La tristeza de tus ojos derribó la barrera de mi egoísmo.
No me reconocí. Me sentí la antítesis del proyecto de vida que imaginé a tu lado. Te llevé por un
camino donde las piedras, que sin darme cuenta puse, te laceraron alma y espíritu.
No pensé en vos.
La soberbia me cegó. Fuiste la herramienta de mis deseos. Mi carta de presentación.
Recuerdo la alegría de tus ojos, la pureza de ese amor que sentías y lo demostrabas con cada mirada
que me dirigías.
¡Pero no las veía! te miraba, sí, pero no las veía.
Sólo me importaba ser reconocido, admirado, económicamente poderoso.
Esa arrogancia que sentía era para apagar el fuego que me producía mis carencias, mi pobreza de
alma y ahora ¡necio de mí! me doy cuenta del desprecio de tus ojos por mis actitudes.
Sólo vos supiste ver mis miserias porque las sufrías, y quizá, día a día en tu corazón iba bajando
los escalones que en un momento me llevaron a la cima.
Lo comprendo porque sé que te perdí. Me doy cuenta que la grandeza no se mide por el tamaño del
bolsillo sino por el del alma.
“Ser grande de alma”. Esa debió ser mi consigna a seguir. Pero la obvié, o peor aún, la ignoré.
Por eso me quedé solo, por mi narcisismo y porque no supe leer el mensaje que me daba “la tristeza
de tus ojos”.
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