Le digo a mi hijo que lea más, pero prefiere jugar con los videojuegos. Le digo que tiene la
memoria de un elefante y que debería leer. Me responde que los elefantes no pueden leer.
Tampoco pueden los elefantes jugar videojuegos, creo. Pero hoy en día quién sabe.
Conste que yo encontré el gusto de leer relativamente tarde en la vida, pero una vez que
descubrí lo que era entrar en un buen libro, pasaba horas leyendo, a veces un fin de semana
entero si podía aplazar mis obligaciones lo suficiente para terminar una novela. Una vez que
llegaron los niños, se acabaron los maratones y me tuve que centrar en otros menesteres.
Lo que me gusta a mí le gusta a mi hijo también, la oportunidad de estar libremente inmerso en
algo sin distracciones, pero no sé si lo suyo es la opción más sana ni sensata.
Le pido que no juegue tanto, pero si le gustara leer con el mismo fervor, no sé si le diría que
no leyera tanto. Le pido que si no puede dejar de jugar, que por lo menos complemente el
ejercicio mental con un poco de lectura, pero si le gustara leer con la misma pasión, no no sé
si le diría, “juega un poco más.”
Y no es que leer sea el menor de dos males. Quizás debería verlo como el mayor de dos bienes,
pero no encuentro el bien el los videojuegos.
Dice que no tiene la paciencia para sentarse una hora y leer. Lo mismo le digo a él de los
videojuegos. Nunca me han gustado demasiado, incluso cuando salieron en los setenta cuando yo
tenía su edad y eran una novedad.
Se emociona tanto cuando juega que a veces habla y grita a la pantalla y me asusta cuando estoy
trabajando. Dice que es porque hay interacción y se va subiendo de niveles, pero cuando yo leo
voy subiendo de páginas, y aunque la interacción con una novela sea diferente, no vocifero mi
estado de ánimo con alaridos y puños en el aire.
Pero él es un experto en el arte. Para Navidad le pedimos un juego. Anticipando su llegada,
aprendió a jugarlo de varios videos en francés en Internet, y cuando vino era en japonés, pero
en tres días completó todos los niveles. Mis hijos ven dibujos animados en ruso y chino y luego
hablan de ellos en inglés y en español.
Bueno, yo me sentí orgulloso cuando leí mi primer libro en euskera, pero hay algo especial y
visceral de tener un libro en la mano, sabiendo que no hay que enchufarlo o ponerle pilas, que
está físicamente allí conmigo, en el gimnasio, en casa, en clase, en la sala de espera y en el
avión.
Quizás un día me convenza del bien que los videojuegos le hacen, y me quedaré contento. Quizás
le convenza del bien que los libros hacen también.
En mis sueños, o los suyos, no lo sé. Pero los sueños son por lo menos ligeros. Los elefantes
son lo que pesan.
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