Desde tiempos inmemoriales, los unicornios convivieron en el
planeta con todas las especies. Retozaron con los dinosaurios.
Corrieron con los primitivos caballos en las amplias planicies
de la edad de hielo. Al llegar los humanos, se convirtieron en
sus aliados y les brindaron poderes especiales a cambio de
atención y comida.
Cuando se inauguraba una edad oscura y la humanidad olvidaba las
palabras que les permitían vivir, los unicornios se
metamorfoseaban en hombres para recordarlas. Mantenían la
conciencia de la misión originaria a través del cuerno. Al
cumplir trece años, la fantástica extremidad se presentaba ante
ellos en una brillante epifanía. Entonces, se convertía en un
amigo, dispuesto a servirles en todo momento.
Seres aislados, sensibles e intuitivos, se destacaron a lo largo
de la historia en diferentes ramas del arte. A medida que
envejecían, el cuerno se hacía más pesado y era más difícil
adaptarse a la vida humana Muchos de ellos se extraviaron y
murieron en la locura.
En el momento en que el corazón del Escritor Unicornio fue
apretado por Irma La Morte, un soldado acribilló a la famosa
locutora. Entonces la agonía se instaló en el cuello del hombre,
como un oprimente y negro collar. Pidió ayuda al doctor Petrov,
quien le presentó a Mika, la hermosa habitante del Mundo sin
Nombre. La siguió durante días por la ciudad y aquella
persecución alucinada lo apartó de la muerte.
En los días que siguieron, sus amigos lo vieron cada vez más
pálido y delgado. Raras veces comía. No había vuelto a escribir
y pasaba despierto noches enteras. Sentado en un cojín frente a
una pared despintada en el pasillo del edificio, hablaba muy
poco. Cuando lo hacía, afirmaba estar cambiando de mundo. Para
ello, debía atender a las mínimas señales del organismo.
Otras veces pronunciaba frases enigmáticas, como: La muerte se
detuvo por mi afán de encontrar a Mika. Lo que espantará
definitivamente mi agonía, es que viaje a su universo.
El recuerdo de aquel día, cuando persiguiera a la hermosa
muchacha por toda la ciudad sin poder alcanzarla, sostenía al
Escritor Unicornio. La cintura estrecha. Los largos cabellos. La
humedad de las huellas desnudas que se evaporaban con el calor
de la tarde. Ella había detenido la muerte, pero la agonía
continuaba. Al llegar al mundo de la hermosa mujer, el hombre
confiaba en que la vida volvería a resurgir con todas sus
fuerzas.
El doctor Petrov, había dejado sus actividades, concentrándose
en él. Asistía diariamente a su casa, y además de guiarlo en el
viaje, se ocupaba de retocar la Cripsis. Así llamaban al
camuflaje que alguna vez elaborara en Japón la doctora Kobayashi
y que procuraba darle un aspecto humano. Con la cercanía de la
muerte, las nieblas que rodeaban al cuerno se habían desgastado
y los juegos de luz de los crepúsculos, permitían que los demás
pudieran verlo como una imagen fantasmal. El galeno desplegó
encantamientos, pociones, filtros junto a sofisticadas pinturas
lumínicas y modernos maquillajes. Como resultado, el apéndice
volvió a ocultarse a los ojos de los hombres.
El escritor, en tanto, debía concentrarse durante horas en el
exterior y el interior del cuerpo. Silencios; sonidos;
sinestesias. La piel era el primer y único campo que debía
recorrer.
Debe saber que los escozores son cadenas de montañas -había
explicado el doctor Petrov- muchas de ellas sólo serán
elevaciones fantasmas, pero alguna vez llegarán las fronteras
naturales del mundo de Mika.
Los ruidos acuáticos producidos por estómago e intestinos, eran
el equivalente a ríos y mares del otro mundo. Para promoverlos,
el escritor debía llevar una dieta rica en harinas, vegetales de
hojas verdes y muy pobre en proteínas.
Para cambiar de universo, debe estar desnutrido. Además, deberá
reproducir en su cuerpo y en su mente los síntomas de una
esquizofrenia autoinducida.
Petrov tenía una caja pequeña de marfil que en todo momento
llevaba consigo. A través de ella podía tener una idea precisa
de lo que ocurría con el escritor cuando estaba separado de él.
A simple vista, el recipiente se mostraba vacío. Sólo de tanto
en tanto, una partícula brillaba en el fondo como una diminuta
luciérnaga.
El médico afirmaba que el viento cargado de vacío que surgía en
las tardes de las paredes de su mansión, era un espíritu vivo.
Siempre lo había beneficiado. Cuando sopló el día en que se
encontraba el Escritor Unicornio, arrancó varias partículas del
cuerno. El galeno las recogió y a una de ellas la sometió a un
complicado ritual. Dentro de la fina caja, la diminuta porción
de marfil estelar le revelaría el estado de su propietario en
cualquier sitio donde se encontrara.
Los días del escritor se arrastraban lentos y grises. Al
principio, la lentitud del tiempo era insoportable. Luego dieron
lo mismo el crepúsculo o el amanecer. Al séptimo día, una
glándula ubicada cerca de la intersección de la yugular, propia
de los unicornios, emitió poemas, uno tras otro, como
descontroladas hormonas. Algunas veces los versos eran aislados,
incoherentes. En otras formaban estrofas.
…cuando la tarde golpea los vidrios
los mundos se precipitan
en el polvo del sol.
Cuando la noche golpea los vidrios
en los mundos con los que el gato juguetea,
arden los Kalpas,
palpitan las naranjas de la caída
y una mujer desnuda
persigue dragones en un prado violeta...
Luego de cuatro meses, el hombre unicornio empeoró. Sus amigos
pidieron explicaciones al doctor Petrov. El galeno expuso la
teoría de la catarsis, las purgaciones y el equilibrio dinámico.
Desconformes, algunos de ellos decidieron llamar a un psiquiatra
que llegó al día siguiente. Robusto, con el cabello muy rizado,
su piel tenía el tono entre rojo y cetrino de los miembros de la
clandestina organización Eunuperia. La misma se encargaba de
matar unicornios y comercializar los restos.
El nuevo galeno se presentó una tarde en la que no estaba Petrov.
Interpeló al escritor, quien accedió a apartarse un momento de
su concentración para convencer al facultativo de su cordura.
Habló del pasado en las lagunas ubicadas en las fronteras de la
muerte. Del despertar en las mañanas, atento a los seres que
vivían en los destellos de los volcanes. De los sueños con
formas femeninas que planeaban sobre la grupa y que lo proveían
de pares de alas.
No contestó a la propuesta del psiquiatra: aquel reino perdido
podía recuperarse con una buena dosis de Halopidol. El escritor
le dio la espalda y continuó atento a cada uno de los ruidos del
cuerpo
Al regresar el doctor Petrov, ambos médicos se enzarzaron en una
discusión sobre los alcances de la salud y la enfermedad.
Levantaron las voces. Petrov acusó al psiquiatra de ser un
miembro de Eunuperia. El psiquiatra lo tildó de supersticioso y
oscurantista. Amenazó con denunciarlo al militarizado Ministerio
de Salud. Al marcharse el especialista, el doctor Petrov decidió
preparar su propia casa para trasladar al escritor. Aquello
comprometería el viaje al Mundo sin Nombre donde vivía Mika,
pero era preferible a que se interviniera brutalmente desde
algún loquero oficial.
Siguiendo las indicaciones del psiquiatra, los amigos del
escritor prepararon todo para hospitalizarlo. Buscaron una tía
lejana que diera su consentimiento y así justificara la
presencia de un pariente. Por consejo del médico, recurrieron a
una clínica de cierto prestigio, ignorando que el
establecimiento era administrado por Eunuperia.
El doctor Petrov intentó mover influencias, pero no pudo contra
el poder de la organización clandestina. La tarde en que
esperaban a los enfermeros, el viajero descubrió un escozor que,
iniciándose en los tobillos, llegaba hasta las ingles. Se
mantenía a pesar de los cambios de posición. Supo de inmediato
que no era una sensación fantasma. Había llegado a la frontera
montañosa del mundo de Mika. Ruidos acuáticos, iniciados en el
submundo del ombligo, revelaron un poderoso río que atravesaba
la cordillera. El torrente lo llevaría al Mundo sin Nombre.
Esa misma tarde, una camioneta de la clínica psiquiátrica se
detuvo junto al edificio. Descendieron dos enfermeros
corpulentos. Su función era hospitalizar al orate. Los amigos
del escritor los llevaron hasta el pasillo donde lo encontrarían
sentado, mirando la pared. Al llegar, sólo vieron una silueta
vacía, apenas sugerida y las huellas de un par de nalgas en el
cojín que el hombre unicornio ocupara durante meses.
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