
Traer a la página de esta
reseña la andadura del poeta
arcense Antonio Murciano no es
necesario, puesto que su
nombre viene acompañado de una
ficha de publicaciones y
reconocimientos, como constan
en las solapas del libro
presente, que está en las
mentes de cuantos deambulan
por la república de las
Letras, en especial por las
zonas residenciales de la
Poesía, pero, además, con la
entrañable y ya clásica
atalaya roquera de la
colección Alcaraván, de donde
iniciaron su vuelo poético
libros que ennoblecieron la
poesía del Sur.
Tenemos que hacer una división
en la poesía de nuestro poeta.
Su vertiente culta y la
popular. En la primera su
fluidez en el verso
endecasílabo le ha permitido
dominar las formas clásicas,
en especial, el soneto.
Recuerdo un libro que leí con
fruición por esa misma
cualidad antedicha. Se trata
del libro
De la piedra a la
estrella (1961) y otro que me
gustó porque el poeta se
consideraba fuera de la poesía
al uso, o sea, la protesta, ya
que lo “mío es otro cantar”.
Es el libro
Canción mía. Este
poemario ha definido en gran
parte la obra de Antonio
Murciano: su sentir espontáneo
hacia el entorno visto con
ojos de bondad y sencillez.
Cito estos dos libros, que me
parecieron muy definitorios de
su manera de escribir poesía,
que ya quedó bien expresada en
La semilla, Premio Adonais
1959.
En la línea popular, muy
conocida es la musa de la
Navidad en su obra, en algunas
entregas en complicidad con su
hermano Carlos, así como su
aportación a las letras
flamencas, y al mundo taurino,
como en el caso de su todavía
reciente obra
Juan Belmonte.
El pasmo de Triana.
Pero vayamos al libro que hoy
nos ocupa, después de estas
líneas a modo de introducción.
Escribe en el prólogo Pedro
Sevilla que el título del
libro se lo dio Julio
Mariscal, a cambio de otro que
le había dado antes Antonio a
él; que
Andarivel es de origen
catalán y que en todas sus
aceptaciones significa
movimiento. Antonio Murciano,
según el prologuista, es el
mejor lírico popular de su
generación (los 50) y que ello
traza un paralelismo con los
Machado por el 98 y con Lorca
y Alberti por el 27.
Y estas palabras como de
anuncio del libro se van
justificando en las cuatro
partes que componen el cuerpo
literario de esta publicación.
La variedad geográfica es
tratada con el cariño que
pondría también Isaac Albéniz
en su suite Iberia. Quien haya
viajado por España hallará en
estos poemas puntos de
recuerdos que le serán gratos,
de tal modo que este libro le
podría servir de vademécum
sentimental a cualquiera que
anduviese por esos mismos
lugares que canta el poeta con
el alma entretejida con los
hilos de su asombro y el
regalo visual de los sitios
contemplados. Testimonio de un
corazón que también es
registro de unas experiencias
que opta por el metro corto
para expresarse, exceptuando
el soneto-canción que sirve de
pórtico.
Empieza por tierras del Norte
y Levante, continúa por
tierras riojanas, castellanas
y extremeñas; en la tercera
parte pone rumbo al Sur y en
la cuarta va del Guadalquivir
al Guadalete, con la vuelta a
Arcos como broche de cierre en
el andar y ver. Pero hay una
quinta parte: el poeta no
puede olvidarse de las tierras
baleares, tan españolas como
las otras.
Cierra el libro un “Apéndice
de canciones portuguesas” y un
“A manera de epílogo” que
versa “Sobre Antonio Murciano
y su canción” y recoge
fragmentos de críticas sobre
el autor y su obra, de
prestigiosas autoridades
literarias.
Un libro de poemas, además de
tener calidad, debe ser
entretenido. Y éste, al que
ahora le dedicamos estas
palabras, cumple las dos
condiciones, más de tener en
cuenta todavía cuando, como
del autor destaca el
prologuista “su pasión por
hacer, por ser, que le
convierte en un adolescente
octogenario”. Un ejemplo
alentador para los poetas que
van cronológicamente detrás.