• Marina Burana

    EL INFIERNO TAN TEMIDO

    A mi madre Gitana

    por Marina Burana



En algún rincón me hablaron de otra vida, de un mundo sin abejas, de largas horas sin estrellas y manzanas mordidas. Y cuando me hablaron de la sangre, que se escurre violenta en las noches donde el grillo es horizonte y se escapan los niños de los libros, pensé en vos. En vos que pecaste entre mis sienes. En vos que armaste un río gitano para que yo enjuagara mis pies descalzos en tu nombre. En vos que a fuerza de vientre y golpes, recorriste los suelos oscuros y bebiste de la calle tu ambrosía.

En ese rincón mismo, donde muchos me enseñaron a amar amores vagabundos, encontré el fuego de tus alas. Y cuando te vi danzar entre cenizas comprendí que fui habitante de tu alma, que no me diste la vida desde tu torre babélica ni confundiste las lenguas de los hombres ni me llevaste con orgullo en tus entrañas, pero con divinidad terrosa y profana, analfabeta de nombres y jerarquías, me enseñaste el topacio del silencio, me enseñaste, también, a ser gitana.

Madre-mía-esperanza. Con los ojos cerrados venciste y sonreíste, porque la sonrisa es tierra yerma si nos dedicamos a observarla. Así te gustaba a vos, gran pecadora de vida. Te gustaba en el silencio, con toda la pasión de saberme feliz a la distancia. Tocabas la tierra con el sabor y el saber del niño. Confeccionabas ánimas en poesías gastadas de pucheros y polleras. Nunca pude heredar tus ojos zíngaros, ni tus piernas morenas, pero entre mis manos guardo tu relámpago, tu danza y tu versos de mil fresas.

Perdóname, madre-esperanza, por haberte robado dos o tres dones, por tener aún tu aliento romaní entre mis cabellos, por soñar con nobles egipcianos en mis noches, por no haber dejado mi corazón en las tinieblas ni enterrado bajo arena. Perdóname por creerte ausente, aunque tus labios aún me hablen de itinerancias.

Perla oscura, que no supiste agraciar sin dar las gracias, que no supiste pedir ni dar vuelta tu mirada. A vos, que aprendiste la magia de Caldea o te escondiste en un Egipto faraónico, en los pasillos de mi casa. A vos, dulce madre que en las noches me cantabas cuentos exóticos y crueles que hoy hacen mis palabras. A vos un mundo de flores y ríos. Ríos inmensos y gitanos, donde aún escondo mis pies, y también mis lágrimas.

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