Hay que salir a la calle con el coraje de seguir adelante, tomar las plazas y
repartir ilusión. Tenemos que despojarnos del pesimismo y la amargura, del desánimo
y el desaliento, y retornar al culto de los valores humanos. Son tantas las
cuestiones pendientes de diálogo que es preciso tender puentes, oponerse al caos,
contribuir a la formación ciudadana para trabajar por el bien común. Ahora bien,
todo esto requiere personas de mente abierta, que sepan mirar más allá de uno
mismo, con capacidad comprensiva, dispuestas a no dejarse corromper por la necedad
del egoísmo, de la maldad hacia sus semejantes. No hay mayor dolor que la estupidez
de la mentira o intentar curar el mal por medio de otro mal. Desde luego, jamás es
excusable ser un perverso a cualquier tipo de jornada, estamos aquí para
humanizarnos, para plantar sosiego e implantar acciones de paz en el planeta. Por
eso, cuesta entender la incursión de tantos sembradores de terror, que atacan sin
miramiento alguno, a personas o instituciones dispuestas a detener la violencia y a
recuperar el tiempo perdido en tantas inútiles batallas.
A la calle hay que salir a reconstruir paisajes perdidos, a escuchar los
testimonios dramáticos de millones de seres humanos, a poner la voz a los que ya no
tienen voz por su continuo sufrimiento, a decir ¡basta! ante tanta crueldad
vertida. Por desgracia, hemos perdido la decencia y hasta la docencia ya no
responde a la formación de personas aptas para respetarse. Lo cruel es que nos
dejamos gobernar al capricho de poderes corruptos, de gentes mediocres y sin
escrúpulos, de personas sin alma. No hay que tener miedo a encontrar la verdad, es
más debemos luchar por la verdad, debemos estar comprometidos con la verdad para
poder deslindar latidos de doctrinas. No nos podemos dejarnos eclipsar por los
intereses de una sociedad corrupta, tenemos que invertir en conciencia crítica y
abrirnos paso entre tanta podredumbre. Sin duda, hemos de ser combativos contra
tantas hipocresías de pedestal antes de que enferme el corazón del mundo.
No olvidemos que por la calle del hoy se llega a la calle del mañana. La esencia de
la vida no es volver hacia atrás, sino ir hacia adelante. Para dolor de todos,
vamos en retroceso, ni se reduce la pobreza, tampoco se cuida el planeta a pesar de
hablar tanto de la sostenibilidad ambiental, y los trabajos cada día son más
precarios. En vista de lo visto, necesitamos la calle para no morir en la soledad,
en la exclusión de un sistema tan injusto como inhumano. Cualquiera nos podemos ver
en la marginalidad por esa falta de ética solidaria o de distribución equitativa.
No es cuestión de poder más, sino de servir mejor. Es menester, por consiguiente,
tomar la calle y denunciar tantos compromisos incumplidos, tantos engaños
consentidos, tantas irresponsabilidades toleradas, tantas miserias injertadas en un
camino de injusticias. Las autoridades públicas, tanto las del país como las
internacionales, deberían tomar buena nota ante la multitud de círculos viciosos
propiciados, en parte, por políticas económicas equivocadas, que incluso llegan a
destruir la riqueza de los estados.
Aunque nos cueste lo que nos cueste, por tanto, debemos salir a la calle y
desterrar de nuestra vista comportamientos deplorables de dirigentes, que practican
y cultivan la gravosa desviación del bien colectivo. Es duro escribirlo, pero
seguimos con la ley de la selva. El día que la sociedad aprenda a convivir
integrada, será el día que verdaderamente el más fuerte ayude al más débil,
mediante un equilibrio de derechos y no de fuerzas. Para invertir esta tendencia,
evidentemente, habrá que cambiar muchas actitudes y prácticas ilícitas, por una
cultura de más donación y menos usura. Mientras tanto, nos queda salir a la calle,
aunque en la calle no seamos nadie, al menos para reivindicar un salario mínimo y
también un salario máximo, una sanidad de mínimos y una sanidad de no abuso, una
educación para todos y una educación sin elitismos, y así, poder reiniciar un nuevo
sueño: la esperanza que hemos perdido.
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