Esperé que el otoño
redescubriera avenidas sin lluvia
donde el barro
no lastimara recuerdo de nubes antiguas:
esperé
que las bocas
no encontraran heridas
de viejos salones preñados de odios,
de besos manchados, de estiércoles huecos.
Pero las lágrimas no sirven jamás
para abonar soledades perdidas en lutos,
o encender la memoria con teas ardientes
convertidas en llanto de noches:
lunas
hambrientas de días
que devoran la paz de los iris
entre arrumacos de besos y flores,
rapsodias distantes de besos inútiles.
Esperaré que el estío
convierta sollozos en cantos de olvido,
pasados torcidos en besos leales,
ausencias en luces,
silencios en lanzas aladas.
Ojalá que la noche se torne vivero de oasis...