Un mundo de líneas rectas, sería la representación del infierno.
El descubrimiento de universos paralelos por parte del Doctor Petrov, se conoció en el ámbito
humano como “Apertura”. Se llegaron a contar más de mil mundos arracimados en la periferia de
la realidad. Aproximadamente doscientos podían ser visitados y recorridos por los humanos.
Numerosas empresas de viajes ofrecieron por precios módicos, planes de “Turismo ficción con
matices de aventura”.
Al llegar el gobierno militar, la “Apertura” se prohibió durante un mes. Entonces detuvieron e
investigaron al doctor Petrov. Sospechaban que los subversivos podrían utilizar los mundos
recién descubiertos para ocultarse y atacar desde allí con la ventaja de la sorpresa.
En ese tiempo, un par de militares empezaron el entrenamiento para acceder al llamado “Mundo
sin Nombre”, ámbito misterioso cuya descripción evocaba conceptos filosóficos. A los tres días
los superiores ordenaron abandonar el proyecto. En una nueva evaluación, consideraron absurdo
permanecer seis meses sentados frente a una pared y concentrados en los ruidos y escozores del
cuerpo. Recién pasado ese tiempo, encontrarían en algunas sensaciones, las fronteras naturales
de aquel universo. Los militares concluyeron que si la forma de llegar no era rápida y fácil
para ellos, no lo sería para los subversivos. Además, toda la información que llegaba de ese
universo tenía un carácter vago y místico, lo que le restaba importancia estratégica.
El gobierno liberó al doctor Petrov. Súbitamente le devolvieron la confianza y apelaron a sus
conocimientos. El nuevo régimen pretendía organizarse en logias y se requería de alguien que
los instruyera acerca de su formación. Nadie más indicado que aquel hombre elegante, con
antecedentes de chamán y de Supremo Maestro en varios ritos Masónicos regulares e irregulares.
Durante largo tiempo, el médico instruyó a cantidad oficiales, tanto en los aspectos
organizativos como en el contenido mítico que debía tener una logia. La intención era emular
las organizaciones que llevaran adelante las luchas de la independencia en el siglo XIX en
América. Los objetivos, conseguir influencia y poder crecientes en el ejército y en la
sociedad.
La bella Mika, que contara con su forma humana gracias a los esfuerzos del Doctor Petrov,
podía entrar y salir sin problemas del Mundo sin Nombre al cual pertenecía. Antes de la
llegada de los militares, el médico consiguió para ella documentos falsos a través del
anarquista Luigi Luscenti. Era época de toques de queda, retenes imprevistos y hasta
fusilamientos en plena calle. Se imponía que la joven tuviera una identificación. Su tutor la
presentaba ceremoniosamente como “una alumna”. En las reuniones debía tomarlo del brazo, jugar
con su mano y besarlo rápidamente en la boca. No existía intimidad entre ellos, pero la
sociedad debía creer que eran amantes. Esto inspiraba respeto hacia Petrov por parte de los
militares. En sus conversaciones brindaban elogiosos comentarios a la habilidad del galeno
para rodearse de mujeres hermosas.
El escritor unicornio, que lograra escapar al Mundo sin Nombre, se convirtió en la principal
responsabilidad del médico. Unos meses atrás, Irma La Morte, una de las más famosas locutoras
del país, metió su mano en la espalda y logró apretar el corazón del hombre. En ese momento,
una ráfaga de balas mató a la mujer. Aquello trasmitió la muerte al propio unicornio y enredó
la agonía alrededor de su cuello como un negro collar.
Una de las premisas del abuelo del doctor Petrov era que si llegaba hasta él un unicornio
agonizante, no podía permitir que muriera. De hacerlo, la vida sufriría una merma con
consecuencias negativas para la humanidad y el propio médico.
Por ahora, aquel unicornio que fuera sometido a la Cripsis, es decir al camuflaje humano,
estaba protegido en el Mundo sin Nombre. Eunuperia era una organización especializada en matar
bestias fantásticas y aprovechar los restos. Sus miembros habían detectado la agonía del
escritor. Ahora un grupo de hombres y mujeres rubicundos, de rostros y cabellos rojos,
estarían buscándolo. Todo esto lo informaba la bruma gris que flotaba en el interior de la
caja, donde el doctor Petrov guardara la partícula de marfil celeste que perteneciera al
cuerno.
Dentro de Eunuperia, se operaba en tres niveles: el espiritual a través de prolongados y
complicados hechizos. El psíquico, en el que trataban de ganar el paladar del unicornio y el
plano físico en el que lo inducían a la muerte. No podían asesinarlo. De hacerlo, destruirían
las propiedades del cuerno y de los huesos. Debían procurar que el mismo animal clame por su
fin. Al lograrlo, contaban con pocas horas para pulverizar el cadáver, fraccionarlo y
distribuirlo. Si actuaban bien, podrían brindar la inmortalidad y la energía indefinidas a más
de cien hombres maduros con el suficiente dinero como para comprar la medicina.
El unicornio no estaba totalmente a salvo en el Mundo sin Nombre. Unas partículas rojas en la
bruma que flotaba en la caja, indicaban que Eunuperia enviaba porciones de veneno. Muy
lentamente, las espirales de la ponzoña llegaban a aquel universo.
El doctor Petrov dejó de reflexionar, cerró la caja y se asomó al jardín de la mansión. Era
otoño y en el cielo latía la tormenta.
El escritor unicornio había descubierto que en el Mundo sin Nombre todo era música.
Movimientos y sonidos llegaban hasta él y caían en su boca. Los empapaba de saliva y paladeaba
hasta convertirlos en notas. Con ellos formaba suaves sinfonías. Luego permanecía atento a
sucesiones de pasos, discursos, roces. Hasta los ruidos más leves se convertían en frases
armónicas que se superponían y entrecruzaban en un canon complicado. Cada ser de aquel
universo tenía su música propia. La del escritor surgía de un constante contrapunto con los
sonidos delicados que llegaban de Mika.
Escribía febrilmente, todas las tardes. Cada palabra era una nota. Cada tramo de la narración,
cada movimiento de los personajes, una frase musical. Todo se convertía en una sonora red,
cuyos elementos se rechazaban o se encontraban en colosales acordes.
Poco a poco fue dejando los conceptos lineales de horas, días y meses, propio de los humanos.
En el Mundo sin nombre, el tiempo era un vaivén en la búsqueda de las propias raíces. No
tenían sentido el apuro, o la urgencia. Todo llegaba y partía, rodeado de un halo de
inmediatez.
Seguía sin cesar a Mika a través de los círculos que formaban la trama del universo. Al
principio pensaba que se encontrarían en algún momento. La persecución y el rechazo constantes
deberían tener algún fin. Poco a poco comprendió que el evitarse mutuamente era la naturaleza
de la relación. Aquel perseguirse sin hallarse jamás, encerraba un sentido del placer oscuro y
a la vez brillante. El movimiento de ambos era un ballet que formaba parte de la sinfonía
general, en constante creación.
En aquel universo, los sueños eran un complemento simétrico de la vigilia. La estructura
circular los llevaba a encontrar siempre su propio origen. El soñador era transportado
físicamente al sitio que evocaba. Las visiones nunca se apartaban del propio Mundo sin Nombre
El inicio del dormir coincidía con el principio del despertar. Poco a poco, el escritor fue
perdiendo la conciencia de la separación entre uno y otro. Vivía entre luminosas y a la vez
oscuras brumas, en un paso constante del sueño a la lucidez.
Por esta dimensión onírica que atravesaba todas las cosas, supo el hombre unicornio que algo
andaba mal. En aquel medio, la espiral tenía un sentido amenazante, ya que la figura escondía
el subterfugio de avanzar en línea recta. En el momento de arribar al Mundo sin Nombre, el
escritor lo había hecho a través del movimiento centrípeto de varias espirales que se
destruyeron en la periferia de los círculos. Con el tiempo supo que los habitantes las
evitaban porque tendían a romper la armonía. Si en la vida cotidiana, algunas de las
circunferencias que surgían de la curvatura del radio, se transformaba en espiral, debían
pronunciarse conjuros y arrojar la nueva figura a la periferia del mundo sin nombre. Allí
había un lugar al que consideraban siniestro. Lo llamaban el “Pantano de las Espirales”. En
una leve cuenca, donde los bucles chisporroteaban constantemente, como afectados por cortos
circuitos.
En uno de los sueños del escritor, el círculo que lo contenía se transformó en una espiral y
no supo cómo conjurarlo. Sólo la rápida imagen de Mika y el deseo de seguirla, lo hizo volver
a la circunferencia inicial.
Un axioma de aquel mundo era que no debía promoverse la repetición de algo negativo o nefasto,
ya que esto formaría una espiral descendente. Cualquier acontecimiento que se reiterara,
exigía ser proyectado en un círculo cuyo perímetro debía recorrerse una y otra vez. Si se
trataba de un mal augurio, la llegada de una espiral indicaría la necesidad de abandonar el
proyecto.
El sueño con el Pantano se repitió. Poco a poco, en la base de la lengua del escritor, se
formó el sabor rechinante del aceite y el humo de los camiones militares. La sinfonía diaria
empezó a tener notas disonantes. A esto se sumó la figura de Irma La Morte, la locutora que
apretara su corazón en el momento en que la asesinaban. Aparecía sonriéndole en súbitos e
instantáneos chispazos
Entonces el unicornio se aferró a Mika. Ella pareció intuirlo y se dividió en varios dobles
que caminaron apresurados a distintos puntos de la esfera que contenía al Mundo sin Nombre. El
escritor también logró dividirse y la siguió en el equivalente a días y noches humanos. El
olor a aceite y a humo ya se mezclaba con las capas profundas de su piel. Jornada tras
jornada, se detenía jadeando en la periferia de su propio círculo
En el Mundo sin Nombre la Cripsis, es decir el lejano maquillaje que realizara en Japón la
doctora Kobayashi para que pueda vivir entre los hombres, había caído. Dentro de su
circunferencia, el escritor unicornio había adoptado la forma del cuerno que se curvaba
permanentemente, buscando la forma circular. De inmediato la perdía y volvía a extenderse
enhiesto, para encontrarla una y otra vez. El enorme apéndice que ahora amenazaba con
retorcerse en una siniestra espiral.
A diferencia de los lodazales humanos, el “Pantano de las Espirales” era un lugar limpio,
brillante, acerado. En sus mitologías, los habitantes de aquel mundo representaban así el
propio infierno. Bastaba recorrer unos cinco círculos para llegar al borde del limpio lodazal.
Allí destellaban las figuras en un amontonamiento exacto, preciso. Debajo de ellas podía verse
una zona sumergida en las penumbras. Era el único punto donde se interrumpía el resplandor en
el mundo sin nombre. La luz acompaña a los círculos — habían explicado al escritor cuando
llegara. La sombra a las líneas rectas. Un mundo de líneas rectas, sería la representación del
infierno. Las espirales serían un atajo a dicho averno.
El escritor se veía constantemente a sí mismo, sentado en la periferia del círculo que le
permitía contemplar el pantano. Se preguntaba si alguna vez debía regresar al mundo de los
hombres. Si bien lo callaban, para los habitantes del Mundo sin Nombre, el ámbito humano era
el infierno.
Espirales, temores, sabores ominosos, formaban parte de una pesadilla apenas sugerida. En la
vida cotidiana del Mundo sin Nombre, el escritor se sumergía en las notas que flotaban en el
aire, en los círculos constantes, en la figura de Mika y en la sensación de felicidad que
sentía por primera vez en mucho tiempo.
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