En estas tontorronas fechas en las que el otoño comienza a resurgir de entre los humeantes
rescoldos del verano, cuando los insulsos días de octubre se correlativizan con los de
noviembre para imponer la atonía y lasitud de sus cielos grisáceos, los titulares de prensa y
demás medios se hacen tan anodinos como el ciclo climático y sólo pintan sucesos en un leve
sincolor que apenas va del berrendo al ceniciento.
Architrillados ya en meses precedentes los casos Bárcenas, los ERE, el Nóos o Urdangarín, el
Gürtel, el Palau de la Música, el Pretoria, el caso Mercurio, el Pallerols, el caso ITV, el
caso Clotilde, el Gao Ping, el Palma Arena, el Pokémon y Manga, el Conde Roa, el Baltar, el
Emarsa, el Brugal, el Carlos Fabra, el Unió Mallorquina, etc., etc. (disculpen si no sigo,
pero es que sólo tengo un folio), en estos días las letras capitales se alinean en las
cabeceras de los periódicos para participarnos el cabreo de la presidenta de Brasil, Dilma
Rousseff, o el aún más reciente, el de la cancillera germana, Ángela Merkel, a cuenta de la
ignominiosa actitud del señor Obama y sus organismos de seguridad de nada menos que pincharles
el teléfono móvil.
La señora cancillera teutona ha puesto el grito en el cielo al saber que tanto sus cuchi cuchi
con su señor marido como los exabruptos contra los europaíses periféricos son comidilla diaria
en el despacho oval. No ha parado hasta que el inquilino de la Casa Blanca le ha jurado por
sus muertos más frescos que él no ha ordenado nada ni tenía conocimiento de semejantes
asuntos.
Lo cierto es que el tema huele peor que una cloaca. Las revelaciones del arrepentido Edward
Snowden destapó hace meses el espionaje llevado a cabo por la NSA -Agencia Nacional de
Seguridad- mediante el uso y concurso de últimas tecnologías y una nutrida nómina de expertos
que, además, cuentan con la colaboración de Google, Facebook, Microsoft y Apple -entre otras
empresas-. Toda la información se guarda y manipula en la llamada PRISM, una gigantesca base
de datos cuyos programas gestiona la dicha Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos y
que lleva funcionando varios años. Este oscuro e ignoto laboratorio de espionaje tecnológico,
además de programas y apartados dedicados a personas o estamentos especiales y de más alta
seguridad, se nutre de correos electrónicos, fotografías, vídeos, conversaciones y todo tipo
de ficheros que intercambian en la web ciudadanos de dentro y fuera de Estados Unidos. Todo
este tinglado de espionaje masivo, amparado en la lucha anti terrorista, fue puesto en marcha
por el anterior presidente, George W. Bush, pero, sorprendentemente, es continuado por el
actual, el líder de las libertades y los derechos civiles y democráticos, Barack Obama.
No cabe dudas de que estas prácticas -que darían a Orwell para otra novela- son una flagrante
violación a la legislación y principios democráticos internacionales y un ominoso atentado al
derecho a la intimidad de todos los ciudadanos. Y todo ello sin descartar el posible pirateo
de secretos oficiales o industriales que se desprende de este descomunal caso de espionaje. Un
desagradable, hediondo y feo asunto que rompe la confianza y seguridad entre naciones
democráticas y países amigos, y que, de no haber las debidas y demostrables correcciones,
sinceras y veraces disculpas y honestas y fehacientes promesas de acabar para siempre con
tales prácticas, puede que, incluso, con la paz y estabilidad de Occidente.
Creo no equivocarme si digo que los Estados Unidos es un país digno, serio y admirado por la
mayoría de ciudadanos del mundo occidental. Con sólo repasar su enorme contribución al
progreso del mundo -en todas las áreas- ya nos vale para tenerlo como pueblo distinguido,
respetable y, presumiblemente, guiado por dirigentes honestos y sensatos. Ciertamente, también
podríamos aducir ciertas actitudes en sus políticas y gobiernos -principalmente, las
relacionadas con armas y guerras- que estarían en la parte negativa de la lista. Algo que
nunca se le ha tenido en cuenta, toda vez que, restadas a las del otro signo, podríamos
afirmar que son bastante más las actitudes positivas.
Sin embargo, las evidencias puestas al descubierto por el soldado Bradley Manning -con los
documentos entregados y publicados por Wikileaks (1,2 millones)-, más las aportadas por el
consultor tecnológico Edward Snowden, confirman que ha habido un rastreo, verificación y
guardado de datos masivo de las comunicaciones, no sólo de ciudadanos de todo el mundo, sino
también de empresas, bancos, centros militares, embajadas, gobiernos y todo cuanto se moviera
a través de las modernas autopistas de la Red.
Si añadimos el especial cuidado que han tenido de pinchar los móviles de las dos señoras
presidentas citadas más arriba, es cuando se me viene a la cabeza aquel pobre diablo dueño de
un bar que, maníaco u obseso de ese oscuro objeto del deseo, no tuvo mejor idea que la de
instalar varias cámaras ocultas en los recovecos de sus aseos para verle el chichi a toda
señora que entrara a hacer sus necesidades.
Naturalmente, lo descubrieron, lo acusaron de la falta o delito y -supongo- le impondrían la
pena prevista para el caso (en España regulado por la Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, sobre
protección civil del derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia
imagen, Cap. II, Art. 7).
Convendrán conmigo en que hay una enorme diferencia entre la gravedad de los hechos efectuados
por el mirachichis y la derivada de la intromisión en la vida privada de millones de personas.
Una responsabilidad que se multiplica hasta lo infinito si tenemos en cuenta que también se ha
husmeados en datos oficiales, confidenciales y secretos de empresas, bancos, centros
militares, embajadas, gobiernos, etc.
Es cierto y debemos admitir que buena parte de estas prácticas las lleva a cabo EE.UU. con el
objetivo de salvaguardar los intereses propios y de países amigos y aliados, tanto en materia
de terrorismo como en posibles perjuicios -bélicos, industriales y otros- que pudieran
ocasionar determinados países poco dados a las formas políticas y sociales del mundo
occidental. Pero, de ahí, de tratar de conocer y anticiparse a las acciones de posibles
terroristas y potenciales enemigos a meterse a espiar la vida, obra e intimidades de
gobernantes de naciones amigas, va un gran trecho. Una acción tan mezquina y de baja calaña
como la del referido dueño de bar, y que, de no ser por determinadas condicionantes que, si no
justificativas o eximentes, tendremos que aceptar como paliativas, tendríamos que calificar
como imperdonable.
Y, sinceramente, aunque me cae muy bien el presidente Obama, opino que, tanto nuestro
presidente, Sr. Rajoy, como los del resto de países integrantes de la UE, deberían tomar
conciencia de la importancia del asunto y pedir, muy seriamente, las obligadas
responsabilidades al gobierno de los Estados Unidos. Y, por otro lado, entendiendo que en
estas materias tecnológicas dependemos muy mucho de los grandes de Silicon Valley, que se
habiliten investigadores y expertos de la comunidad europea hasta conseguir salvar los
obstáculos tecnológicos que hacen posible estas ignominias.
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