Primera parte
Hablar de dinero o herencia suscita casi siempre desavenencias, conflictos y discusiones sobre
todo cuando no existe transparencia. Con dinero se puede manipular a las personas, conseguir
títulos académicos, camuflar ciertas patrañas y hasta comprar amor. Algunas Instituciones y
Bancos especulan con dinero consiguiendo cuantiosas sumas a su favor. Los gobiernos de todos
los países del mundo, entran a menudo en conflicto con las masas populares en el momento de
decidir, el destino del Presupuesto General del Estado. Es decir, cómo se va repartir, en un
país, los gastos públicos en materia de salud, de educación, de transporte, de vivienda, de
seguridad etc. Los matrimonios también pasan momentos de disputas donde el dinero está por
entre medio. En Suecia, la mayoría de las Asociaciones Culturales, organizadas por
extranjeros, han tenido amargas experiencias en este sentido, a pesar de que en dichas
Asociaciones existen y han existido personas muy honestas. Pero no ha faltado la otra cara de
la medalla. Y en consecuencia, ha desaparecido dinero misteriosamente.
Los seres humanos, a diferencia de los animales, nacen con inteligencia y dependiendo del
entorno social en el que se desarrollan van adquiriendo una formación. Pero también
costumbres, valores, normas y creencias; es decir aquello que llamamos moral. Este conjunto de
valores no es un objeto y, por lo tanto, no es palpable. Tampoco hay un aparato electrónico
para medir la moral de las personas. Dicho en otros términos, la moral no es algo que existe
volando en el aire, sino más bien está sujeto a un ente social. Por consiguiente, la moral
individual sale a flote, para bien o para mal, a través de la conducta del hombre. En un
sentido más amplio va conformando la moral social de una colectividad. El ser humano que
lleva, en su universo interior, los elementos morales bien equilibrados; tiende a realizar
obras de buena fe: es caritativo, ejerce amor y justicia, es cooperativo y ayuda al más débil.
Esto es, pone en práctica actos humamos, por lo demás, necesarios para el desarrollo de una
civilización. Mientras que el ser humano desenfrenado e inmoral comete actos perversos,
ilícitos e incoherentes subordinados a su inmoralidad. En este sentido, se puede especular
desde el punto de vista psicológico, las múltiples variables que entran en juego cuando un
ente indigno comete un acto ilegítimo. En las relaciones humanas entre gobernantes y
gobernados, entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, entre hermanos mayores y
hermanos menores, entre familiares etc, existe un límite de respeto mutuo que no se debe pasar
bajo ninguna circunstancia. De lo contrario, las consecuencias pueden ser fatales.
Por naturaleza, el hombre lucha por la subsistencia. Tenemos que satisfacer nuestras
necesidades básicas como la comida, el techo, la ropa etc. Tenemos un sinfín de sueños y somos
víctimas de nuestros deseos carnales y, sobre todo, de nuestros deseos materiales. Las
personas honestas, que son millones de millones en este mundo, batallan día a día, mes por mes
y con el sudor de su frente van construyendo, granito por granito, esos sueños que un día se
imaginaron. Este proceso de trabajo honrado, es bien respetado en todas las culturas del
planeta Tierra. Sin embargo, “hay de todo en la viña del Señor”; como dicen los religiosos. Si
observamos a nuestro alrededor, en todas partes del mundo, existen personas que sobrepasan
todas las barreras universales de buena conducta para enriquecerse de la noche a la mañana. Y
como efecto, casi siempre se involucran en cosas ilícitas.
La codicia puede, en ciertos casos, mucho más que los valores humanos. Hace desaparecer la
honorabilidad y el pudor de algunas personas. La codicia ha causado amenazas, guerras,
matanzas e incluso, en situaciones extremas y violentas, como indicaré más adelante, se ha
llegado a la muerte. La avidez de conseguir bienes materiales, de forma totalmente ilegal, no
es una actitud particular de los tiempos modernos, sino más bien tiene notables precedentes en
la historia. Desde la antigüedad, las turbulencias económicas, que se dieron durante los
cambios estructurales de una sociedad, han generado “nuevos ricos”. Por ejemplo, en la
transición de la República al Imperio en Roma, los aristócratas itálicos, entre ellos Cicerón,
se enriquecieron con los impuestos que procedían de los territorios mediterráneos que estaban
controlados por los romanos. La diferencia de clases sociales se profundizó y los afortunados
ilícitamente proliferaron como hongos. Los autores satíricos romanos como Pretonio, Catulo y
Horacio ridiculizaban a los nuevos millonarios. En Francia ocurrió algo parecido tras la
muerte de Luis XIV, y los escritores franceses de la época empezaron a criticar a los “nuevos
ricos” (nouveaux riches) calificándolos de arribistas y advenedizos. Montesquieu, en una de
sus cartas se refiere a un nuevo rico con las siguientes palabras: “… el hombre muy mal
vestido, levantando los ojos al cielo decía: ¡Dios bendiga los proyectos de nuestros
ministros! Ojalá pueda ver las acciones a dos mil y a todos los criados de Paris más ricos que
sus amos”.
Es realmente sorprendente la forma patética en que cambian algunas personas, en el instante de
aprovecharse de una situación de crisis o de muerte para obtener un beneficio. En el libro “Ikea
en camino al futuro”, que se publicó en Suecia hace unas semanas, se revela que el fundador de
la cadena sueca de muebles y decoración IKEA, Ingvar Kamprad, se enfrentó con sus tres hijos
por asuntos de dinero. Según el periódico “La Industria del Día” (Dagens Industri), Peter,
Mathias y Jonas habían contratado un excelente abogado norteamericano para iniciar un juicio
contra su padre.
La herencia es otro tema que causa discordia y tristeza porque, a veces, separa matrimonios,
familias y amistades. Es justamente en estos casos donde se ponen a prueba los valores éticos
y morales del ser humano. Cuando el ex presidente sudafricano, Nelson Mandela, se encontraba
en el hospital entre la vida y la muerte, sus familiares tuvieron agrias pugnas por la
herencia. A medianos de la década de los 90 pudimos observar a Vickie Lynn Hogan, más conocida
como Anna Nicole Smith, peleando por una herencia de 88 millones de dólares ante un Tribunal
Supremo de los Estados Unidos. La ex rubia de cuerpo escultural, con tan solo 26 años se había
casado, en 1994, con el multimillonario petrolero, J. Howard Marshall, de 89 años. Marshall
murió en 1995, no pudo gozar más de su flamante y bella esposa y, en consecuencia, la muchacha
Playboy astuta como ella sola, pero de pensamiento un poco ingenuo; pensó que los millones de
dólares iban caer en sus manos. En varias ocasiones dijo que “su fallecido esposo le había
prometido una gran parte de su riqueza”. Apenas solicitó la famosa fortuna, le salió un
cañonazo por la culata porque el hijo de su ex esposo, Pierce Marshall heredero legítimo,
impugnó (con toda razón) el testamento y se enfrentaron, antes los jueces, en una lucha
encarnizada. Aunque algunas fuentes aseguran que, Anna Nicole, nunca figuró en el testamento
que dejó Marshal. Los documentos judiciales mostraron que Smith recibió 6 millones de dólares
como regalo cuando su esposo estaba en vida. Pero ella no contenta con semejante obsequió (!),
seguía guerreando por dinero, como dicen vulgarmente ¡la plata llama plata! Después de tanta
batalla, la hermosa modelo, de labios carnosos y de cuerpo voluptuoso que una vez lució ropa
interior para el consorcio sueco H&M, jamás recibió un solo dólar de las cortes
estadounidenses. Su hija, Dannielyn Hope, tampoco recibió un centavo. Anna Nicole Smith murió,
a los 39 años, en un hotel de Florida luego de haber ingerido una sobredosis de fármacos.
Pierre Marshall también murió, a los 67 años, en Dallas a causa de una infección. Y ninguno de
ellos se llevó fajos de dólares a la tumba.
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