La generación siguiente, alertada por las insatisfacciones
de estos poetas rupturistas, volvieron a una suerte de
poesía más serena y condescendiente con cierta herencia del
pasado. La experiencia íntima, pasada por la aduana de la
métrica, más o menos mitigada, y el lenguaje menos vinculado
a la imagen irracional, se reencontraba con una poesía más
acorde con la sensibilidad española.
Volvieron a aparecer los endecasílabos blancos bien
encauzados y los alejandrinos como surcos de sementeras que
recordaban a un poeta recuperado del pasado: Fernando Fortún
(1894-1914). Aquel recogimiento literario concentrado en
versos medidos y con un registro accesible al lector de a
pie, se llamó poesía de la experiencia. Fue un regreso a
“las mesmas aguas de la vida”, al decir de Santa Teresa. La
poesía española salía de aquella marea para zozobra de los
navegantes, y al versolibrismo arbitrario sin ritmo de
versículo por lo menos, como una aventura por la selva de la
genialidad, siguió el reajuste de la forma, respetable madre
y maestra que ponía a prueba el talento de cada cual para
ejercitarse en la espada, aunque no se alardeara de “docto
oficio del forjador preciada”, como dijo A. Machado,
figuradamente, de su verso.
Creo que solamente hay una manera de resucitar las
vanguardias, y es como si ellas acordaran un pacto con las
formas clásicas para que éstas sean renovadas en su lenguaje
y su ductilidad métrica; estimarla no significa pactar con
Banville cuando dice: “La rime est l’unique harmonie du vers
et elle est tout le vers”.
No se ha de olvidar que este poeta francés fue uno de los
precursores del parnasianismo y eso lo dice todo por su
preferencia hacia la forma.
Ver Curriculum
