Ya comentamos el pasado mes que la utópica -y decepcionante-
Unión Europea que hubiéramos deseados todos no va a ser nunca un
referente para todo el orbe en cuanto a derechos sociales,
libertad, igualdad y derechos humanos, ni se erigirá en símbolo
de justicia para que todos los ciudadanos nos sintiéramos
orgullosos de ser europeos. Cantó la gallina, se le vio el
plumero con lo de Chipre y nos quedó meridianamente claro que lo
que guía, lo que mueve, lo que está detrás de todo el tejemaneje
para construir la nueva Europa no es otra cosa que el gran
capital y los exclusivos intereses de unos pocos.
Se explica así que todo el interés mostrado hasta la fecha por
sus dirigentes haya estado dirigido, exclusivamente, a imponer
drásticos recortes presupuestarios y severísimas normativas
tendentes a la eliminación de derechos sociales en los países
periféricos. Estas fórmulas, traducidas en los temibles rescates
efectuados a Irlanda, Grecia, Portugal y Chipre -y casi tres
cuartos de lo mismo a España-, ha dejado a estos países con el
culo al aire y el corazón en un puño. Y no pueden -aunque lo
hacen, en continuidad a su sarta de parches y chapuzas- ignorar
que estos pseudo rescates son un simple papel mojado,
literalmente, pan para hoy y hambre para mañana, parches que de
nada servirán si no van acompañados de restitución de la
confianza y apertura de la Banca central a los gobiernos y
entidades financieras de los dichos países.
Lo observado en los últimos meses nos deja perfectamente claro
que los cabezas pensantes inductores de la gran obra europea no
saben lo que quieren, que no tienen nada claro cómo actuar para
conseguir sus primigenios objetivos, y que dudan y desconfían de
todo cuanto les rodean. De ahí los parches con que solucionan
errores, las inconcebibles faltas de iniciativas y las escasas -más bien nulas-
soluciones para la correcta continuidad de los pretendidos
fines. Una filosofía y unas acciones que nos lleva a poner muy
en duda que sean capaces de llevar a término la consecución de
su pretendida obra.
Teniendo en cuenta que Estados Unidos y China -además de otros
varios países emergentes- siguen avanzando imparables en cuanto
a producción, competitividad y capacidad y estabilidad
financiera, es muy posible que, si la Unión Europea y la
Eurozona no aportan soluciones para despejar el caos y dar fin a
la problemática que nos embarga, la situación de estancamiento
seguirá prolongandose, la economía perdiendo capacidad, la deuda
creciendo, el paro en cifras prohibitivas y extendiéndose, la producción bajo
mínimos, el consumo interno menguado y las exportaciones
perdiendo mercado por falta de competitividad. Nos resentiremos
todos, y lo que ahora
llamamos crisis se convertiría en una simple y pura agonía
que daría lugar al estallido y lógica ruptura del gran imperio
que se pretendía construir.
Países como la gran Alemania, principal valedora del proyecto y
locomotora de la economía europea, si bien es verdad que sus
ciudadanos no tienen por qué soportar sacrificios ni merma en
sus economías para contribuir al saneamiento de las de otros
países, también es verdad -y debieran darse cuenta antes de que
sea demasiado tarde- que buena parte de su producción y
crecimiento económico se debe a las compras e importaciones
realizadas por los países de su entorno, los periféricos, los no
tan saneados, ahora con mucho menor poder adquisitivo y que
están haciendo bajar la producción germana. Sólo tienen que
mirar las cifras y ver cómo Alemania va
acusando contracción mientras los expertos ya le auguran
problemas en el corto plazo. Puede no ser grave, pero sí
significativo de que en este barco vamos todos.
Es posible que países con economías más saneadas, como Alemania
y Francia, y quizás algún otro, opten por continuar el invento
reduciendo sus componentes a sólo los que dan el tipo sin
necesidad de ayudas. Un club selecto que completarían la unión
fiscal y bancaria y caminarían sin gran problema y sin que les
preocupe para nada el resto de países que quedaron fuera.
Incluso, puede que acogieran a estados o regiones disidentes
-que se consideran prósperos y con recursos pero mermados por
sus gobiernos centrales-, como puedan ser Cataluña o País Vasco,
regiones del norte de Italia (la Padania, Marcas, Toscania y
Umbría), Flandes (Bélgica) o Escocia (esta última, que forma
parte del Reino Unido desde 1707, tiene un referéndum el próximo
18-9-2014 para dilucidar su continuidad como estado de Su
Graciosa Majestad). Los países que no den la talla podrían o
tendrían que volver a sus antiguas monedas (una posibilidad remota, pero posible para algunos de los miembros actuales).
Es difícil saber lo que va a pasar, pero ya hay consultorías,
analistas y expertos dedicados a ofrecernos una visión de las
posibles circunstancias que podrían darse y los diversos
escenarios por los que podría atravesar el proyecto. Y ninguna
recoge la continuidad lógica. En mi
opinión, todavía creyendo en el sueño europeo -aunque convencido
de que ya no surgirá como nación de naciones o patria común para
sus ciudadanos-, estoy seguro de que prevalecerá el sentido
común y las indubitables razones que llevaron a los
organizadores del proyecto para que, si no la Europa de todos
que soñábamos al principio, sí como una gran potencia económica
y financiera capaz de competir con esos otros países que ahora
nos lleva la delantera, y que, de no ser así, podría dejarnos en
la más absoluta indigencia comercial y económica. El euro y la
Eurozona deben continuar aunque, previsiblemente, algunos países
menos saneados tarden más tiempo en conseguir una integración
total y completa en la que -sigo opinando- puede ser la mayor
potencia económica de todos los tiempos.
¿Y quién quita que con el tiempo la evolución natural del hombre
continúe cambiando nuestros genes, eliminando aquellos
depravados atavismos que
todavía conservamos de nuestros tiempos de animales para
trocarlos en otros que nos aporten toda esa dignidad que aún nos
falta como humanos?
Naturalmente que puede ser. El hombre sólo necesita mirar al
abismo para ver y entender que es el abismo el que lo mira a él...
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