El tratamiento de la mujer en la familia, en el Amadís, es
fascinante; muestra el desprecio y desigualdad entre los
sexos. Un rey debe servir de ejemplo para el pueblo, pero en
su propia casa es un déspota arbitrario, patriarcal y
machista en cuestiones de igualdad y voz. En un caso el rey
Perión cree que su mujer Helisnea está acercándose demasiado
a Amadís (¡su propio hijo!), y entrando en su habitación le
dice, “si me mentís, vuestra cabeça lo pagará”. Ella cae de
rodillas, y le suplica, “¡Ay, señor, por Dios, merced!” y
ella “començó de llorar muy rezio, firiendo con sus manos en
el rostro”(X). Por poco la mata de pura conjetura.
Estos textos suelen reprochar a la mujer por ser irracional
y emocional, pero en más de un caso vemos que el imprudente
es el hombre. El rey tiene más importancia que la reina,
vista la posición de sus tronos: “el Rey en una muy rica
silla y la Reina en otra algo más baxa.”(XXXI). La razón y
la igualdad no entraban en los argumentos porque el poder
del marido era absoluto. Encontramos esta misma sumisión en
la tradición épica, la manera en que Jimena, por ejemplo, se
arrodilla ante el Cid.
El rey Lisuarte tampoco trata a Oriana con el merecido
respeto, no por ser hija suya ni por ser la amada de su más
leal servidor. Pone su propios intereses por encima del
bienestar de su hija, “más conviene la pérdida de mi fija
que la falta de mi palabra.”(XXXIV). A esto responden las
mujeres con llanto y el rey “las manda acoger a sus
cámaras.” Lisuarte nunca deja de ver a su hija como a una
niña. No la respeta y no reconoce una identidad propia e
importante en Oriana, como mujer y como pretendiente del
caballero protector de su reino (Amadís).
En otra ocasión Lisuarte intenta arreglar un matrimonio
entre Oriana y el emperador de Roma por razones políticas.
Oriana se queja a Floristán “que su padre le fazía
queriéndola desheredar y embiarla a tierras estrañas.”(LXXVII).
Todos los caballeros abandonan la corte para no presenciar
tal aberración. El rey se encuentra solo y mal acompañado.
Ninguno en su familia defiende su postura, pero como es él
quien gobierna en la casa tanto como en el reino, se retiran
afligidos. La reina incluso no le puede convencer de otra
manera:
Mas ni ella ni todos los grandes del reino ni los otros
menores nunca pudieron mudar al rey de su propósito... Mas la
reina con mucha piedad que tenía consolava a la fija... ella
señalada en el mundo fuesse para aconsejar a las mugeres
tristes, para buscar remedio a las atribuladas (LXXX).
Esta cita, además de demostrar el dominio del hombre sobre
los deseos y los destinos de las mujeres, enseña también
cómo el papel de la madre pasa de la corte a la cámara,
donde ella da consuelo a las acongojadas.
Otro matrimonio en el cual la mujer no sólo tiene que
obedecer al marido sino también renunciar a sus valores
virtuosos, es en el caso de Arcaláus el Encantador y su
mujer. Al ser el mago antagonista del héroe y del enemigo de
Urganda la Desconocida, es evidente que es pernicioso, pero
su mujer en cambio es lo contrario: “La muger de Arcaláus,
que tanto como su marido era sojuzgado a la crudeza y a la
maldad, tanto lo era ella a la virtud y la piedad.”(XIX). La
subordinación de la mujer en el matrimonio es un fenómeno
que vamos a observar en adelante; muchas veces está
contextualizada, y otras, como en el caso de la mujer de
Arcaláus, está explícitamente denotada: “‘Dios es testigo,
señor cavallero, del dolor y pesar que mi ánimo siente en lo
que Arcaláus mi señor faze, mas no puedo yo sino como a
marido obedescerle y rogar a Dios por él” (XIX).
Este fenómeno de desconocer a la mujer ocurre también entre
los hermanos; por ejemplo, mientras que Galaor, el hermano
de Amadís, es un elemento esencial en la estructura
narrativa, Melicia, su hermana, es plenamente ignorada. En
las escasísimas escenas en las que aparece, es fugaz su
presencia e instrumental sólo al relato. En uno de ellos
Bruneo de Bonamar, el caballero de Melicia, menciona el amor
que ella le tiene a Amadís: “…considerando haverla en su
servicio recibido buscando con tantas afrentas y trabajos
aquel hermano que ella tanto amava." (LXXV); y en otro caso
se menciona a Bruneo de Bonamar y “el gran y leal amor que
él avía a Melicia, hermana de Amadís” (LVII). Aquí es curioso
que ya para finales del segundo libro Montalvo aún necesite
explicar quién es ella. Agrajes, un compañero de Amadís,
parece llevarse mejor con su hermana que Amadís con la suya:
“Mabilia, que muy alegre estava con la llegada de Agrajes su
hermano.” (LIII). Ella, sin embargo, quizá aparezca más en la
acción por ser la confidente de Oriana.
Ver Curriculum
