MI ACERCAMIENTO A LOS CANARIOS
Mi primer acercamiento serio a los canarios, o sea con ánimo de conocerlos
como elementos vivos y melódicos de la naturaleza, fue en casa de Paco
Márquez, mi amigo de la arboleada calle Ancha de la Isla.
Aquel mediodía puso en mi panorama diario una partitura musical atípica
cuyas notas se movían en el pentagrama de las jaulas.
—Son timbrados españoles, ¿sabes, Juan?
Primera sorpresa: Los canarios no eran amarillos, como mis románticas
suposiciones me hicieron creer. Saltaban nerviosos de un lado a otro de la
jaula como si un pintor surrealista bosquejase en el lienzo transparente del
aire pinceladas verdes.
—Son muy bravíos, pero son finos en el canto, a diferencia de los que aún
son silvestres y modulan sin notas regulares-, me dice Paco.
Yo los observo asombrado. Estas pequeñas criaturas se sienten tal vez
incómodas con mi presencia.
Paco insiste:
—A pesar de que son inquietos, cuando están tranquilos, cantan que es un
contento. Son timbrados, timbrados españoles. Tengo un libro ahí que cuenta
cómo de "silvestres" pasaron a "finos" y, más adelante, algunos, en
generaciones posteriores, pasaron a "timbrados". El libro me dice también
que su canto fue, por fin, reconocido en el X Campeonato Mundial celebrado
en Bruselas.
Fíjate en sus patas: son finas, pequeñas y acodadas. Si tienen las patas
rectas son descalificados. Fíjate también en el plumaje: está cerrado y
ceñido al cuerpo. Ay, como tengan rizos, te los descalifican en un concurso.
Y de la cola, ¿qué te puedo decir de la cola? Como verás, la tienen poco
abierta. Parece como un pez. Qué cabecita más pequeña y qué elegancia en el
cuello, delgado y de tamaño medio.
Me deja sorprendido Paco. Se ve que los contempla con cariño y ya se sabe de
memoria sus rasgos. Él me los diferencia bien de los otros canarios: los de
postura.
Pero remata su fragmentada descripción, un poco a vuela pluma, diciéndome
que los ojos deben ser negros o quizá marrones, porque si son rojos, serían
descalificados en un concurso.
Yo le cuento la anécdota de que a dos casas más arriba de la mía hubo un
canario "del país", como lo llamaba su dueño. El canto me llegaba, hacia el
mediodía, cuando el sol calentaba el balcón y el calorcillo invitaba al
pájaro, que éste sí era entre verde y amarillo, a alegrar las ondas aéreas
del entorno con sus compases rulados.
Era un juglar del espacio afortunado de calle del casco antiguo, donde
parece que la historia se queda adormecida, y despertaba titubeando en la
memoria con los cloqueos y las flautas del cantor que alegra un trozo de
calle.
En los días de verano, cuando la sombra con viento de levante en calma echa
su carpa de alivio sobre la fachada, el canario volvía a sorprenderme,
quizás agradecido porque respiraba un aire más de agradecer que el de la
plomiza siesta.
Volvemos a la conversación. Paco me indica que nos salgamos fuera del
cuarto, asistido por una mitigada luz solar. Paco dispone de una pequeña
bibliografía sobre los canarios. A poco de abandonar la estancia, a la que
la claridad agasaja ya al mediodía, los canarios agradecen que nos vayamos
para iniciar su canto.
—Son tenores-, dice Paco con rictus y voz de satisfacción.
Es cierto. Es un tenor con variedad de notas y de emisión rápida. Su timbre
es agudo, como si se oyera a lo lejos el alarido, por un instante, de una
piedra de moler.
—Son los más fuertes de los canarios, ¿sabes, Juan? -continúa Paco-. Son más
resistentes que los demás a las enfermedades. Por eso tú los has visto con
ese porte como de canario de batalla, diría yo. Tampoco se quedan atrás como
reproductores.
Cuando salí de casa de Paco, mi noción sobre los canarios había ganado en
quilates de conocimiento acerca de estos pequeños animalitos que cantan, y
con su canto metálico y alegre colorean la tranquilidad de los inquilinos de
una casa, incluso de vecinos próximos. Subí la calle Ancha como nunca lo
hice: con un esquema musical en el oído que no olvidaría jamás.
Actualmente mi vecina de piso tiene uno y me recuerda con sus variados giros
aquellos otros que engolfaron mi curiosidad, tan bien servida por esos
canarios de mi amigo Paco Márquez.
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