No sé si la última obra representada por ETA pertenece al interesantísimo Teatro del absurdo que
tan bien pergeñaron Beckett, Artaud o Ionesco, o se trata de un valleinclaniano esperpento salido
de la pluma de don Ramón María. En cualquier caso, el disparate, patochada o simple humorada que
nos ha ofrecido en imágenes HD los cabeza pensantes de la semi extinta banda terrorista merece
alguna reflexión.
Lo primero que se nos ocurre es pensar qué pretenden y cuáles son los planes de estos individuos
que, desde 1958, cuando aires de dictadura y horizontes de reprensión revestían de cierta lógica la
cuna de su nacimiento, tan aviesa, criminal y retorcidamente han pretendido representar al pueblo
vascongado.
La respuesta a estas interrogantes, aunque todas las apariencias, incluido las afirmaciones
expuestas en sus últimos comunicados, parezcan indicar pretensiones de acabar definitivamente con
la existencia de la banda, se pueden resumir en lo siguiente: seguir ganando tiempo para recomponer
la cúpula directiva y las infraestructuras con personal competente y mantener el fructífero chollo
gremial y económico (observen que los chantajes, extorsiones y herriko tabernas continúan a pesar del alto el fuego) bajo las divisas ideológicas nacionalista, independentista, abertzale,
socialista y revolucionaria.
Si tal no fuera, si realmente estuvieran convencidos y de acuerdo en acabar definitivamente con la
banda y sus fines, lo lógico sería una simple llamada a la Policía o Guardia Civil y un mensaje de
más o menos el siguiente estilo: "Oiga, le llamamos de ETA. En tal y tal sitio tienen ustedes todo
el armamento y material logístico que tenemos. Entiendan esto como un gesto definitivo de buena voluntad con
el que ponemos fin a nuestra organización. A partir de ahora no existe ETA ni hay
más reivindicaciones. Y como adiós último y definitivo, un consejo: procuren tratar con buen
juicio a los ex compañeros que lucharon por la libertad del pueblo vasco que ahora están
encarcelados. No olviden que en Euskal Herria hay más de tres millones de euskalerriacos que llevan
su patria en el corazón. No hay más. Agur. Gora Euskal Herria."
Pero no ha habido tal sino la escenificación de una comedia bufa presentada en video y en la que se
ve a dos encapuchados mostrando algunas pistolas y detonadores sobre una mesa de las que,
aparentemente, hacen entrega a dos individuos -supuestos verificadores- y con los que media la
firma de un documento. Al parecer, la entrega de armas fue simbólica, puesto que, según explicaron
los dichos verificadores, tras la entrega y firma, fueron guardadas en cajas por los etarras para
-suponemos que
bajo palabra de honor- su posterior destrucción o puesta en desuso.
El caso de los "verificadores", adjetivado como tomadura de pelo por algunos dirigentes políticos,
no deja de ser lo especificado en el primer párrafo, un absurdo o un esperpento que no sólo deja
con muy serias dudas las pretensiones de la banda terrorista, sino que daña la credibilidad de la
Comisión Internacional de Verificación (comisión constituida el 28 de septiembre de 2011 para
verificar el alto el fuego permanente declarado por ETA), un grupo al que, a pesar del espectáculo
ofrecido en esta ocasión -y de que cobran sus buenos euros por hacer este burlesco trabajo (no
sabemos si a ETA, a gobierno o partidos vascos o a prorrata), consideramos ajeno a directrices o intereses de ETA, de
aparente seriedad y cuyos miembros parecen estar
fuera de posibles dudas.
Tan es así que hemos podido leer que la CIV admite "que su credibilidad ha resultado dañada tras
los acontecimientos de este fin de semana. Y aseguran que han entendido las críticas y el bochorno
generado en la opinión pública por una escenificación de desarme muy por debajo de las expectativas
levantadas." Atribuyen el decepcionante resultado a las dificultades en que se movieron -en
clandestinidad- como consecuencia de que el Gobierno del PP no quiso reconocer su legitimidad. Unas
condiciones en las que jamás anteriormente habían hecho sus trabajos de verificación (El País
digital, 24-2-2014).
Y, para rematar, también salpica la honorabilidad y buen juicio del Lehendakari vasco, Íñigo
Urkullu, que, presentado en Madrid como convidado de piedra, estuvo en la recepción de los
referidos verificadores respaldando su acción. No sabemos qué le obligara a ello, pero, con su
excelentísima presencia en tal escenario, no hizo sino erigirse en ilustre protagonista y notario de la tal
comedia bufa.
No sabemos cómo acabará toda esta tristísima historia en la que hombres con sangre vasca en sus
venas mataron a tantos otros en cuyas venas corría la misma sangre, y a otros muchos, conciudadanos
nacidos en tierras hermanas como Andalucía, Extremadura, Madrid..., guardias civiles, policías,
militares, jueces, médicos, políticos, mujeres y niños, personas todas que, nacidas dentro o fuera
de esa bendita y sufrida tierra, también querían al País Vasco. Necesitamos que estos hombres dejen las
armas y sus muertes para siempre, que entiendan que los españoles, lo mismo los de Bilbao que los
de Cádiz que los de Murcia, aprendimos a convivir juntos y en armonía en esta tierra de todos que es España, que
estamos bien así y no necesitamos la tétrica voz de las pistolas ni el tormentoso tronar de las
bombas para imponernos unos criterios de libertades o derechos que nadie ha pedido, que nuestros
corazones no albergan odios ni ambiciones de soberanías o separatismos, que en nuestras
caras, tantas veces tristes, se esconden sonrisas y palabras de afecto para los vecinos de los otros
pueblos, que nuestras manos están tendidas para ayudar a los demás a vivir y nada ni nadie puede
cambiar estos sentimientos.
Y termino diciéndoles unas palabras que serían las mismas que podría oír en la boca de todos y cada
uno de los españoles: Váyanse ya. Déjenlo todo y váyanse para no añadir más páginas de sangre a esa
triste historia que habéis escrito. Quizás vuestras conciencias os permita vivir el resto de los
días en paz de la misma forma que a nosotros nos lo permitirá el dolor por nuestros muertos.
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