Estoy muda y expectante en esta tierra que me aferra a mis raíces para que pueda parir un
nuevo giro en la historia de mi vida.
Quiero crecer, salir, volar, mas no puedo. Me sumerjo cada vez más en la herida que va dejando
la tierra abriéndose como volcán erosionado por el tiempo, aunque latente en su instinto.
Me atrapa, me hacer gozar sintiendo el aire cálido sobre mi rostro que sólo queda afuera para
hacerme saber que no soy de ningún lado, que no pertenezco a nadie, que todo depende sólo de
mí y del esfuerzo para quedarme o salir.
La decisión es importante como lo son estos anclajes que impiden me mueva con la soltura que
mi sangre necesita.
Me siento débil por momentos, mas por otros me doy cuenta que mi instinto está buscando
fuerzas para dar el gran salto, para desprenderme de este lugar, de este pozo profundo, negro,
que me deja solitaria y asida a un mundo donde las raíces son el fruto de amores nómadas e
inciertos, donde todos vienen a dejar sus nombres sin importarles ni lastimarme ni hacer de mí
esta imagen sangrante que hoy soy.
Mi cuello al viento significa el trampolín donde saltaré al infinito para llevar a cada uno
esta voz que enronquece con el aire y se dulcifica con el sol.
Que necesita de una mano que lo tome, lo acaricie, lo haga sentir que puede seguir viviendo
sin pedir permisos ni licencias, sino basándose en su empuje, en su fuerza, en su necesidad de
alas concretas y no sólo imaginarias.
Los molinos del pensamiento giran a mi alrededor y tomando su viento entre mis manos me podré
ir con él surcando cielos y cantando feliz una dulce canción de libertad.
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