El concepto de amor en las cartas de Gertrudis Gómez de Avellaneda a Ignacio Cepeda.
3ª Parte: El amor a Ignacio Cepeda
Es a Ignacio Cepeda, hombre de esmerada educación y elevada cultura, aunque solitario, a quien
Tula le dedica sus más sinceras palabras, desde sus más íntimos sentimientos, hasta sucesos
cotidianos o quejas o peticiones de perdón. Un hombre al que ella tiene en alta consideración,
al que eleva al pedestal del Olimpo, ciega de amor: “tú no eres un hombre, no, a mis ojos. Eres
el Ángel de mi destino […] te juro que mortal ninguno ha tenido la influencia que tú sobre mi
corazón”.
Ya hemos visto que Gertrudis se nos ha moldeado con hilos de su corazón y palabras por agujas
como una mujer romántica, melancólica (17), de extremos. Las muertes de los seres queridos, las
traiciones de los amigos, la opresión familiar y la incomprensión de la sociedad, unido a una
sensibilidad exacerbada configuran la imagen de la autora como una mujer romántica que sucumbe
a los rigores del amor y la sociedad y para quien la vida es un mal que solamente se puede
sobrellevar gracias a un gran esfuerzo y con la compañía de los amigos. El corazón de Tula ha
sido dotado del privilegio cruel de la sensibilidad que exclusivamente acarrea desgracias,
porque según la cosmovisión romántica siempre los corazones ardientes son melancólicos:
arrastran el delirio vano e impotencia cruel de ser dichosos en largo ensueño. La autora es
ardiente por su constitución natural y propensa a los arrebatos de pasión y tristeza.
Partiendo de esta base y de la influencia que sugiere para sus sentimientos la literatura,
entenderemos mejor el amor que dice profesar por su querido Cepeda.
Comienza la primera carta dejando ver un halo de semejanzas entre ambos: la desilusión: “Una
hora de desvelo y melancolía. Dedicada a mi "compañero de Desilusión. Para él solo”, algo que
unas líneas más abajo se evidencia más detalladamente en la poesía:
En tus amores viste decepciones,
Crimen y error en el imbécil mundo […]
¡Ay! ¡yo comprendo tu penar insano!,
porque mi suerte cual tu suerte fiera
aquí en mi seno con airada mano
fecundo germen de dolor vertiera.
Esto demuestra que la compresión es la base a partir de la cual Gertrudis trata de construir su
acercamiento hacia su amado. El objetivo de la Avellaneda es establecer un puente de
comprensión con él para que descubra en ella el inmenso tesoro, y al conmoverse ante sus
desventuras, descubiertas en su autobiografía que también él ha leído, admire su generoso
corazón herido y su alma sublime y apasionada, propia de una mujer romántica y se identifique
con ella. Transmite a su destinatario el sufrimiento que le provoca el mero hecho de verlo o
sentirlo mal, angustiado, solitario:
Me hace mal, mucho mal, oír a usted expresar sus ideas, dolores y esperanzas […] Efectivamente,
a veces, me abruma esta plenitud de vida y quisiera descargarme de su peso […] Cuando ambos nos
sentimos uno junto al otro abrumados de la vida, cansados del mundo, entonces no sé qué delirio
irreprimible me hace desear la muerte para ambos.
Se muestra ya en la primera carta, escrita en 1839 según apunta Lorenzo Cruz-Fuentes, que el
amor que siente nuestra Amadora de Almonte no es correspondido, al menos no en la manera que
ella esperaría, pues le dice a Ignacio “usted me habla de amistad, y no ha mucho que sintió
usted amor. Yo no creo ni en una ni en otro”
En esta primera carta Gertrudis se muestra muy sincera respecto a sus sentimientos, pesimista,
impasible y sensible. Nos muestra “el abismo de su alma”, “un corazón atormentado”. Desde el
primer momento el lector es sabedor de que la relación entre Gertrudis e Ignacio no corresponde
a los deseos del corazón de Tula. Y por tanto, el lector probablemente entre en el juego que
Tula había creado para el que debió ser el único destinatario de su epistolario. De esta forma
el lector sentirá lástima por la autora y se pondrá de su lado, Avellaneda despertará en los
receptores de esta carta una cierta sensibilidad que los hará enternecerse con un sentimiento
tan puro. Lo que verdaderamente atrae al lector puede ser el amor a la verdad, la expectativa
de penetrar en los secretos de la intimidad ajena o quizá sólo el interés por las historias de
amor. No hay que olvidar que las confesiones epistolares fingidas suscitaron gran interés entre
los lectores. Por tanto es legítimo suponer que es el desarrollo de una historia íntima y
personal que emana de las autobiografías y de las cartas privadas, lo que atrae al público, y
no simplemente el afán de conocer las revelaciones biográficas de una persona real.
Para ratificar más este sentimiento de la autora por Cepeda, leemos más adelante cómo Gertrudis
le dice al caballero de su corazón: “y yo creía que se atrevía a ofrecer una grande, tierna y
santa amistad […] ¡no sé si puede dar una grande amistad el que ha dado multiplicados amores!”
Ella conoce la situación de amistad que atormenta su pecho, y es por ello que al hablar de la
amistad de Cepeda, ella o el editor Lorenzo Cruz-Fuentes, utiliza la cursiva como poniendo en
duda tal comprometedora acepción para el corazón de nuestra Tula, pues lleve la relación que
lleve con Ignacio su corazón siente el ardor del amor abrasarle por dentro.
Sea como fuera, en la segunda carta, el carácter de Tula sale a relucir, se muestra muy
alterada y avergonzada de su carta anterior, preocupada por la imagen de enamorada y celosa que
pudiera haber dado al amado de su corazón, “Estoy avergonzada, ¡Dios mío! ¿Qué habrá usted
pensado de mí, Cepeda? […] Tiemblo al reflexionar en mis locuras el concepto que usted formará
y lo que supondrá” Esa alteración se hace más patente con ayuda de las exclamaciones y ciertas
expresiones: “¡Dios mío!”, “¡maldición!”, “¡Yo, yo, Dios mío!...
Así, esta oposición entre las dos primeras cartas nos muestran esa personalidad de extremos de
la autora. Es tal la humillación que sufre Gertrudis por haberle “reprochado” a su amado el no
amarla y hablarle sólo de amistad, que ella sólo quiere reparar su error y las palabras se le
escapan casi sin sentido y en un completo desconcierto sinfónico al hilo de ese anhelo. El
lector reiría ante semejante parafernalia de palabras, pensando que la locura la demuestra en
esta carta con esa actitud y no en la del día anterior, como ella cree. En su disculpa culpa de
su error a su ingenuidad, “que raya en necedad y en locura”. Tal es el agravio que cree haber
causado que le pide al dueño de su corazón que le retire la confianza, no se cree merecedora de
un hombre que para ella es “un hombre singular”, alguien a quien, ciertamente tiene idealizado
por las imágenes que se ha creado en la mente a partir de las novelas que ha leído. Por ello le
tiene en alta estima y no puede enfadarse con él, ni soporta el fallarle o agraviarle.
También es necesario añadir que estamos hablando de un amor vivido desde la distancia. Él es un
hombre que vive prácticamente encerrado en casa y que suele viajar a su pueblo de Almonte. Ella
sale más, básicamente al teatro o a alguna tertulia, pero también es mujer hogareña y
viajadora. Así que la relación entre ambos se complica, muy a pesar de nuestra Gertrudis Gómez
de Avellaneda.
A pesar del loco sentimiento que ronda el pecho de la Avellaneda, ésta mantiene una relación de
amistad con Cepeda basada casi exclusivamente en el intercambio epistolar y de alguna poesía o
traducción, aunque se ven alguna que otra vez. Pero Tula no puede evitar el sentimiento que le
enciende el corazón y, aunque a veces se le escapan declaraciones amorosas, guarda las formas y
el respeto hacia Ignacio Cepeda: “ya ve usted que evito un lenguaje, que usted llama de la
imaginación y que yo diría del corazón: usted le juzga peligroso y le destierra de nuestras
cartas.” Aún así es obvia su necesidad de sentirle cerca y escribirle cada poco tiempo para
saber cómo se encuentra, para conocer las novedades que pueda haber en su vida. Por ello estoy
de acuerdo con Alexander Roselló Selimov cuando dice que el epistolario “debe su existencia a
un deseo de salvar la distancia física que la separaba de su corresponsal o, de dar noticia de
algunos pensamientos privados o hechos del acontecer diario y a la intención de recrear la
experiencia de los héroes/heroínas de novela en el marco de su realidad personal, por medio de
un discurso artístico” (25).
La función principal del intercambio epistolar, que consiste en superar la imposibilidad de la
comunicación oral en ciertos momentos, pasa al segundo plano, mientras que la carta se
convierte en un manifiesto espiritual, donde hay cabida para digresiones, pensamientos sublimes
o poesía. En los epistolarios avelladinos vemos una historia de amor, de esperanzas, de
ilusiones y amargo desengaño.
Pero como muy bien dice Selimov la pasión de Gertrudis, que en el contexto de una novela sería
admirada y aplaudida, en la vida real podía tener un efecto negativo y es que en la sociedad de
la época se promovía el modelo femenino de la virtud doméstica, es decir, el recato, la
modestia, la debilidad y la ternura. Así, las revelaciones amorosas de Avellaneda podían
comprometer su imagen virtuosa y por ello trató de justificar su actitud definiendo su conducta
como resultado de la impulsividad natural de su corazón.
Mas el amor que siente Tula por Cepeda es un amor platónico, entendiendo por platónico aquel
que concede una importancia más espiritual que sensual al amor. Propiamente hablando, es una
elevación filosófica de la manifestación de una idea hasta la contemplación de la misma, que
varía desde la apariencia de la belleza hasta el conocimiento puro y desinteresado de su
esencia. Es una forma de amor y amistad en que no hay un elemento sexual o este se da de forma
mental, imaginativa o idealística y no de forma física. Por una parte, la autora experimenta un
delirio casi místico al elevar a su amado al pedestal de un ser casi divino, angelical, y por
otra se sirve de la poesía de Safo al hablar de las sensaciones físicas que le produce la vista
de su “ángel”.
La autora manifiesta cierta preocupación a un desenlace desgraciado: “Casi temo aumentar con
usted la lista de mis desengaños”, cuya causa se basa en la experiencia existencial negativa,
pues desde su adolescencia ha sido objeto de la traición, la envidia y el engaño. Y es que,
aunque su sentimiento no cambia, la relación evoluciona y poco a poco Gertrudis pone los pies
en la tierra y se va desengañando, comprendiendo que su amor no es ni será correspondido por
mucho empeño que ella le ponga:
Anoche he visto al hombre; mi corazón le amó sin embargo; hoy se ha dado cuenta de todo aquello
y me parece que, libre de la emoción física, que entonces le turbaba, ha comprendido que un
hombre siempre es un hombre, y que para él es poco temible siempre que, como lo has hecho, se
apresure a arrojar el ropaje de Ángel con que se le presentaba. (26)
Entonces la ilusión del principio se va convirtiendo en pesimismo y desgracia para su triste
corazón y, como una buena romántica, manifiesta tendencias suicidas. Abrumada por el fastidio,
al borde de perder del todo sus ilusiones, la autora piensa en la muerte como solución de todos
sus males, jugando en numerosos pasajes con esta idea: “envejecida a los treinta años, siento
que me cabrá la suerte de sobrevivirme a mí propia, si en un momento de absoluto fastidio no
salgo de súbito de este mundo tan pequeño, tan insuficiente para dar la felicidad, ya tan
grande y tan fecundo para llenarse y verter amarguras.” La contemplación de la muerte como una
solución a los males del corazón del héroe romántico, según la tradición romántica, no
representa un simple intento de escapar de la realidad, sino que sirve para confirmar la
sensibilidad extrema del individuo y la verdad de su pena existencial. El cuadro sensible de
tal martirio imaginario se convertía en una fuente de placer al estimular la tristeza y el
llanto en todo ser dotado del cruel pero exquisito privilegio de la sensibilidad. Sufre
sintiéndose sola y abandonada, sin amor ni alma compañera, viendo en toda aquella situación
cierto encanto. En esta concepción del sufrimiento y el llanto como la fuente de goce Tula
sigue a Heredia. La invitación que hace Tula a Cepeda a unir sus lágrimas con las de ella
proviene de la necesidad que siente todo romántico a derramar en derredor suyo su dolor porque
un gran dolor tiene necesidad de derramarse. Al invitar a Ignacio a compartir sus cuitas, Tula
le hace una declaración muy en línea con la retórica del romanticismo: “cuando ambos nos
sentimos uno junto al otro abrumados de la vida, cansados del mundo, entonces no sé qué delirio
irreprimible me hace desear la muerte para ambos” (27). El doble suicidio tuvo cierto atractivo
desde Romeo y Julieta pero hasta el romanticismo no empieza a expresarse de forma tan
apasionadamente macabra y deliciosamente emotiva. El atormentado sentir del “yo” se transmite
en la prosa epistolar avelladina por medio del paralelo metafórico entre el estado de ánimo y
la tempestad atmosférica. Identificado con un fenómeno natural, el sufrimiento emocional se
erige en una figura literaria capaz de transmitir con gran vehemencia el sentido del
desgarramiento interior del “yo”.
En esta segunda etapa de su evolución Gertrudis se muestra tranquila, segura de que a pesar del
nombre que se le quiera dar a la relación que mantiene con Ignacio, eso es amor: “el nombre no
mudará su ser. El amor que yo puedo aceptar de ti no es más que una amistad exclusiva,
profunda, ardiente; y la amistad que pueda existir entre un hombre y una mujer de nuestra edad
no será nunca sino un amor disfrazado” . Y es en esta oscura etapa en la que Gertrudis más hace
referencia a Dios, por eso decía yo que podríamos interpretarlo como un amor interesado. Sin
embargo, más adelante queda esta idea refutada con las palabras de la autora “¿de qué modo se
alcanza la felicidad en la tierra?... ¿Cuál es el camino que conduce a ella? […] Como yo,
creerás en Dios, y de Dios sólo esperarás esa dicha, que perseguimos en vano durante nuestra
fiebre juvenil […] Me voy haciendo devota, pero devota a mi modo”
Su ceguera ante el sentimiento de Cepeda se activa más cuando ella lo cree celoso, “sí; cuando
te hablaba de T. me pareció que tenías celos; me pareció que me amabas”
Gertrudis no está dispuesta a rendirse e insiste pidiéndole que no tenga miedo al amor, pero la
alteración que se muestra en esa expresión encarnizada puede interpretarse como la de un
mensaje irónico cuya única intención es hacer reaccionar al lector: “¿qué peligro quieres
evitar? ¿Temerás sentir o inspirar un sentimiento más vivo que el de la amistad…?” , “¡y tal es
el amor en nuestra triste y corrompida sociedad! ¿Cómo podría él existir en nosotros? ¡oh! ¡No,
jamás! Esos profanados nombres de amante y querida déjalos a otros y otras. Tú serás mi amigo,
yo tu amiga de toda la vida, y no debes temer que sea degradado nunca el santo carácter de
nuestros vínculos.” “Me temes, Cepeda, no lo niegues, temes que me posesione yo de tu corazón,
temes los lazos de hierro, que pudieran ser consecuencia de tu amor por mí, y crees evitar algo
acogiéndote a la sagrada sombra de la amistad”. Trata de convencerlo de que é es para ella: “Tú
no eres para casado; pocas mujeres entenderían tu carácter, y acaso no hay una sola que te
pueda hacer feliz”
Sin embargo, parece consciente de la situación o trata de darle esa imagen a Ignacio para
tranquilizarlo: “Si es cierto, tranquilízate, yo te aseguro que no me amarás nunca sino como a
tu hermana […] He meditado mucho en estos días sobre la naturaleza de nuestros sentimientos, y
te lo juro, este examen me ha tranquilizado. Yo perdería mucho si tú dejases de ser mi amigo
para ser mi amante”.
Todo esto nos muestra un carácter un tanto infantil, inocente de la protagonista, quien cegada
por el amor no es capaz de ver, o simplemente no quiero verlo, que el hombre al que ama no
sienta lo mismo por ella y únicamente quiera ofrecerla su amistad. Tan pronto demuestra la
madurez de una mujer hecha y derecha, expresando sus emociones y sucesos con total
tranquilidad, consciente de la situación como que la niña que lleva dentro se apodera de su
inocente corazón y nos deja entrever la ingenuidad y la ceguera de amor que no le permiten
aceptar la situación, que la siguen manteniendo viva en las nubes de la literatura, y no
olvidemos que literatura es ficción. Sin embargo, muestra sentimiento puro, incondicional por
su amigo. Le escribe, está pendiente y preocupada por él, teme fallarle o crearle una mala
imagen de su persona, le muestra un gran respeto y admiración. Ve como única salida a su vida
el amor que él le ha inspirado, es más que evidente en la siguiente declaración:
¡Posible es, Dios mío, que cuando yo me creía libre ya del dominio del amor, cuando me
persuadía haberle conocido, cuando me lisonjeaba de experta y desilusionada, haya caído como
una víctima débil e indefensa en las garras de hierro de una pasión desconocida, inmensa y
cruel!... ¡Posible es, Cepeda, que yo ame ahora con el corazón de una niña de trece años!...
¿Qué es esto que por mí pasa? ¿Qué es esto que yo siento?...Dímelo, dímelo porque yo no lo sé.
Es harto nuevo para mí, te lo juro. Y yo he amado antes que a ti, he amado, o lo he creído así,
y sin embargo, nunca, nunca he sentido lo que ahora siento. ¿Es amor esto? No, hay algo de más,
no es amor solamente. Es el infierno, que se ha venido a mi corazón. ¡Qué feliz era! ¿Cuán
tiernamente te amaba! […] Y ahora, ahora, ¡cuán desgraciada! ¿y por qué? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué
cosa me atormenta? Nada, yo no lo sé.
En este fragmento se nos evidencia la evolución que ha sufrido el sentimiento de Gertrudis.
Siente un amor tan intenso, tan profundo que parece llevarle a la locura e inestabilización de
una “niña de trece años”. Su expresión manifiesta una gran desesperación por conocer qué es eso
que, como caballo de fuego, trota sobre su pecho sin apenas dejarle respirar, secándole el
cerebro, como bien sabemos pasó también al hidalgo Don Quijote, y llevándola a una locura de
amor. Lo que en un principio era ilusión y alegría, fuente de ese cálido amor que empezó a
manifestar por Ignacio, se ha convertido en desilusión y tormento. Esto es una muestra más de
cómo la autora se ve obligada a reaccionar a su entorno hostil, comprende, se desengaña y
evoluciona, un símil a la entrañable historia de nuestro don Quijote de la Mancha. Realidad y
ficción están muy presentes también en el concepto amoroso que Tula nos muestra en sus cartas,
como ya hemos visto. Acorde con ese sentimiento viaja el lenguaje a través de una musicalidad
amorosa extrema. En ocasiones tierna y pasional, con la dulzura de un alma inocente, en otras
más salvaje, alterada y desconcertante. Pero he de decir que lo que más podría desconcertar al
lector, aún siendo fruto de la época en que se desarrolló tal sentimiento, es el trato que
Gertrudis da a su amado. Normalmente lo trata de usted, algo poco usual al tratarse de una
carta que encima va dirigida a un amigo con el que es de suponer hay una relación de
familiaridad, pero en otras ocasiones cuando se desborda su carácter llega a tutearle. Es algo
que puede llamar la atención, pero que sin duda alguna está en consonancia con una perfecta
manera de describir cada sensación que Gertrudis siente en sus entrañas.
Pero cuando se pasa a la etapa del desengaño y la total decepción y desilusión, Gertrudis
adopta una postura de niña chiquita. Le duele tanto el corazón, parece tan cansada de amar sin
recibir nada a cambio que su carácter varonil sale a flote: “Te he dicho que si te vas, todo
queda roto, todo queda concluido entre nosotros de una manera absoluta, y en esto mi resolución
es irrevocable, porque es necesaria. […] Te declaro que nada tienes que ver conmigo en lo
sucesivo, ni como mero conocido; porque yo todo lo renuncio hoy; tu amor y tu amistad y tu
recuerdo” Sin embargo, no llega a renunciar por completo a él y le dice que “todos los indicios
, que en tu proceder haya podido ver de que no eres mejor que la humanidad, no han sido
bastantes a destruir aquella persuasión instintiva de que eres bueno, de que eres leal, de que
eres una noble naturaleza excepcional en esta mísera raza […] Te quiero pues todavía, todavía
creo, a pesar de todo, en tu amistad”.
A sus veinticinco años, la Amadora de Almonte nos muestra toda la ternura de su pueril e
inocente corazón, dejando entrever su cultura en las palabras guiadas por la pluma del amor y
la amargura. La autora experimenta un gran sentimiento amoroso que va acompañado, como es
propio del amor romántico, del padecimiento, y hasta de esto llega a complacerse la autora,
pues el sufrimiento por amor ennoblece el alma.
Notas:
17) La teoría de los cuatro humores adoptada por los filósofos y físicos de las antiguas
civilizaciones griega y romana, mantiene que el cuerpo humano está lleno de cuatro sustancias
básicas, llamadas humores (líquidos), cuyo equilibrio indica el estado de salud de la persona.
Así, todas las enfermedades y discapacidades resultarían de un exceso o un déficit de alguno de
estos cuatro humores. Estos fueron identificados como bilis negra, bilis, flema y sangre. Tanto
griegos y romanos como el resto de posteriores sociedades de Europa occidental que adoptaron y
adaptaron la filosofía médica clásica, consideraban que cada uno de los cuatro humores
aumentaba o disminuía en función de la dieta y la actividad de cada individuo. Cuando un
paciente sufría de superávit o desequilibrio de líquidos, entonces su personalidad y su salud
se veían afectadas. Teofrasto y otros elaboraron una relación entre los humores y el carácter
de las personas. Así, aquellos individuos con mucha sangre eran sociables, aquellos con mucha
flema eran calmados, aquellos con mucha bilis eran coléricos y aquellos con mucha bilis negra
eran melancólicos.
25) Gertrudis Gómez de Avellaneda, ed. Alexander Roselló Selimov, ob. cit., p.24
26) Gertrudis Gómez de Avellaneda, ed. Lorenzo Cruz-Fuentes, ob. cit., p. 171
27) Gertrudis Gómez de Avellaneda, ed. Lorenzo Cruz-Fuentes, ob. cit., p.84
