Solamente cuando se está en una atmósfera de preocupaciones por la propia salud se suele tomar
en serio la utilidad de la dieta vegetariana. Para quienes gozan de una buena fisiología
semejante régimen alimenticio carece de relevancia o credibilidad, o bien es motivo de
disquisición, incluso de burla, sobre todo por parte de los que se alimentan de carne con
frecuencia, sienten debilidad por la fritura y tienen inclinación por los dulces.
He dicho que quienes se ven en una problemática de salud son los que buscan con no poca
angustia remedios a sus males. Los programas televisivos no se cansan de informar sobre cómo
se han de conducir los pacientes de diversas patologías. Muchos de ellos oyen con escepticismo
esas emisiones, o bien las menosprecian como si temiesen que han de cambiar de hábitos
alimenticios.
Sencillamente doy unas sugerencias, más que soluciones, a los que tengan interés en seguirlas,
teniendo en cuenta que quien expone los esbozos de unas normas para prevenir temidos
desenlaces o complicaciones, ha experimentado antes esos resultados, sin que estas
afirmaciones se hagan con fanfarrias exitosas.
Una tarde, paseando por Cádiz, entré en una librería de libros de ocasión existente en la
bella placita de San Francisco. Entre otros, tuve la oportunidad de darme de cara con uno que
me atrajo sin apenas duda. Se trataba de Vitaminas. La salud por la alimentación, del doctor
Adrián Vander, en una edición de 1969.
El libro, lleno de ilustraciones para hacer más asimilables sus contenidos, contiene un
muestrario exhaustivo de enfermedades y sus dietas correspondientes. Todo el que quiera puede
aprender en él estupendas nociones para una nutrición básica.
Ciertos alimentos vegetales son necesarios para depurar la sangre y, evidentemente, son las
verduras y las frutas.
Y esta noción nos la postulan otros tantos tratados que nos advierten de la práctica
contraria. Otro libro interesante que me ha ayudado mucho en esta búsqueda de fórmulas
salutíferas es Mis observaciones clínicas sobre el limón, el ajo y la cebolla, del profesor
Nicolás Capo, aparecido en Barcelona, en 1969.
El capítulo más importante es el dedicado a las sustancias prohibidas y, a continuación, las
sustancias aconsejadas. Habrá quien sienta rechazo por el rigor alimenticio; en todo caso, no
hay nada más seguro que el llamado término medio, y como dijo Antonio Machado: “Es el mejor de
los buenos / quien sabe que esta vida / todo es cuestión de medida: / un poco más, algo
menos”.
Sin embargo, a pesar de los fatalismos que queramos esgrimir y la recurrencia a argumentos
contrarios a la dieta semi o vegetariana (por ejemplo, hay quienes afirman que muchos que se
alimentaban correctamente han fallecido antes que otros que llevan una dieta con abundancia de
carnes rojas, embutidos, quesos, frituras y poco o nada de frutas y verduras), se ha de oír la
voz de la experiencia y corregir los excesos de grasas perjudiciales para el organismo.
Pero sigamos con nuestras pistas editoriales y detengámonos en otro libro interesante. Se
trata de Tu salud y la fruta, de Vázquez y De Anda, editorial mexicana, 1975. Explica las
propiedades de cada fruta y las enfermedades a que pueden beneficiar, todo ello en una
exposición concisa. Asimismo, también expone un estudio de los minerales y las vitaminas.
Finalmente, no me puedo resistir a citar otro libro de enorme interés en este tema. Se trata
del Diccionario de los alimentos, de O. Ávila y J. Soler, de Ediciones Cedel. Este texto está
documentado, a modo de cuestionario, en todos los caracteres que definen las grasas, hidratos
de carbono, minerales, proteínas y vitaminas, indicando los trastornos que produce su
carencia.
En cuanto a vegetarianos ilustres, la lista se haría interminable. Citemos de la antigüedad
los nombres de Diógenes, Platón, Séneca, Clemente de Alejandría, Plotino...Hay un libro de
Carlos Brandt titulado ¿Era Jesús vegetariano?
En la modernidad tenemos a un gran número de gente ilustre que se ha confesado vegetariana.
Por ejemplo: Albert Schweitzer, George Bernard Shaw, H. G. Wells, Mahatma Gandhi...
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