De aves y frutos nacieron tus cabellos largos, llenos de avellanas y fresas. Tus ojos se hicieron
verso de miel y rugieron océanos mientras tus manos se perdían tejiendo el horizonte.
Puedo pedirte que seas mi madre esta noche o que me enseñes los secretos que guardaste antes de
no-sentirme-en-tu-vientre. Puedo mentirte en dos poesías mal escritas o vomitar cadáveres o fingir
ser más fuerte y no llorar volcanes de ceniza. Porque todo lo llevo en tu-no-sangre, en tu legado
de ojos pardos y árabes amarguras. Lo guardo quieto bajo el alma quebrada de pobre niña que
fuiste-hemos-sido.
Puedo también aprender tus mentiras, esos mundos que sin titubeos creabas. Ser la mentirosa más
grande y derribar islas. Pero no me sale: otras madres me vedaron tu oscura fantasía. Por eso hoy
me quedo con el silencio fingido de la noche, con el temor telúrico de la montaña y el caminar
pausado de la neblina, que ahora vierte sus pies entre las matas y la tierra. Me quedo con el
máximo recuerdo que me has dado: el miedo a pisar a las hormigas.
Porque mañana cuando la lluvia arrecie y se hagan pájaros los colores, tus ojos andaluces seguirán
fijos en el horizonte que has tejido, con tus cabellos de avellanas y fresas, cuyos frutos, cuyas
aves, serán esta poesía.
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