La vida es sueño, escribió Calderón de la Barca. La vida será juego, dice el homo ludus,
asumiendo lo que vendrá. ¿Juego? Claro, fíjense soy importante ejecutivo de importante
compañía, pero todo es como el juego de “la comidita”, ustedes son las visitas, yo les sirvo
humeante té, es invierno, y hablamos de cosas serias e importantes como si fuéramos la gente
grande, que, si nos vieran, dirían que somos unos niños, que no hemos crecido, así Peter
Pan... ¿Y cómo hago para vivir sin trabajar? Me lo permite la automatización, el
hombre-máquina.
Así, pues, no son planes para para hoy, cuando las necesidades no dan tregua, sino para los
sobrevivientes de un mañana: aceptar la vida como algo regalado, que ni vale la pena tomar en
serio, como moneda que corre y dejamos ir. La vida, sin causa ni finalidad algunas, sin otra
justificación que ésta: ha de terminar porque comenzó, y para eso comenzó: para terminar. Es
como el perro tratando de morderse la cola, que da vueltas y vueltas sin jamás alcanzarla. Así
está dispuesto. A pesar de todo, tiene su lado positivo: confirma la unidad de vida y muerte.
Para esta última, contamos también con un tratamiento lúdico, los abuelos lo enseñaron. Para
comenzar, hay que llamarla Pelona o doña NOOjos, con irreverencia. Y anunciarle que va a ser
comida como pan de muertos y calaca de azúcar; con esas precauciones, ella queda conjurada.
Como siempre, no hay que dejarse. Valga el consejo pues al homo ludus no se le ha quitado el
miedo que le tiene.
Muy bien, prosigamos si estamos de acuerdo. Y si no, me da igual. Insisto en que la vida
lúdica no es simplemente el juego, sino una actitud filosófica, o casi, al menos un
comportamiento sabio. Que se construye desde la humildad. Yo, uno al seno de la especie
humana, soy poca cosa. Y la especie humana -que alguna vez creyó ocupar el centro del
universo- es, también, al seno del cosmos, poca cosa. Así que soy una poca cosa de una poca
cosa. Perfecto. Y esta actitud, lejos de devaluarme, me protege: no pretendo lo que no puedo,
estoy al abrigo de inútiles ansiedades.
Vuelvo la espalda a la sociedad dando un paso fuera de ella; y doy la frente al cosmos desde
dentro de él. Epicúreo antes que estoico, quedo, por propia decisión, fuera de la partida.
Fuera, si se trata de valores sociales consagrados. Y dentro de la partida. Dentro, si se
trata de seguir el ejemplo de la lacónica Mamacita Naturaleza. Ella no da explicaciones, no le
preocupa justificarse ni pierde su tiempo. Es, simplemente. Así, el homo ludus, de espalda a
la sociedad de hoy, anticipándose a la de mañana.
Por lo demás, su principal trabajo consiste en cantarse y celebrarse a sí mismo, como el poeta
Walt Whitman. Para vivir lo más plenamente posible, controla su salud, se diría un tanto
hipocondríaco. Y un tanto bon vivant. Y un tanto narcisista. Está convencido -un tanto
anarquista, un tanto pragmático- de lo siguiente: la gran lección es que no hay lección, y lo
único absoluto es que todo es relativo; ninguna ciencia suplirá los silencios de Mamacita
Naturaleza, a la cual el hombre continuará ligado. El placer del homo ludus está en competir,
no en derrotar al adversario, no en demostrar a un público que él gana, no; está en medir sus
fuerzas.
Vivir nunca es aburrimiento, es la invención de nuevos juegos; y tampoco es irresponsabilidad
-en el peor sentido de la palabra-; solamente que no se comparte la seriedad de las personas
serias que ejecutan en serio tareas serias. Sabiendo que no lo son, sabiéndose una nada, o
casi, el homo ludus ratifica su decisión de seguir adelante porque el valor de la vida
consiste en vivirla, y nada hay dentro o fuera de ella que supere a la vida misma, aun cuando
sea barata, regalada, nada seria: no tenemos otra cosa que esa pobre cosa. Por lo demás, todo
es gastable, todo es perecedero, todo tiene su tiempo de existir y su tiempo de extinguirse.
Tal vez sea necesario insistir en la distinción entre irresponsable como valemadrista e
irresponsable como lúdico. No, al primero; sí, al segundo. No derramaré petróleo en el mar y
trataré al prójimo -que es mi compañero de juegos- como a mí mismo; cuidaré de las otras
especies, especialmente las que se encuentran en vías de extinción, como de mí mismo; y con
causa: corro el peligro de ser, yo, el hombre, una de ellas.
Y lo haré sin creerme el rey de la creación, sin soberbia hacia las otras especies, menos
evolucionadas; sin pensar que robótica, ingeniería genética, clonación, electrónica,
informática, cibernética, astronáutica, cirugía de trasplantes, energía nuclear, etcétera, y
armas de destrucción masiva, consagran al hombre como amo del sistema solar o le otorgan el
derecho de dar rumbo a la evolución sustituyendo a Mamacita Naturaleza. Todo eso es parte de
un juego: irresponsable en el mejor sentido, responsable en el mejor sentido. Y ese juego es,
repito: vivir y dejar vivir.
Es una moral paralela al universo; percibo la fugacidad y la asumo: soy objeto entre objetos,
interactúo, y la muerte es parte del juego. ¿Implica esta actitud la espera de que el tiempo
hará lo suyo sacando del medio a la Pelona, o bien, sin poderlo precisar, algo, algo pase de
verdad, que revele los porqué y los para qué? Tal vez, tal vez el juego sea la manera de
sobrellevar la espera sin desespera, entreteniéndonos con electrónica, informática,
cibernética, astronáutica, cirugía de trasplantes, clonación, energía nuclear, etcétera, y
armas de destrucción masiva, consagran al hombre como amo del sistema solar o solamente le
otorgan el derecho de dar rumbo a la evolución sustituyendo a mamacita naturaleza. O bien el
hombre se lo cree cuando en realidad es parte de un juego, y ese juego es: vivir y dejar
vivir.
Es una moral paralela al universo; percibo la fugacidad y la asumo: soy objeto entre objetos,
interactúo, y la muerte es parte del juego. Sí, millones de años cuando éramos peces remando
con las aletas y luego tentados por los cielos las alas hicieron lo suyo y finalmente el
hombre con sus manos y su cerebro pretenden adueñarse de todo
Orita vemos.
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