Aquel sutil balance entre favores, era la dinámica del poder.
Para llegar al mundo de los Ratones Azules, uno de los primeros en ser descubiertos por el Doctor
Petrov, era necesario atravesar túneles oscuros y pegajosos. El camino desembocaba de pronto en
amplias y verdes llanuras, lagos azules y un sol más luminoso que el de la tierra. Los viajeros
humanos lo calificaban de paraíso. Todos se preguntaban el por qué muchos de sus habitantes — ratas
inteligentes, amantes del arte y con una gran cultura — se empeñaban en vivir en el mundo de los
hombres. También era un enigma que eligieran como destino aquel país, sometido a una cruel
dictadura militar.
Al principio se habían supuesto relaciones entre ellos y los roedores que desde siempre acompañaran
a la humanidad. Estudios posteriores descartaron esta hipótesis. A pesar de su parecido físico, los
“Ratones Azules” pertenecían a una especie diferente. Era otra la fisiología y sentían hacia sus
supuestos congéneres, la misma aprehensión y rechazo que las personas. Además de admirar la
historia y la civilización humanas, las hembras segregaban feromonas que enloquecían a los hombres.
Dado el éxodo casi masivo de los Ratones Azules al mundo humano, el Rey Obeso de las Ratas realizó
dramáticos llamados para que permanezcan en el universo de origen. La partida de un poeta era
vivida como una tragedia. En el mundo de los roedores, los vates tenían la jerarquía de sacerdotes.
Según las antiguas leyendas, el verbo que elaboraban sostenía el sol y mantenía toda forma de vida.
Entre los hombres, en cambio, eran despreciados e injuriados. Bajo el tiránico gobierno militar que
asolaba el país al que se empeñaban en llegar, esa condición los sindicaba como posibles
subversivos y corrían peligro de muerte.
A las voces oficiales que se oponían a la emigración, se sumó la de una antigua organización
clandestina que operaba en el mundo de los ratones. Era conocida como “La Tenue Conjura de las
Larvas”. En términos políticos, proponían una revolución donde la monarquía parlamentaria y
cualquier tipo de estado, se reemplace por la ausencia del gobierno. El mismo debía surgir de las
necesidades del pueblo al organizarse. Propiciaban también el reemplazo del aspecto de ratas por la
del grueso gusano blanco que formaba el centro del ser de los Ratones. Alojado en el cráneo y
constituido por un fino tejido nervioso, con órganos, sentidos e inteligencia, era un organismo
completo. Lo llamaban “El Rey”. Los miembros de la “Tenue Conjura”, aseguraban que ésta era la
verdadera expresión de la raza; que el aspecto de roedores era tan sólo el resultado de la falsa
Cripsis que alguien realizara en el origen de la especie.
La “Dinastía Gorda”, como se llamaba a los ratones obesos que gobernaba aquel mundo desde tiempos
remotos, se oponía a esto. Castigaban severamente cualquier intento de socavar el orden
establecido. Del mismo modo había leyes estrictas contra la presencia de las larvas llamadas “Rey”
fuera de los cuerpos de ratones. La sociedad se polarizaba. Por un lado la monarquía parlamentaria
y sus rígidas leyes. Por el otro, el anarquismo que propugnaba la “Tenue Conjura”. Los ratones
opinaban que esta oposición era necesaria para mantener el equilibrio y el buen funcionamiento de
la sociedad.
Al ser descubiertos por los humanos, la organización estableció su rechazo a los hombres y desde la
clandestinidad les declaró la guerra. Se justificaba esta postura por la cantidad de ratones
muertos y desaparecidos como resultado del éxodo. Esto disminuyó cuando se sancionaron las leyes
que debían protegerlos. A los que se marchaban al mundo de los hombres, se les insertaba un
sensible chip bajo la piel del “Rey”. El mismo lanzaba en forma diaria vibraciones al ámbito
ratonil para asegurar que el poseedor estaba vivo. A través del adminículo, el roedor podía hacer
llegar la voz a amigos y familiares.
El ratón Cañupán era un célebre poeta. Sus “Églogas” donde se narraba la historia del pueblo, eran
cantadas por todos. Se había marchado hacía un año para tomar contacto con el mundo de los hombres
y así mejorar sus versos. Amigos y familiares conversaban con él todos los días a través de un
teléfono conectado al chip. Hacía tres semanas que no podían comunicarse. Enviaron dos delegaciones
a su domicilio y lo encontraron vacío. Se presentó una denuncia y el propio Rey Obeso de las Ratas,
se comunicó con la junta de comandantes que dirigía el gobierno militar. Le respondieron que no
había orden de detención hacia Cañupán, así como a ninguno de los ciudadanos del pueblo de los
roedores. Reiteraron la colaboración que el gobierno de la Revolución Militar proponía entre
ratones y humanos.
La última conversación que mantuvieran con el ratón perdido, había sido un saludo a sus amigos y el
envío de un poema. Cuando los roedores eran atacados, el gusano que constituía el centro de su ser
tenía capacidad de regenerarse. Sin embargo, en este caso, el chip que estaba unido a las fibras
del tejido, no emitía ninguna señal. Los miembros de la “Tenue conjura” hicieron correr la versión
que algunos humanos estaban investigando una combinación de ácidos mortales para el “Rey”. Que lo
habrían probado con éxito en el ratón Cañupán. Como reacción, las manifestaciones se multiplicaron
no sólo entre los roedores. Organizaciones humanas defensoras de los Derechos de los Seres,
exigieron en diferentes capitales del mundo la aparición con vida del ratón poeta.
Por parte de los funcionarios de la “Monarquía Gorda”, y ante la presión que los diferentes grupos
ejercían para que apareciera el ratón, el Rey Obeso Arturo XXIII, solicitó una audiencia con el
General Anaya, a cargo del Ministerio del Interior del Gobierno militar.
Los ratones eran ceremoniosos y se detenían mucho entre palabra y palabra, pensando el exacto
vocablo que debían utilizar. A veces escogían metáforas para adornar el discurso, lo que extendía
la charla más allá de las exigencias de cualquier protocolo. De este modo, luego de tres horas de
introducción, llegaron al punto que les interesaba, es decir el paradero del ratón Cañupán
El General Anaya, que había escuchado los largos prolegómenos con una sonrisa forzada, se limitó a
reiterar que la comandancia y las fuerzas policiales no tenían noticias de dicho roedor, y a
sugerir que quizá podría haberse marchado. Guiñando un ojo al obeso rey y a su comitiva, sugirió
que una fémina humana podría haberlo seducido.
Aquello desconcertó a la delegación que ocupó otra hora en explicar las modalidades de la unión
sexual y el matrimonio entre los ratones. “El mismo requería de un profundo conocimiento de la
pareja, y si bien era previsible que algún súbdito ratonil, influenciado por la cultura de los
hombres, pudiera caer en una aventura ocasional, esto era imposible en el caso de Cañupán que
formaba parte de un consejo de ancianos poetas, considerados sacerdotes y asesores de la
comunidad”.
Lo único que obtuvieron fue la promesa de investigar. Al pasar otra semana sin noticias, el Consejo
de Búsqueda, recibió visitas de reporteros internacionales. En pocas horas se formaron varias
comisiones y la exigencia de la aparición del poeta sano y salvo, fue un clamor universal.
En la Comandancia del poder militar, se hacían febriles investigaciones para indagar lo ocurrido.
Se supo que el ratón se había lanzado desde el aire con una hembra en una de esas ceremonias donde
los roedores se intoxicaban con drogas lícitas y volaban en un incomprensible viaje. Uno de los
hombres que estaban a cargo del operativo de vigilancia de las fronteras internas, los había
observado. Se convocó al agente de nombre Ramírez, para una indagación secreta. Explicó que había
reconocido a la ratona como la esposa del anarquista Luigi Luscenti. Entonces avisó al mismo sobre
el retozo de su mujer con alguien de la propia especie.
Luigi Luscenti, a pesar de su ideología opuesta y extrema, colaboraba estrechamente con el gobierno
militar. Había una suerte de contrato tácito, que el General Anaya tuvo presente al llamarlo a su
despacho. Un par de contactos adelantaron a Luscenti la convocatoria, aclarando que el militar lo
consideraba “una reunión de amigos”. No se trataba de una cita formal ni de una detención.
Anaya lo recibió vestido de paisano. Entre vasos de whisky y unos exquisitos bocados, explicó las
exigencias internacionales que debía afrontar la Revolución Militar y pidió colaboración a Luscenti.
— Necesito que me cuente lo ocurrido con ese famoso ratón. Todo lo que diga quedará en estas cuatro
paredes Lo que haya ocurrido lo solucionaremos. Usted sabe que tenemos recursos de sobra.
El anarquista, esperaba aquello. Confesó que había descubierto al Ratón Cañupán realizando el
Éxtasis de la botella con su esposa, la ratona Miñajapa. Entonces retiró el gusano del cráneo del
roedor para darle un “castigo ejemplar” pero la larva escapó de su mano y buscó refugio en un
extractor de aire detenido que de pronto se puso en marcha. El resultado fue la completa
destrucción. El militar lo escuchó con una sonrisa y asintiendo.
— ¿Y qué ocurrió con su esposa?
— Sabe General que la carne es débil. A ella le perdoné la vida, pero la tengo inmovilizada…
Luigi Luscenti se incorporó y movió levemente el abrigo que llevaba. El cuerpo adelgazado de la
ratona era el forro de la chaqueta del anarquista. Al ver la cabeza de Miñajapa con una expresión
de sufrimiento, el General asintió entusiasmado.
— Es muy ingenioso. Le juro que no se me había ocurrido. Usted siempre nos sorprende, Luscenti.
—Me hace falta el olor, General. No puedo evitarlo. Debo sentirlo en todo momento, y esta es la
mejor manera.
—Siéntese y descanse, Luscenti. Bébase otro whisky. Lo que usted ha hecho es lo que nos gustaría
hacer a nosotros. Cuando tomamos el poder, no queríamos que los ratones anduvieran por las calles,
uniéndose salvajemente no sólo a los civiles, sino también a los militares. Ellos mienten al decir
que nos apoyan. Es una forma de infiltrarse, como la de la subversión internacional. Le aclaro que
mis palabras no son una licencia para matar ratones. Las presiones internacionales nos exigen el
respeto a los derechos humanos y otras paparruchadas, por lo que debemos dar una salida creíble y
confiable. Quizá en algún momento encontremos la forma de expulsarlos o matarlos a todos, sin
importarnos lo que piense el resto del mundo. Lo ayudaré, Luscenti. Empeño mi palabra de honor.
Pero hay algo que le quiero pedir…
—Dígame, General.
—Usted y yo conocemos al Dr. Petrov. Sabemos de su relación con los unicornios. Es de conocimiento
público que los cuernos de esos bichos tienen ciertas… propiedades. Me apresuro a decirle que soy
positivo, y trato de basarme siempre en los descubrimientos de la ciencia. Pero, usted sabe, soy un
hombre maduro, y debo mantener una buena vinculación con las damas. Ser todo un caballero… un
caballero completo en el verdadero sentido de la palabra. ¿Me entiende Luscenti? Valoramos el favor
que nos hace entregando subversivos al gobierno militar para que los juzguemos y ejecutemos. Usted
colabora en limpiar nuestra patria de esa lacra. Ahora, nosotros le estamos devolviendo el favor. A
cambio le pido que me entregue una porción de cuerno de unicornio. Creo que viene en forma de
polvo. No voy a ser yo quien le sugiera como conseguirlo. Sé que tiene los contactos suficientes.
Luigi Luscenti asintió con la cabeza mientras el militar hablaba.
—Será un poco difícil, pero cuente con ello, General.
El anarquista recordó al doctor Petrov, a su mezcla de vulgaridad y distinción. Antes de recurrir a
él, debía averiguar las necesidades del médico y cómo satisfacerlas.
Aquel sutil balance entre favores, era la dinámica del poder.
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