No son tiempos fáciles los que
se viven en muchas partes del
mundo. Lo sabemos. El mundo de
la globalidad nos acerca las
noticias. Mientras persisten
múltiples formas de violencia
y ejecuciones, las
desigualdades sociales también
aumentan. Ante estas
situaciones no podemos
permanecer indiferentes,
tenemos que tomar partido por
la vida, por la dignidad del
ser humano, respondiendo con
valentía al aluvión de
desafíos que ponen en peligro
la convivencia entre las
personas y los pueblos.
A mi juicio, el punto de
partida son las garantías
democráticas básicas para
construir juntos. No podemos
reconducirnos solitariamente.
El día que el diálogo
prevalezca sobre la guerra
para resolver los
discrepancias, y la fuerza del
débil supere la de los
poderosos, todo será más
tolerable, y la humanidad se
sentirá mejor. Al fin y al
cabo, somos una especie con
conciencia política, que
necesitamos el encuentro y el
intercambio, el razonamiento y
la reconciliación, la escucha
y el entendimiento, para
crecer como personas. De ahí
que nuestra acción ha de
respetar los derechos humanos,
y despojarse de cualquier
deseo de negocio o promoción
personal, puesto que es el
bien colectivo el que ha de
imperar sobre todo lo demás.
Mejoraría la situación en el
mundo, sí la política, que
está en el aire mismo que
respiramos, se avivase como un
servicio social fusionado y no
como un negocio, que es lo que
sucede en muchos países. La
sociedad misma, toda ella,
también debe participar en la
lucha por ese bien general.
Nadie puede lavarse las manos.
Como ciudadanos estamos
obligados a colaborar, cada
uno desde su misión, a que las
cosas mejoren para todos. Ahí
está la realidad de este
siglo, la migración, que a
pesar de que impulsan con su
trabajo la economía de los
países de destino y de origen,
sin embargo, muchos de ellos
nos consta que viven en
condiciones precarias, sin
derecho alguno. O la falta de
futuro para esa juventud bien
formada, que en este momento
padece altas cifras de
desempleo y está en puestos de
bajos salarios. Todas estas
deficiencias políticas deben
corregirse, de lo contrario
seguirá creciendo la pobreza,
la inestabilidad social y la
emigración. En política uno no
puede desentenderse de las
minorías, uno tiene que estar
en contacto con la sociedad
más débil, con los excluidos
del sistema, y tenderles la
mano para que no se acaben
hundiendo y puedan emerger.
Desde luego, no se puede
gobernar con la arrogancia del
orgulloso; es más, se debe
estar de servicio a todas
horas y con la humidad de un
don nadie. Muchos de los
problemas actuales son
cuestiones políticas. Unas
veces, porque nadie quiere
doblegarse a otras propuestas;
y, en otras ocasiones, por la
falta de compromiso primario a
entendernos. Los gobernantes
olvidan su tarea de servir a
la ciudadanía y también los
gobernados, otras veces,
olvidamos los esfuerzos que
requiere estar en guardia en
todo momento para salvaguardar
la quietud que nos merecemos.
Por tanto, siempre es una
buena noticia para el mundo
propiciar apoyos a procesos de
paz, como la conferencia que
tendrá lugar el Montreaux el
próximo veintidós de enero, en
este caso para Siria,
estimulando de este modo, el
uso de los Derechos Humanos
para las buenas relaciones
entre todos. Por consiguiente,
debemos superar ciertas
concepciones erróneas, como el
mito de la fuerza, del poder,
o cualquier otro interés, que
envenene la vida asociada de
los pueblos.
Sin duda, debe prevalecer la
pacífica convivencia, conforme
a los principios humanos que
nos hemos trazado como
especie. Estoy convencido de
que los tiempos serán más
llevaderos en la medida que
nos abramos todos hacia una
causa universal, el respeto de
los derechos de los demás, y
los tomemos como si fueran
nuestros derechos.
Evidentemente, cada uno de
nosotros, desde su tolerancia
y contribución social, tiene
la responsabilidad de injertar
un mundo de vida más armónico.
En consecuencia, sírvase su
propia medicina, la de su vida
personal, que no es aceptable
si el cuerpo y el espíritu no
conviven en buena sintonía.
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