“Está equivocado si piensa que cometimos el pecado de la carne”
Cinco años antes de la llegada de los militares al poder, el
Doctor Petrov descubrió el primero de los universos paralelos.
Lo llamó el Mundo de los Seres Anillados. Los habitantes,
sencillos gusanos circulares dotados de inteligencia, habían
creado una civilización simple, pero que les servía para vivir.
Políticos, sacerdotes, científicos y militares, acudieron a
investigarlos. Luego de mucho deliberar, decidieron que aquellos
seres podían relacionarse sin peligro con los humanos.
Al poco tiempo, el doctor Petrov encontró una multiplicidad de
mundos, poblados por cientos de comunidades. Humanoides con
forma de barril. Cuadrúpedos con aspecto de aves. Seres vivos
con apariencia de mesas, acantilados o mares parlantes. Todos
pulularon de pronto entre los hombres. A aquella irrupción
súbita, se la llamó “La Apertura”. Del entusiasmo inicial, los
ciudadanos pasaron a la desconfianza. Resonaron voces de rechazo
a los habitantes de otros mundos y condenas a la diferencia
radical entre ellos y los humanos. Hubo quienes aseguraron que
dicha “Apertura” habría precipitado el golpe militar. Ante las
nuevas presencias, creció el miedo y los reclamos de seguridad a
las autoridades. Estos habrían sido los pretextos principales
para que las tres armas tomaran el poder. Al llegar al gobierno,
la comunicación entre humanos y habitantes de otros mundos, sólo
sufrió una breve interrupción. Las relaciones debieron
restablecerse por exigencia de los países centrales. No sólo
habían reconocido a los universos recién descubiertos, sino que
exigían el respeto de sus derechos. Esta medida habría
interrumpido los planes de exterminio que promulgara la junta
castrense.
Los Ratones Azules eran diferentes a los demás habitantes de “la
Apertura”. Roedores del tamaño de niños, transitaban entre los
humanos con pulcros trajes y elegantes anteojos. Al llegar al
mundo de los hombres, requerían de gafas para corregir una
aberración visual que producía en sus ojos la luz del sol. En
sus discursos, el presidente de los roedores, , agradecía
siempre al doctor Petrov por haber iniciado la relación con los
humanos. En cambio, algunos grupos de ratas de ideología
radical, llamaban al descubrimiento “genocidio encubierto”.
Alegaban que la integración a los hombres “debía pagarse con el
sufrimiento y el exterminio de la raza” y en secreto organizaban
planes contra la sociedad humana.
El doctor Petrov vivía encerrado en su casa, una remozada
mansión de mediados del siglo XIX. Sólo salía para dar clases en
la universidad y brindar uno que otro reportaje. Científicos o
turistas que desearan viajar a los nuevos mundos, no podían
hacerlo utilizando métodos convencionales. Debían someterse a
rituales chamánicos dirigidos por el facultativo y era así que
los peregrinos desfilaban continuamente por la vivienda. La
explicación era que “viajar a otros mundos no es el resultado de
la ciencia, sino del arte”. Hacía un par de años que el médico
formaba un grupo capaz de ejercer y enseñar dichas habilidades,
pero la preparación requería de mucho tiempo y esfuerzo.
En los primeros tiempos, los miembros de la Junta Militar,
temieron que el doctor Petrov ayudara a los adversarios
políticos a ocultarse en los universos recién descubiertos. Fue
detenido e interrogado. El médico explicó que los mundos de la
Apertura eran trasparentes, ya que su estructura era la luz. Muy
pocos eran los que disponían de sectores de oscuridad, capaces
de ocultar a alguien. Las autoridades liberaron al facultativo y
al poco tiempo volvieron a convocarlo para que los ayude a
formar y organizar sus logias.
Entre la repugnancia y la aceptación sin límites, los Ratones
Azules fueron quienes se relacionaron más estrechamente con los
humanos. Antes de producirse el primer contacto entre ambos
mundos, el doctor Petrov habló desde la cadena nacional. No eran
monstruos. No se les debía atacar. Gozaban de inteligencia. No
importaba la repugnancia que pudieran producir..
A pesar de estas advertencias, fueron muchos los que intentaron
asesinarlos de mil maneras. Descubrieron que las heridas sanaban
instantáneamente. Se supo entonces del grueso gusano ubicado
debajo del cráneo y que constituía el centro del ser de los
ratones. Además de proporcionar y regular las funciones vitales,
emitía una sustancia que curaba en el acto cualquier lesión. Aún
no se había producido el golpe militar, y eso permitió formar la
“Agrupación de Defensa de Seres de Otros Mundos”. En poco tiempo
logró que se vote una detallada y completa ley destinada a
protegerlos.
Los ratones tenían una gran capacidad de adaptación y supieron
caer en gracia a los hombres. Sin embargo, el cambio fue más
profundo de lo que se pensaba. Lo reveló la danza de una ratona
de nombre Mañajalama en un canal televisivo de gran audiencia.
Se presentó vestida con un provocativo atuendo árabe. Ejecutó un
baile sensual que culminó con su desnudez absoluta. Danzando en
dos de sus patas, el movimiento de nalgas y caderas enloqueció a
los televidentes masculinos. Hubo quienes acusaron a la emisora
de procacidad y se pidió su cierre. La respuesta fue que
cualquier animal siempre se mostraba desnudo ante las cámaras.
La roedora no tenía por qué ser una excepción. Sin embargo, las
miles de llamadas masculinas que colapsaron las líneas,
mostraron el alto grado de excitación de los televidentes,.
La desnudez de Mañajalama, hizo pública la extrema atracción de
los hombres por los ratones hembras. Era algo que todos sabían,
pero costaba admitir. Las investigaciones descubrieron en las
roedoras una feromona que actuaba sobre la libido de los machos
humanos. Al poco tiempo se hicieron públicas las primeras
parejas de hombres y ratas. Un grupo de psicólogos demostró que
aquellas uniones permitían la concreción de atávicas y no
confesadas tendencias zoofílicas y que debían ser permitidas.
Era un secreto a voces que muchos militares de carrera, tenían
ratas por amantes. Algunos habían llegado a casarse, de acuerdo
con la ley que permitía legalizar la unión entre humanos y
animales. Así que cuando llegó el golpe militar, los miembros de
aquella especie ya no eran habitantes de un mundo remoto, sino
que estaban cabalmente integrados a la sociedad humana.
El anarquista Luigi Luscenti, acostumbraba jugar al Paddle.
Aquel deporte era lo único que le permitía calmar su fuego. Así
llamaba a esa sensación visceral que muchas veces se expresaba
en helados y a la vez intensos ataques de ira. Aquella tarde
interrumpió un set al escuchar el repique del teléfono celular.
Jadeando, lo tomó con la gruesa mano, llena de vellos hasta en
la palma. En la adolescencia aquello despertaba la burla de
compañeros y amigos. Asociaban este detalle a la costumbre de
masturbarse.
Del otro lado de la línea, una voz desconocida le informaba que
su novia, la ratona Miñajapa, le era infiel.
— Hasta hace una semana era mi novia, aunque vivíamos juntos
-explicó con tranquilidad el anarquista-. Hace tres días que nos
casamos.
El informante debía disfrutar de la noticia, ya que la repitió
una y otra vez.
— Están retozando como locos. Con un astrolabio podrías verlos.
Te paso las coordenadas…
Citó una serie de números y letras. Luego colgó. El anarquista
terminó el juego. Se bañó, y vistió como de costumbre un traje
elegante con camisa, corbata y gemelos. Subió hasta la azotea
del edificio y extrajo de su bolso un aparato en forma de
astrolabio. Al cargarlo con las coordinadas, imágenes e
información llenaron la pantalla. El artefacto mostró a los dos
ratones. Volaban al sur de la ciudad. Era la zona más pobre.
Miñajapa, la esposa del anarquista, se balanceaba en el aire,
desnuda y con el rostro descompuesto de placer. Buscaba
descaradamente al otro ratón. Ambos saltaban uno hacia el otro.
La ratona se introducía en el cuerpo de su compañero y
desaparecía en el interior para volver a salir. Luigi Luiscenti
sabía que aquellos eran los correlatos. Así se llamaba a las
versiones fantasmales de los ratones. Orientó al astrolabio para
que buscara las fuentes, el nombre con que se conocían los
cuerpos físicos. Debían encontrarse en algunos de los edificios
linderos. La pantalla vibró ante una construcción antigua, con
aspecto abandonado. Letras azules se dibujaron contra un fondo
blanco… Albergue de artistas e intelectuales. Burguesía
decadente.
Mientras obtenía la dirección exacta a través del astrolabio,
Luigi Luscenti silbó el viejo tango de Edmundo Rivero
“Amablemente”. La letra describía al compadrito, que regresaba
al hogar y descubría a su amada en brazos de otro. Los cuerpos
de los ratones se encontraban en una habitación pobre, casi sin
muebles. Miñajapa llevaba un vestido amarillo, aunque su doble
se mostrara desnudo.
Luigi trepó al automóvil, condujo hasta el edificio y subió
lentamente los ocho pisos. La cerradura estaba oxidada y floja y
le bastaron un par de golpes para abrir. Los roedores estaban en
el suelo. Como los mostrara el astrolabio, permanecían
inmóviles, con los ojos abiertos. Un leve temblor de las patas,
indicaba que estaban vivos. El llamado Cañupán, sonreía en su
inconsciencia.
El anarquista se asomó a la ventana. Metros más abajo vio las
siluetas. A punto de llegar a la tierra, el éxtasis aumentaba y
la penetración mutua era constante. El hombre se inclinó sobre
el ratón y buscó un agujero en la nuca. Metió el dedo y levantó
la superficie del cráneo. Allí estaba el gusano que era el
centro de su ser. Blanco. Grueso. Lo cubría una gelatina
aceitosa. En la parte trasera se adivinaban un par de alas
plegadas. Al tocarlo tres veces, el ratón movió sus patas sin
abandonar la sonrisa. Luego de una breve convulsión, se sentó en
la cama y abrió los ojos. En el aire, la figura fantasmal habría
parpadeado hasta integrarse al roedor. Un alma que regresa al
cuerpo, pensó el anarquista.
Se asomó otra vez a la ventana. Allí estaba su esposa, la ratona
Miñajapa. Al no encontrar a su compañero, retornaría en cuestión
de minutos.
— ¿Qué pasó? -preguntó el ratón con voz atribulada.
— Estabas volando y volviste.
— ¿Quién es usted?
— Soy el marido de Miñajapa, la que estaba haciendo tropelías en
el aire.
Señaló a la ratona que se quejaba y movía espasmódicamente las
patas. Cañupán se incorporó de un salto. Corrió hasta la pared
del fondo y desde allí miró al hombre con ojos de espanto.
— Lo que hicimos es una costumbre, un hábito cultural. No sé que
piensa o que sabe, pero es por completo inocente. ¡Se lo puedo
jurar.!
— Tranquilo, tranquilo. Sabes que soy anarquista, lo que
significa que mi mente es flexible. Incluso alguna vez le ofrecí
a mi esposa formar una pareja abierta…
— Está equivocado si piensa que cometimos el pecado de la carne,
como lo llaman ustedes, los humanos -insistió Cañupán- Los
ratones que emigramos, sufrimos un impacto contaculturativo, por
lo que es necesario un ritual como este para recuperar nuestro
centro. Para que el sol salga y se ponga todos los días. Para
que en la noche brillen la luna y las estrellas.
— Así que eras un ratón intelectual. ¡Que interesante…!
— ¡Cañupán! ¡Escapa! ¡Te va a matar!
El grito de la ratona Miñajapa resonó en la habitación. Con un
salto, Cañupán pudo evitar el golpe del hombre que se dirigía a
su cabeza. Desesperado, buscó la entrada de los caños de
ventilación y se deslizó por ellos. Luigi Luscenti salió al
pasillo en medio de los chillidos constantes de su esposa.
Descendió dos tramos de escaleras y llegó al entrepiso. Allí
estaba la salida del caño. Quitó la tapa que lo cubría y unos
segundos después la cabeza de Cañupán asomó por el hueco. Los
gritos de un Ratón Azul eran tan intensos que podían dañar los
oídos humanos. Los vecinos estaban acostumbrados a peleas
sangrientas en el edificio. Cuando la policía llegara, nadie
habría visto ni oído nada.
Uno de los problemas anatómicos de los ratones es que se hallan
muy expuestos para vivir en el mundo de los hombres había
explicado en su momento el doctor Petrov. El gusano que
constituía todo su ser psíquico y físico, se ubicaba cerca de la
nuca, en un agujero al que bastaba levantar para dejarlo al
descubierto. Ahora, Cañupán, atorado en el caño de la
ventilación, estaba a merced de Luigi Luscenti. El anarquista
volvió a levantar el hueso del cráneo y esta vez tomó la oruga
con su mano desnuda. Con tres golpes lo separó de su base en el
cerebro. El ratón dejó de chillar y el cuerpo cayó inerte hacia
adelante. Bastaría insertarla nuevamente para que recupere su
consciencia. Luscenti contempló el apéndice blanco que latía y
se agitaba en su mano derecha. Debía tratarlo con cuidado.
Dañarlo estaba prohibido por leyes internacionales. Ante la
presión, el gusano lanzó un gemido. El fino aceite que lo cubría
hizo que se deslizara con rapidez y pudo escapar del puño del
anarquista. En el aire, abrió las alas y voló por el pasillo.
Torpe. Lento. Le costaba ganar altura. Luscenti corrió tras él.
Desde el apartamento, Miñajapa continuaba pidiendo auxilio. El
gusano avanzó por los pasillos y se precipitó contra las aspas
detenidas de un extractor de aire a varios metros del suelo.
Luscenti buscó un mueble que estaba en el corredor y lo ubicó
debajo de la larva. Subió a él, pero el techo estaba demasiado
alto y. Apenas podía acariciar el gusano con la punta de los
dedos. El pegajoso centro del ratón Cañupán, intentaba
inútilmente escapar por las estrechas ranuras que quedaban entre
las cruces del extractor.
El anarquista lo golpeó con la mano abierta. Las prácticas de
boxeo le daban a sus puños una enorme fuerza, pero sabía que las
orugas eran muy resistentes.
La primera trompada apenas lo rozó. La criatura, despavorida,
volvió a gemir y redobló los esfuerzos por escapar. Aquello hizo
que se metiera más profundamente entre las aspas. De ese modo
evitó el segundo golpe, pero la vibración activó el interruptor
y el extractor empezó a funcionar. Antes de ser destrozada, la
oruga lanzó un tercer y lastimero gemido. Luego, la gelatina
gris de las entrañas salpicó en todas las direcciones y gran
parte se derramó por la pared hacia el piso. Con un gesto de
contrariedad, el anarquista descendió del mueble. La ratona
Miñajapa había dejado de gritar, ocultándose en el apartamento.
Unos insectos redondos y lustrosos como piezas de damas,
devoraban el cuerpo del ratón. En pocos segundos dieron cuenta
de su carne. Los huesos quedaron al descubierto, se fundieron
unos con otros, y tomaron la forma de un gigantesco cuerno,
negro, rojo y blanco de la base a la punta.
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