En el pasado exploramos el papel del amor en los libros de
caballerías, particularmente en Amadís de Gaula (mayo 2012).
Aquí vamos a examinar el amor en Palmerín de Inglaterra,
otro libro popular del siglo XVI, uno que, junto al Amadís,
se salvó de la hoguera en Don Quijote.
El amor en Palmerín no luce con el mismo ardor que en Amadís,
aunque se revela con las características típicas del género,
sobre todo en el personaje de Palmerín. Vimos cómo la
presencia del amor entre Amadís y Oriana fue causante de dos
cosas: el éxito del libro y la creciente presencia de la
mujer en la literatura. En el Palmerín el amor hace lo
contrario: su vacuidad en el texto es un perjuicio para los
personajes. Las relaciones entre los personajes se reducen a
mecanismos que se conforman con las pautas del amor cortés,
y visto el poco protagonismo que la mujer tiene en este
libro en relación con el amor, los fines de las relaciones
cortesanas no sirven sino para enaltecer al caballero.
Aunque esta nueva literatura brindaba nuevas oportunidades
de expresión, el autor no se aprovecha de ellas. Parece que
el autor quiere advertir al lector de los peligros del amor,
porque según él, el hombre enamorado pierde su independencia
y se entrega a las vicisitudes emocionales de la mujer, como
explica con Florián, quien se da cuenta de su creciente amor
a Targiana:
…le obligó a perderse por ella, cosa contra su condición,
que para con ellas solía tener libre, y la verdad para con
las mujeres no se ha de perder tan gran cosa como la
libertad, pues está claro que nada agradecen sino aquello
que con su apetito o condición conforma, que el suyo siempre
nace de la peor parte que en ellas hay. (I,318)
Aparte de la evidente misoginia, el papel de la mujer en el
Palmerín está muy limitado; ella no tiene cargos de
importancia y existe mayormente para complementar un mundo
masculino, un fenómeno que es típico del género. Este
fenómeno es más evidente en este texto que en los otros de
este tipo. La subordinación de la mujer es una función del
esquema que tiene el caballero andante.
Las pruebas en el Palmerín tienen la misma función que en el
Amadís: enaltecer el heroísmo del protagonista y destacar su
lealtad amorosa. Palmerín, para librar a Leonarda de su
encantamiento, se enfrenta con su miedo y gana mucha fama.
Esto ocurre después de la prueba de la copa encantada. El
caballero, si es fiel de corazón, al beber de esta copa
encantadora llena de las lágrimas de Leonarda, las
descongelará, probando su supremacía amorosa. Palmerín
supera la prueba y deja indiscutible su lealtad a Polinarda,
su dama.
Palmerín se acerca al típico amante cortés, pero no tanto
como Amadís. Amadís es el perfecto amante cortés. El Amadís
es un libro de amor, Las sergas un libro de las Cruzadas, y
el Palmerín es una mezcla de los dos. Una pura
representación de lo cortesana requiere cierto respeto hacia
las delicadezas de la mujer, pero la misoginia del autor
entorpece esto. A Palmerín le falta un rival, elemento clave
en la constitución del héroe, pero él sí se aproxima al
arquetipo, dada su naturaleza de ser emocional, fiel y
obediente cuando piensa en Polinarda. Él experimenta también
los típicos desmayos de enamorado que Esplandián y Amadís.
En un episodio Palmerín está tumbado en el bosque, fuera de
sí, pensando en Polinarda: “con un parecer de muerto estaba
echado al pie de aquellos árboles. Este desacuerdo duró
tanto, que casi se quería poner el sol.” (I,245). Otro
testimonio de su fidelidad ocurre cuando cuatro doncellas lo
encuentran en ese estado y se lo cuentan a su señora, Arnalta. Ésta manda a algunos servidores suyos que lo lleven
al castillo, donde ella se enamora de él y lo guarda
encarcelado, pero Palmerín “mas mostraba más contentarse de
la compañía de aquellos hierros”, con lo cual ella convierte
su amor en odio. Palmerín, como Amadís, muestra una
fidelidad inquebrantable hacia la dama. Se ciñe a los
deberes cortesanos y no hay sentimientos hacia más de una
mujer. Amadís rechaza a Briolanja por su lealtad a Oriana, y
Palmerín a Leonarda por su amor a Polinarda.
El caso con Arnalta muestra una clara comparación entre la
disposición de la mujer con la del hombre; mientras él se
mantiene firme a su amor, incluso bajo tales condiciones,
ella, en cambio, fluctúa entre el amor y el odio, sin apenas
distinguirlos. Aquí el autor se aprovecha de la oportunidad
para ultrajar a la mujer en un tono hasta ahora no conocido
en el libro: “en las mujeres todas las cosas son hacer
muchos extremos”, y hablando de Arnalta “la constreñía a
hacer algunas grandes cruezas fuera de su costumbre, que
aquestas [son] las calidades de ellas.” (I,246). Aquí la
mujer sufre un doble descalabro: además de caer víctima a la
misoginia de Moraes, es retratada como inferior al hombre
por su inestabilidad emocional.
En el Amadís las emociones de Oriana son uno de los pocos
elementos que dan autenticidad humana a la obra. Lo mismo
ocurre en el Palmerín: la sensibilidad emotiva de la mujer y
sus altibajos, por mucho que le parezcan grillos al autor,
son en realidad el empuje del drama, el lazo entre el bien y
el mal, y el cebo para seguir con la lectura. Dice Moraes,
“como las mujeres naturalmente son más delicadas en el
sentir, tienen menos moderación en el sufrir” (I, 367), y que
ante el peligro son ellas las que reaccionan “porque en las
mujeres estos accidentes hacen mayor impresión.” (I,365). El
autor se cree un experto en las emociones de la mujer, pero
apenas menciona el carácter del hombre. Moraes presenta la
sensiblería femenina como señal de debilidad, cuando en
realidad puede ser una ventaja. El hombre, aunque reproche a
la mujer desasosegada, depende de ella por dos razones: por
tenerla como contraste con su impasiva y dura masculinidad,
y por su apoyo emocional.
Igual que en el Amadís, se honra en este texto el código de
la caballería; sus valores están vigentes en el trato social
entre los hombres y las mujeres, y rigen las obligaciones
del caballero hacia la mujer: “‘Puesto que el servicio de
nosotros queréis’, dijo Floramán, ‘no lo hiciésemos más de
por ser mujer’” (I,129). Palmerín también se muestra cortés
con las damas, constantemente ataviando su comportamiento
con el objeto de satisfacer a las mujeres: “su condición era
no negar nada a las mujeres” (I,209). Igual que todos los
libros de caballerías, el que se opone a esta orden es un
caballero “malandante”, que encarna los valores contrarios:
la deshonra, la alevosía y la deslealtad y de esta condición
antitética evidentemente surgen los antagonistas en la obra.
Vemos esta manifestación en Albaizar, el caballero turco que
“podía ser metido en uno de los cuatro caballeros del
mundo” (I,273). Él pelea con Dramusiando por el escudo de
Miraguarda (el que sale vencedor se lleva el escudo,
indicando su predominio), pero ninguno de los dos gana, así
que Albaizar roba el escudo para llevárselo a Turquía,
“descontento de lo que pasara ante el castillo por no
alcanzar victoria del guardador de él.” (I,273). Aquí el
malo, el gran antagonista de la obra, es turco. Vemos aquí
una conexión con Las sergas: el mal asoma en la figura del
enemigo histórico; pero como esta obra es sobre las hazañas
individuales y no colectivas, la rivalidad se afirma entre
estas dos figuras centrales de Palmerín y Albaizar, aunque
personifiquen cierta animosidad religiosa que sentían los
cristianos hacia los musulmanes en aquella época, pero eso
es harina de otro costal.
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