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    El camino de la vida

    por Marta Díaz Petenatti

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Mi tristeza era enorme, no tenía ganas ni de caminar por el pueblo .Mi amiga entrañable se había ido.

Sus padres se trasladaron a la ciudad y ella no pudo quedarse a pesar de haberles rogado que la dejaran quedarse con su abuelita.

Con el buen criterio que ahora entiendo le dijeron sencillamente “no” porque la familia debía estar unida.

Y se marcharon. Una mañana al salir de casa y mirar la suya presentí que ya no estaba.

Las ventanas que diariamente eran abiertas por su mamá para que el sol insolente se colara por ellas, estaban cerradas. Las macetas no estaban más, y todo tenía ese dejo de soledad que solamente uno lo percibe en la piel y en el corazón.

Sabía que ese día se irían, pero había llegado demasiado pronto, demasiado inesperado, demasiado triste, demasiado…

Y me sentí sola, era muy niña en ese entonces, sólo habré tenido seis o siete años, pero presentí el nombre de la soledad.

Aprendí que uno tiene un amigo y lo tendrá siempre, pero que cuando no está a su lado la cosa es diferente.

En mi inocencia quería pensar que volverían al pueblo, pero su padre, por su trabajo requería de traslados continuos y acá ya no podía volver.

De a poquito me fui chocando entonces con la realidad….” Mi amiga ya no estaba”.

Al principio soñaba que venía y nos juntábamos a jugar, y así era, efectivamente, ese fin de semana seguro que llegaba a visitar a sus abuelitos, entonces nos pasábamos todo el día jugando, pero luego las visitas fueron más esporádicas, mis intuiciones fueron decayendo, sus abuelos fallecieron y no nos vimos más.

Ya era más grande, ya tenía nuevas amistades indisolubles que aún hoy conservo, compartimos penas, alegrías, la vida en general nos une con lazos que ya no podrán romperse, más no me olvido de esa amiga que un día marchó haciendo que la vida cambiara nuestros destinos para enseñarnos que nada es duradero en ella y que nadie es irreemplazable por más que nos duela.

Que la vida sigue con nuestros afectos o sin ellos, que posiblemente perder a alguno de ellos es aprender a valorar a otros… pero que la vida no se detiene ante nada ni ante nadie.

Hoy miro desde lejos esa situación y recuerdo el dolor grande que me produjo su ausencia, y el aprendizaje que me llevó incorporarla, pero no fue imposible, de a poco se va entendiendo y paulatinamente esa bronca de que tu amiga se haya ido se va transformando en recuerdos de momentos gratos.

Así es la vida en general, una sumatoria de logros y derrotas, de metas logradas con éxito o con fracasos. De cada cosa debemos aprender a rescatar lo más importante, y la enseñanza sabia que nos deja la debemos saber leer e incorporar en su totalidad.

Me hizo ver también que nada es para siempre, que las amistades, aquellas que creíamos indisolubles pueden muy bien dejar de serlo, pero eso no significa que no encontremos a personas que llegarán a ser nuestras grandes compañeras de esta enorme ruta que es la vida.

Porque la vida sigue, y nosotros debemos marcar nuestra huella en ella, y debemos ir aportando nuestro bagaje de experiencias, de ilusiones, de frustraciones, de anhelos, de fe.

Debemos aprender a caminarla tratando de dejar la mejor pisada posible, aquella que nos identifique como personas de bien, con buenos recuerdos, buenas amistades, con códigos sólidos que no se abatan ante nada ni ante nadie y comprendiendo que el camino cada día se hace un poquito más corto, que el futuro es hoy… no mañana. Por ello entonces debemos caminar con el corazón lleno de amor, de cariño, y saber que nunca, pero nunca estaremos solos si fuimos capaces de construir puentes de amor tendidos hacia las personas que formaron parte de nuestra vida.

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