecer…
Creo que todo escritor (todo buen escritor, mejor dicho) ha
de tener una sensibilidad destacada que pueda conmover a los
lectores a través del fondo y de la forma, que produzca en
ellos las más variopintas sensaciones: optimismo, tristeza,
esperanza, envidia, amor o rabia.
