No cabe dudas de que la Banca -el sistema bancario- es un
elemento, más que necesario, imprescindible, en los actuales
esquemas económicos, sociales y de gobierno de cualquier país.
Casi en su totalidad son entidades privadas, con uno o más
propietarios -generalmente, de rancia cuna y fortuna- y multitud de accionistas de todos los calibres,
que, funcionando como cualquier otro negocio o actividad de
compraventa, dedican
sus actividades a la captación de recursos -dinero- para la
prestación de créditos y servicios a empresas y público en general, pero, también a instituciones gubernamentales de todos los ámbitos,
entre ellos, el propio Estado, con el que -habría que decir
aparentemente- se integra y complementa hasta tal extremo de
interdependencia que, en los actuales tiempos, podríamos
considerar imposible la existencia del uno sin la existencia y
coparticipación del otro.
De los comienzos de la Banca existen diversos antecedentes, y
tenemos registros de préstamos efectuados en la Babilonia de los
amorreos y semitas dos mil años antes de Cristo. Y de los
trapezitas, en la antigua Grecia, donde los comerciantes
efectuaban créditos en sus tiendas o, principalmente, los
sacerdotes en sus templos. Su desarrollo continuó en el siglo I
a. de C., en Roma y en Persia, o en el Imperio Sasánida, donde
se crearon las letras de cambio, o el cheque en el califato
abasí en Bagdad; tipos y operaciones que aumentarían y se
diversificarían con las ferias medievales. El siglo XII
contribuyó grandemente en toda Europa al desarrollo de las
operaciones bancarias por la necesidad de transferir grandes
sumas de dinero para las Cruzadas. Los banqueros reales ya
tenían su fama en tiempos de Carlos I y Felipe II, y en el siglo
XVII se fundaron Bancos importantes en Ámsterdam, Londres y
Hamburgo, lo que conllevó la creación de oficinas bancarias en
ciudades y pueblos importantes de Europa y demás naciones
avanzadas. El
enorme crecimiento de la actividad durante los siglos XIX y XX,
asentada ya en todos los países, obligó a los gobiernos a la
creación de normas de regulación financiera para establecer sus
competencias y evitar quiebras, infracciones o acciones
delictuosas y sus más que previsibles
consecuencias.
Esta regulación financiera, como llevamos comprobado por las
múltiples crisis económicas sufridas a lo largo del pasado siglo
XX y el actual -en el que venimos sufriendo desde 2007 la que se lleva
todos los records-, no parece ser suficientemente efectiva en
ningún aspecto, toda vez que
en el
origen de todas las crisis -aunque no sea la Banca la única o
principal responsable de las mismas- encontramos acciones que traspasan la
normativa -cuando no neta y claramente ilegales- realizadas por
determinados integrantes del sistema bancario y -obviamente- el
beneplácito o supina negligencia del encargado de su supervisión y
control que es el Estado.
No es de extrañar puesto que el nexo de unión entre ambos
comanditarios es demasiado grande. Es tal como el de un
matrimonio al que sustanciales e insoslayables intereses mutuos
obligan a vivir juntos por toda la eternidad. Es posible que
tengan sus desacuerdos y broncas, pero, todo lo que existiere lo
lavan en casa. De cara a la galería ni el menor atisbo de
desavenencias. O más aún: lo llevan tan pulcramente que no sólo
no hay señal alguna de discrepancia sino que dan la impresión de
que ni se conocen de nada.
Tendríamos que decir que en España tenemos cierta suerte con los
banqueros, puesto que, a diferencia de otros países -con Estados
Unidos a la cabeza-, no han sido nunca ni promotores ni grandes
colaboradores en la génesis de las
crisis que nos han afectado en los últimos 100 años.
No quiere decir ello que hagan de la ética su bandera, pues
demostrado está que -en esta de 2007- algunos de nuestros Bancos
hicieron la vista gorda a las
subprime y otras acciones
basura encajándolas entres sus clientes como si fueran de
absoluta confianza. Y no vamos a hablar del extraordinario
fraude de las preferentes y las subordinadas con las que algunos
Bancos y Cajas -destacando Bankia- captaron enormes sumas de
dinero para intentar salvar la piel y lo poco que quedaba de su
tan inhábil función e incompetencia financiera. Ahí están,
varios años después, cientos de miles de personas, en su mayoría
jubilados y pensionistas con nulo conocimiento del mercado
inversor, que tuvieron la desgracia de ser
inducidos para invertir sus ahorros en dichas basuras,
reclamando y rezando por su dinero
Tampoco podemos olvidar la gran responsabilidad del organismo
regulador, el Estado, en la llegada, asentamiento y
consecuencias de la crisis. Bien es verdad que el principal
organismo de la CE., el Banco Central Europeo, fue incapaz de
prever la crisis ni sus devastadores efectos sobre la economía
de nuestros países -aunque no sabemos si, dado la presumible
capacidad de tan alta institución para saber al detalle todo
cuanto se cuece en todas partes y en todo momento, habría que
cambiar el adjetivo "incapaz" por otro con las connotaciones aplicables a los que
son fieles fámulos o miran al tendido-, pero ello no obsta para
que cualquier gobierno de los países más punteros de la
Comunidad Europea, entre ellos España, disponga de sus propias capacidades y medios
para prevenirla.
No fue este el caso del anterior presidente del Gobierno, señor
Zapatero -y sus asesores-, que -sin negarle ciertos
conseguimientos en el plano social- a su más que demostrada bisoñez
política sumó un altísimo grado de imprevisión y una pésima gestión en
todos los ámbitos relacionados con las medidas de superación de
la crisis. Nos cogió el toro de lleno.
El actual presidente, señor Rajoy, algo menos pipiolo en
cuestiones de gobierno y, posiblemente, mejor asesorado que el
anterior, se ha dejado llevar por todas las epístolas nacidas en
el seno de la Comunidad y guiado al país por unas sendas que,
inexorablemente, aunque sin ningún coraje decisivo y unos tiempos jamás vistos nunca, nos
está llevando a la -todavía poco clara- salida de la crisis.
En mi opinión -y creo que de la mayoría-, la principal causa de
esta enorme tardanza no es otra que la nula o escasa voluntad de
los Bancos y Cajas a poner créditos a disposición de la pequeña
y mediana empresa, autónomos y consumidores en general. El
origen de esta negativa no es, como podría ser normal en los
primeros momentos, la prudencia de la Banca ante el enfriamiento
de las relaciones con los demás Bancos y la generalizada falta
de confianza interbancaria, no, la causa es que, tanto los
activos de sus clientes como los créditos concedidos por el BCE
-a un interés próximo al 0 %-, son reservados a unas pocas
grandes empresas -de amigos, cuando no propias o participadas- y,
muy principalmente, invertidos en deuda soberana
-es decir, concedidos al Estado- con la compra de títulos y
bonos con intereses que, al menos en los primeros tiempos, han
estado en niveles de hasta un 7 %. Filosofía de Perogrullo:
"No le voy a prestar a Vd. mi dinero
cuando 'mi mujer' lo necesita y me lo paga mejor que nadie."
Parece que el BCE estaba dispuesto a penalizar estas prácticas
(su nombre es Carry Trade) durante las habituales acciones de
estrés y supervisiones generales de la banca europea en este año
de 2014. Si bien, al día de hoy, transcurridos más de cuatro meses del
año, aquí en España no se vislumbra ni la más mínima señal de
que tal cosa esté ocurriendo o vaya a ocurrir.
No sabemos si es función de este principal organismo
intercomunitario el de crear la legislación oportuna y
suficiente para obligar a los Bancos a cesar en la práctica de
esta anormalidad que tanto daño está causando a toda la
sociedad, ni si, aunque estuvieran obligados y pudieran hacerlo,
omitirla y mirar para otro lado forma parte de la hoja de ruta
ordenada por los intereses superiores de quienes todo lo pueden.
Lo que sí sabemos es que la principal obligación de un gobierno,
de todos y cada uno de los gobiernos de cada país, es proteger a
su pueblo ante la ambición y codicia de los poderosos. Y esa
medida, la más fundamental, necesaria y obligada de todas
cuantas pudiera tomar un gobierno, es más que evidente que aquí
en España no está ocurriendo. Tan evidentes como el solapamiento
y falta de rigor con que los poderes e instituciones del
Estado tratan las responsabilidades de todos cuantos forman
parte de los integrados baja la divisa del poderoso caballero.
Y lo más sangrante de toda esta historia es que, tal como está
montado el circo político, no tiene Vd. la menor opción ni
derecho a poder reparar el tremendo error que cometió cuando fue
a las urnas.
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